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Zona verde
Habitantes de Arboledas viven enamorados de las aves
Diseñaron un programa de educación ambiental y con él sensibilizan a 10.000 habitantes. 
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Eduardo Rozo
Domingo, 28 de Julio de 2019

*Este artículo es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y La Opinión.| (Fotos Diego Gelves y Wilson Ortega)

Siete montañas rodean el municipio colombiano de Arboledas, en el departamento Norte de Santander. La topografía hace que el sol se aprecie después de las siete de la mañana y mientras los rayos solares se cuelan por entre puertas y ventanas, los trinos de las aves alegran el despertar de sus habitantes. Cantos hay de todos los estilos y, en conjunto, forman una perfecta sinfonía.

Arboledas está a solo 78 kilómetros de Cúcuta, la capital del departamento, famosa por ser la principal frontera con Venezuela. En sus 456 kilómetros cuadrados de extensión, Arboledas posee pisos térmicos que van desde los 450 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m), hasta los 4.200 en la zona del páramo Santurbán. 

Las condiciones climáticas y la variedad de vegetación hacen de este municipio un destino ideal para que ‘los pajareros’ -como se llama a los avisadores de aves- se internen en los bosques para ver una variedad de especies: las más coloridas, las comunes, las de difícil observación, las que se mimetizan en los árboles y las que tienen comportamientos curiosos en sus rituales de apareamiento.

El ‘pajarero’ Wilson Jesús Ortega Rozo, asesorado por biólogos de la Universidad de Pamplona y la fundación colombiana Proaves, ha recorrido senderos y terrenos inhóspitos en Arboledas. Dice que en el corregimiento Villa Sucre se observan especies como la garza silvadora (Sirygma sibilatrix), los cormoranes (Phalacrocorax brasilianus) y el vaco colorado (Tigrisoma lineatum).
 
En el casco urbano (950 m.s.n.m) predomina la tangara real (Tangara cyanicollis), el ermitaño verde (Phaetornis guy) y el carpintero real (Dryocopus lineatus). A medida que se asciende aparecen la urraca verde (Cyaanocorax yncas), el tucán esmeralda (Aulacorhynchus prasimus) y el ave insigne de Colombia, el Cóndor de los Andes (Vultur gryphus).

Wilson Ortega y Luis Martín Ortega recorren el sendero El Libertador. Con cámara y binoculares disfrutan del paisaje. 

250 aves y siguen explorando
 

Hace tres años, las investigaciones de Ortega Rozo lo llevaron a unirse con los arboledanos Pedro Antonio Goyeneche, Diego Gelves, Luis Martín Ortega y Leida Ramírez; el cucuteño Jesús Rangel y el caldense Leonardo López Castro. Aunque son ingenieros, tecnólogos agropecuarios y artistas, comparten un tema en común: el interés por el avistamiento, a tal punto de que crearon el Observatorio de Aves de Arboledas.

Su deseo por conocer más sobre estos animales les ha permitido estar en contacto con científicos de diversas instituciones. El biólogo Luis Roberto Sánchez, quien trabaja en la Universidad de Pamplona, asegura que el observatorio genera conocimiento e información sobre las aves locales, vitales en la colonización de bosques y áreas deforestadas.

Esto es reafirmado por el también biólogo Carlos Cáceres Martínez, integrante del Grupo de Investigación en Ecología y Conservación de Fauna Silvestre de la Universidad Nacional. Según dice, generar inventarios de aves, caracterizarlas y conservar sus hábitats, permite entender los procesos ecológicos. “Las aves cumplen funciones ecosistémicas como la dispersión de semillas y el control de insectos que pueden convertirse en plaga. Además, están directamente relacionadas con las especies vegetales que brindan refugio y alimento”.

Pájaro Carpintero (Colaptes rubiginosus)

Avistar aves no es tarea fácil. Requiere de paciencia, sigilo y de entrenar la vista y el oído. La noche anterior a sus recorridos planifican metódicamente la ruta y se encuentran en el parque de la Santísima Trinidad a las 5 de la mañana. En los inicios, cuenta López, los habitantes del campo se asustaban al verlos camuflados entre los arbustos. Llegaron a confundirlos con la guerrilla. “Salimos antes de que despunte el día porque es el momento en que las aves tienen mayor actividad, buscan alimento y adornan el paisaje”.

