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Tres nortesantandereanas hijas del ICBF que hoy son profesionales
Yadira Pino, Chiquinquirá Ovallos y Lizzeth Gutiérrez narran sus historias y hacen una especie de catarsis en medio de lágrimas y recuerdos, no tan agradables, pero que tratan de superar.
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Celmira Figueroa
Celmira Figueroa
Domingo, 15 de Mayo de 2022

Yadira Pino Pino apenas alcanzaba los diez años de nacida.  Recuerda que su madre la dejó a la deriva, en una casa “rodeada de factores de riesgos”. Allí enfrentó el miedo sola. Nadie la defendía. Al contrario, la vieron presa fácil. Y la persecución empezó. “Mi madre me dejó con terceros, ni siquiera con un familiar. Y ese entorno conllevó a que me evadiera. La verdad no sabía para dónde agarrar. Quería buscar seguridad, protección”.

Y angustiada, aferrada a la suerte, se subió a una buseta, tratando de huir de ese ‘lobo hambriento’ que la perseguía. Pensaba que ese viaje no tendría fin. De repente, “el conductor me preguntó que para dónde iba, que no quedaban más pasajeros”. El conductor la regresó cerca al lugar donde la recogió.  No recuerda con exactitud el sitio. Pero está segura que era el centro, por el bullicio. Se sentó en el corredor de una droguería, atrapada por el miedo de dormir en la calle, sin comida, expuesta al peligro. Sin embargo, la señora de la farmacia se percató y salió a preguntarle qué le pasaba. Le contó un poco su historia. La señora le dijo que tenía que avisar a la policía porque si se la llevaba para su casa la podían acusar de robo o secuestro.


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En ese momento pasaba una patrulla de la policía. La recogió y la iba a regresar a esa casa de donde huyó por e peligro que corría. Yadira no había contado toda la verdad.  Ahora con 33 años, se ahoga en llanto, al recordar ese pasaje que prácticamente le cambió su vida. “No le había dicho a la policía que estaba expuesta al abuso. Los hijos de la señora consumían drogas y siempre me tocaba huir para evitar”. La decisión de los agentes cambió y la remitieron al Bienestar Familiar donde le asignaron a un Hogar Sustituto. Allí le impusieron reglas y “poco a poco fui conociendo el programa. Me sentí segura. Me vincularon al sistema educativo. Me matricularon en el Instituto Técnico Guaimaral.

Tres hijas del ICBF que hoy son profesionales

Me caractericé por tener un buen rendimiento académico, ocupé el primer puesto y nivelé en la primaria porque me promovían de curso, por lo que ingresé ya mayorcita, y la secundaria la terminé sin ningún problema. El IBCF me hizo seguimiento  con el fin de evaluarme para mi proyecto de vida. Incluso, me hicieron pruebas para ver con qué carrera me identificaba. Pensé que no tendría oportunidad de una universidad por los costos, pero me dieron la buena noticia. Primero le apunté a la fisioterapia, pero después escogí Nutrición y Diétetica.  Y solo la había en la Universidad de Pamplona. Me remitieron. Estaba feliz, no lo creía. El primer semestre fue de retos. Estaba llena de temores, de incertidumbre. No tenía las herramientas, computador, ni internet,  pero sí las ganas. Al final venía cada semestre a presentar mis buenas notas al Bienestar Familiar.

Las oportunidades hay que saberlas aprovechar. No quiero que me tengan lástima, quiero que me miren normal, sin el lastre de ser niña abandonada, huérfana”.

Y a los dos meses de haber terminado  la carrera (hace siete años) le salió trabajo en Casanare, de donde es el   papá de su hijo a quien conoció cuando estudió en Pamplona. Al retornar a Cúcuta, 2015, el Bienestar Familiar le solicitó su hoja de vida y la vinculó en los programas de primera infancia. “Fue enriquecedor porque los que me acompañaron en mi proceso se convirtieron en mis compañeros de trabajo”.

Su hijo tiene seis años. “Es mi familia real” y su apoyo sigue siendo el  Bienestar Familiar, donde labora en el  Caivas (Centro de Atención Integral a Víctimas de Violencia Sexual).

 

Chiquinquirá Ovallos

 

Vivía en Teorama. Su historia  la remonta a los seis años. Su madre sufría de epilepsia y al mismo tiempo de ataque de esquizofrenia. En cada episodio ella y su hermana mayor salían lastimadas. Pero su viacrucis inició el día en que a su casa se metió una gallina del vecino por un hueco que había en el patio.  A su mamá la acusaron de habérsela robado. En el solar había palos de mangos y mandarinas “que servían para aliviar el hambre cuando no teníamos para comer”.  Entonces los vecinos, por venganza, porque la gallina había aparecido en su casa, empezaron a tirarles piedras grandes hasta que destruyeron la vivienda.


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Su mamá las  envió para donde sus abuelos, a una vereda distante unas tres horas de Teorama. Al llegar y contar la historia, sus abuelos respondieron: su mamá se lo buscó miren a ver qué hacen. Las hermanitas se regresaron agarradas de las manos con el temor de que les pasara algo.

“Con mi mamá empezamos a caminar por las calles durante tres días. Y alguien dio aviso a una comisaría de familia. Nos llevaron, en una camioneta blanca. Recuerdo que mi mamá no se despidió de nosotras porque ella dijo que nunca nos iba a abandonar. Nos trasladaron para un amparo de niñas en Ocaña. Mi mamá se quedó en Teorama. Todos los fines de semana nos visitaba. Ella pedía para los pasajes. Después de un tiempo mi mamá no volvió.  Y empezamos a preguntar el por qué. Después nos trasladaron a un Hogar Sustituto y  allá nos avisaron que mamá había fallecido. Pero no nos llevaron al funeral para despedirla.

