Pedir que la anunciada visita del papa Francisco a Colombia sea pastoral y evangélica, no política, es igual a pretender que una visita del expresidente Álvaro Uribe Vélez a cualquier lugar del país ocurra bajo similares condiciones.

No se puede ignorar que todo acto del hombre, en cuanto un ser social, es un acto político, pues es de la naturaleza humana actuar políticamente, es decir, en el sentido de acatar o contravenir, voluntariamente, un comportamiento social.

El papa es la cabeza de la iglesia Católica, su principal difusor del evangelio cristiano, su pastor más caracterizado. Es el transmisor del mensaje de Cristo, sin duda un compendio político de primera magnitud. Pero, al mismo tiempo, es el jefe de Estado del Vaticano, y ser jefe de Estado es ser esencialmente un político.

Otros jefes de iglesia, como Bartolomé I, Arzobispo de Constantinopla, Nueva Roma y Patriarca Ecuménico, y cabeza de la iglesia Ortodoxa, por ejemplo, son más pastores que políticos, porque no son jefes de Estado, es decir, no son la máxima autoridad de un país. Pero son políticos, en cuanto dirigen a su sociedad religiosa.

En relación con la iglesia Católica, ¿alguien duda de que la mayoría de todos los viajes de Papas de las últimas décadas han tenido el carácter político que se le pretende negar al de Francisco a Colombia?

¿No se argumenta, acaso, incluso por los católicos, que los nueve periplos de Juan Pablo II a su natal Polonia, todos anunciados como pastorales, trajeron como consecuencia el rápido, pero a la vez imperceptible agrietamiento del Muro de Berlín y la consecuente caída de la Unión Soviética?

Desde luego, durante esos viajes a países cuidadosamente seleccionados por el Vaticano, antes que por la iglesia Católica, las homilías papales tienen contenido evangélico y espiritual, y un claro sentido pastoral: el obispo de Roma visita su grey y le dice cómo comportarse teniendo como guía el evangelio.

¿Qué más claro mensaje político que el de predicar, según Lucas, Marcos y Mateo que se debe dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de  Dios”, o cuando Romanos 13:7 orienta a los cristianos para que paguen “a todos los que debáis: al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honor, honor”?

Uno de los mensajes más profundos del cristianismo es el del amor y la paz que se deriva, y ayer, nada más, en la bendición Urbi et Orbi, Francisco abogó con vehemencia por ella, sin que nadie le tachara de político.

“Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento (…) de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están produciendo”, dijo el pontífice desde el balcón central vaticano.

Así, ya no podría venir entonces a Colombia, porque habló de paz y ya habría lanzado un mensaje político que lo inhabilitaría para visitar este país adolorido.

Y, cuando venga, ¿de qué podrá hablar sino de paz, de convivencia, de amor, de tolerancia, de respeto a las normas, de que los cristianos se comporten como los mejores ciudadanos, de la necesidad de ponerle fin a la guerra, de hacer todo lo que sea para aniquilar la corrupción general, incluida la de los políticos, de cesar las persecuciones, en este caso también por razones políticas, y de ponerle fin, de una vez por todas, al drama de desplazados y refugiados. Y hablar de esto es político.

Pero, además, ¿cuál es el temor a que un jefe de Estado venga y hable de la paz que se busca con afán por la enorme mayoría de colombianos?

Quizás para quienes quieren una visita alejada de la política fue el cierre del mensaje de Francisco, ayer, para el católico, a fin de “que no se ceda al orgullo que fomenta la violencia y las guerras” y que “tenga el valor humilde del perdón y de la paz”.