En ruta, mientras Ortega Rozo hace los registros con su cámara, los demás avistadores van con binoculares merodeando entre las ramas, disfrutan de sus alas extendidas o de verlas escarbando entre los árboles para extraer gusanos para ellas y sus crías. 

En los recorridos “se registra la hora en que las vemos, el sitio, las coordenadas, el tiempo que estuvo en observación, si es macho o hembra, juvenil o adulto, si estaba sola o en grupo”, dice Ortega Rozo. Mientras anotan esta información también graban el sonido de las aves y verifican su nombre científico. En las salidas de campo siempre llevan las guías de avistamiento de Proaves y del biólogo colombiano especialista en avifauna, Fernando Ayerbe Quiñones.

Cuco Ardilla (piaya cayana)  

Los datos consignados en diarios de campo son analizados al regresar de las caminatas de 10 kilómetros en promedio. Esta tarea rigurosa les ha permitido elaborar un inventario de 250 aves y siguen en búsqueda de más. Todas ellas han sido reportadas a la plataforma eBird, del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell de Estados Unidos.

Allí, permanentemente se pueden subir imágenes al espacio virtual y con ellas se aporta al análisis científico de las aves en el mundo. A nivel local, el inventario y el conocimiento que han recopilado les ha permitido sensibilizar a los 10.000 habitantes de Arboledas. Los campesinos que los confundían con la guerrilla, ahora les ofrecen café y los llaman cuando ven especies no comunes en sus fincas.

Tangara Isabel (Tangara cayana)

Una reserva protectora
 
En febrero de 2019, la Alcaldía de Arboledas declaró ocho de las 16 hectáreas de la finca La Granja, de propiedad del municipio, como reserva natural. La llamaron Piedra Gorda. La declaratoria fue resultado del intenso trabajo que lidera el Observatorio de Aves. “Al alcalde, Carlos Danilo Esteban Galvis, se le presentó un proyecto con sustento teórico y científico. El documento y la sensibilidad de la población con las aves fueron claves para que se hicieran ajustes al Plan de Ordenamiento Territorial y la zona quedara como protegida a nivel local”, reseña Ortega Rozo.

En el proyecto se sustentó que la zona era el hábitat del saltarín cabecidorado (Ceratopipra erythrocephala), ave representativa del área, y que allí está su fuente de alimentación: el árbol mínigo (Acnistus arborescens). Las vallas que producen son un manjar para las aves y fuera de la reserva los árboles son escasos, de ahí la importancia de este lugar. Según Ortega Rozo “los ejemplares de mínigo han desaparecido en otras zonas rurales por la tala y quema que hacen los campesinos para cultivar cítricos y aguacate”.

Colibrí (Chalybura buffonii)

En la reserva habitan en promedio 50 especies de aves. Entre ellas están el carpinterito escamado (Picumnus scualmulatus), el cara cara moñudo (Caracara cheriway), el colibrí (Chalybura buffonii) y el carpintero (Colaptes rubiginosus), no reportado antes para Arboledas. Este último se caracteriza por tener la mitad de la cabeza negra y la otra roja. El lomo es verde oliva y el pecho blanco con negro.

Ortega Rozo cuenta que “el ave representativa de la reserva, el saltarín cabecidorado, tiene un canto que se asemeja al sonido de un pito, puede alcanzar los 12 centímetros, es de color azul petróleo en el cuerpo y del pico hacia arriba es amarillo dorado. La cola es mocha y el ojo blanco. La hembra es difícil de ver porque sus plumas son del color de los árboles. Cuando el macho corteja a la hembra, danza dando saltos”.

El área protegida se cercó para evitar que el ganado ingrese a la zona, fue señalizada y se habilitaron senderos para los recorridos educativos y de avistamiento. Al ingresar por la tupida vegetación el caminante siente cómo cambia la temperatura. Si en el exterior el clima bordea los 25 grados centígrados, en la reserva es de 15. El ambiente es agradable, las aves dan un concierto y el paisaje es un regalo para los amantes de la naturaleza.

La cooperación entre las comunidades y la Alcaldía permitió destinar un área del municipio como reserva forestal.