Tres hijas del ICBF que hoy son profesionales

En el Hogar empezaron a buscar algún familiar para que se hiciera cargo de nosotras, pero nadie respondió. Estuvimos a punto de ser adoptadas, pero nos quedamos esperando. La situación de nosotras cambió. Nos sentimos seguras. Teníamos acceso a comida, educación y acompañamiento sicológico.

Además en el colegio fui víctima de matoneo. Me decían la huérfana. Y eso   me convirtió en introvertida. No dejaba que nadie se me acercara. Cuando cursaba  octavo grado llegó el comité de dirección y me trajo para Cúcuta. Mi hermana terminó y se congregó a un convento, pero después dejó los hábitos y formó su familia.

En Cúcuta me acogió un Hogar Sustituto y en el Colegio Municipal me gradué de bachiller. Luego me dieron la oportunidad de estudiar Trabajo Social en la Universidad Francisco de Paula Santander.  Después  conocí a quien hoy  es mi esposo, un Ingeniero Electromecánico, con quien formé mi hogar. Trabajo en mi profesión con el Instituto de Bienestar Familiar en Cúcuta”.

 

Lizzeth Yahaira Gutiérrez

 

Su historia es muy parecida a la de Chiquinquirá Ovallos. Ella nació en Ocaña donde estudiaba bachillerato. “Viví con mamá, quien sufría de esquizofrenia y por su enfermedad la dinámica familiar fue totalmente diferente. Cuando mi mamá entraba en crisis me golpeaba. Solo éramos, ella y mi hermanita mayor. Y pasábamos demasiadas necesidades. Ella vendía chance para sobrevivir y mi hermana mayor ayudaba con el pago del arriendo.

La etapa más difícil era su crisis. Cuando tenía 15 años intenté suicidarme, por la misma situación que vivía, sin embargo cuando me recuperé, del hospital me enviaron al ICBF y fue en ese momento en que mi vida dio un giro para siempre.
 

En abril de 2006, cursaba grado 10, y encontré en mi Hogar Sustituto el amor de una familia, personas que se preocupaban por mi bienestar, personas que creyeron en mis sueños, me apoyaron y me enseñaron muchos valores. Yo pedía al ICBF que me dejaran terminar mis estudios en el Alfonso López de Ocaña. En el grado 11 me fue muy bien en el resultado del ICFES  y eso abrió otra posibilidad. 

Un día de octubre se estudió a fondo mi caso, para ver la posibilidad de apoyarme en la universidad. 

Tres hijas del ICBF que hoy son profesionales

 El 13 de noviembre la defensora de Familia me llamó y me dijo que por fin me había declarado en adoptabilidad. Me explicó que más allá de ser adoptada, era que a partir de la fecha pasaba a ser hija del Estado y uno de los beneficios era que podría ingresar a la universidad.

Estudié Psicología en la Universidad de Pamplona, sede Villa del Rosario. El ICBF me pagó la carrera. Fui la primera graduada de Norte de Santander, la profesional hija del Bienestar Familiar,2013.

En el 2014 decidí cambiarme de ciudad y me trasladé a  Cali, con 4 maletas, sin conocer a nadie, pero con el corazón llenos de sueños. En marzo de ese año empecé a trabajar con un operador Fundapre, en un programa  que se llama externado, en el  barrio  El Calvario (el mismo nombre dice lo complicado del sector). Eran niños con alto riesgo de vida en calle, hijos de consumidores, trabajadoras sexuales, recicladores y otras problemáticas.


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Al principio fue demasiado difícil, pero hice un trabajo con mucho amor, entendiendo las diferentes situaciones que ellos vivían, y ocurrió un cambio mágico. En julio de 2015, me llamaron del ICBF (regional Valle) para que pasara la hoja de vida y desde allí se hizo realidad otro de mis sueños, trabajar directamente en el Bienestar Familiar”.

Tres hijas del ICBF que hoy son profesionales

‘Sueños, Oportunidades para volar’

El proyecto ‘Sueños, oportunidades para volar’ que implementa el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar “se materializa por medio de la vinculación de los adolescentes y jóvenes a las instituciones educativas formales y no formales para el fortalecimiento de su proceso académico y su posterior vinculación laboral”, explicó la directora Jessika Daritza Flórez Torres.

“Desde que ingresan a protección, y a través de todo el curso de vida, nosotros hacemos ese acompañamiento para la construcción de ese proyecto de vida. Cuando son bachilleres,  ingresan a esta estrategia, partiendo de sus habilidades. No todos estudian carreras profesionales”.

En estos momentos el ICBF tiene 33 postulaciones aprobadas para programas de formación académica. En total 67 son beneficiarios del proyecto Sueños. Unas son carreras tecnológicas y otros son cursos cortos. El ICBF ha invertido $99 millones. Es decir, asume los costos del pago de las matrículas y del sostenimiento de la carrera, que el mismo programa les exige.

En el Sistema de Responsabilidad Penal se han beneficiado 21, con universidades, carreras técnicas y tecnológicas. Y  otros 20 beneficiarios en formación a la medida, o sea cursos cortos, vocacionales como: belleza, barbería, mantenimiento de celulares. “La idea es para cuando cumplan la edad y salgan del Instituto, tengan esas herramientas para que se defiendan”.  Y agregó: “Hemos tenido muchos profesionales y en la actualidad están trabajando cinco con el Bienestar Familiar. Luego de ser hijos del Estado se vinculan tanto de planta como de contrato”.

El ICBF tiene 879 niños bajo la medida de protección, entre hombres y mujeres y alrededor de 150 Hogares Sustitutos en Norte de Santander.

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