El ruido de las motosierras con las que tumbaban árboles para obtener leña, desapareció y el ganado fue llevado a potreros en fincas. Eso ha favorecido el avistamiento frecuente de los saltarines. “En cinco meses la reserva se ha convertido en garantía para la preservación de las aves, tal como se planteó en el proyecto presentado a la Alcaldía. Además, se está aprovechando el espacio, bajo criterios de sostenibilidad, para hacer recorridos con niños con el fin de que conozcan la importancia de las aves en los ecosistemas y como dispersoras de semillas”, dice Ortega Rozo.

En la reserva volvió a avistarse el cuco ardilla (Piaya cayana). Es un ave que no se ve frecuentemente cerca de los cascos urbanos y su presencia es un indicador del buen estado de conservación de la zona. De acuerdo con Leonardo López, tecnólogo agropecuario, el cuco ardilla es un ave exótica, con una cola de 40 centímetros, pico amarillo y las plumas son naranjas de un tono muy parecido a las ardillas.

“La reserva conecta con el corredor biológico de la Múcura, una montaña de bosque virgen a 1.700 m.s.n.m. El grado de conservación de la vegetación es alto y esto favorece el tránsito de especies como el aguililla cabecigrís (Leptodon cayanensis) y el aguililla tijereta (Elanoides forficatus)”, resalta López.

Carpintero Real (Dryocopus lineatus)

A reforestar con mínigo
 

El vivero de Arboledas, manejado por la Alcaldía, es un ejemplo de cómo las sinergias entre la sociedad civil y el Estado pueden tener impactos positivos en el ambiente. Se creó en 2016 para reproducir especies como el aguacate y cítricos (limón, naranja, mandarina) con los que se cubre la demanda en las 49 veredas del municipio. 

En la actualidad la Alcaldía ejecuta un programa para repoblar zonas deforestadas con especies como el mínigo y ahora este arbusto nativo es reproducido en el vivero.

El biólogo de la Universidad de Pamplona, Andrey Enrique Ojeda Rodríguez, experto en estudios de vegetación y taxonomía vegetal, explica que la importancia de volver a sembrar esta especie radica en que las especies nativas son tolerantes a las condiciones ambientales, contribuyen a la estabilidad de los ecosistemas y a mantener la cadena alimenticia.

Saltarín cabecidorado (Ceratopipra erythrocephala)   

Por su parte, el administrador del vivero, Juan Laguado Hernández, de 25 años y tecnólogo agropecuario del Sena, cuenta que el mínigo es una de las plantas más apetecidas por las aves. “Es un arbusto que crece hasta seis metros, tiene un fruto redondo y  pequeño y en vivero demora dos meses para que agarre firmeza. Luego se trasplanta en los corregimientos Villa Sucre, Barrientos y San José de Castro”.

Hasta el sector turismo se ha involucrado en la propagación del mínigo. De acuerdo con el coordinador de Turismo de Arboledas, Edwin Ortega Carrillo, para favorecer el crecimiento de este árbol en las veredas y generar fuentes naturales de alimento para las aves, se están creando barreras naturales con esta especie en los alrededores de los cultivos de café (principal fuente económica del municipio).

Dos meses demora en crecer el arbusto nativo mínigo, reproducido en el vivero municipal para repoblar áreas deforestadas.

Quetzales: nunca antes vistos

El 6 de febrero de 2019 fue uno de los días más felices para los observadores de aves de Arboledas. En el bosque de niebla que rodea al páramo Santurbán, entre 1800 y 2000 m.s.n.m., avistaron cinco quetzales cabecidorados (Pharomachrus auriceps), especie no reportada para Arboledas según las guías de Proaves y del biólogo Fernando Ayerbe Quiñones, las más actualizadas en Colombia.

“En la vereda San Onofre, finca San Miguel, los campesinos reportan el avistamiento de un ave verde con rojo que no era común, posiblemente un trogón. Wilson Ortega con su cámara y yo con los binoculares salimos a pajarear”, dice Leonardo López sobre la extraña ave que resultó ser un quetzal.

En la travesía por el bosque de niebla, ‘los pajareros’ registraron tucanes y en un árbol de trompillo, Ortega vio una figura metalizada de color aguamarina dando la espalda. “Desde un árbol cercano logré la fotografía. Al revisar la pantalla de la cámara vi que no era un trogón, sino un quetzal. Se revisaron las guías y era inconfundible: un bello quetzal cabecidorado. En el pueblo las registramos en eBird y ahora hacemos avistamientos periódicos en la zona para estudiarlas a profundidad”.

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