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Cúcuta
Aquellos remedios caseros que ya pocos recuerdan en Cúcuta
Hilda Gélvez, en la parte alta del barrio Gaitán (Cúcuta), lleva 40 de sus 74 años ‘curando’ las dolencias mediante ventosas y masajes con un preparado de tabaco y otras ramas
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Eduardo Bautista
Eduardo Bautista
Jueves, 2 de Marzo de 2023

 

En hogares del campo y la ciudad los remedios caseros eran usados para procurar alivio a las dolencias y padecimientos de las personas, ante la ausencia en muchos casos de centros de salud o falta de dinero para pagar una consulta y costosas fórmulas médicas.


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Surgían entonces esos saberes aprendidos por generaciones, como una farmacopea popular, que se tenía a mano y a la que se recurría con cierta regularidad, como baños de hierbas, brebajes, ungüentos preparados a partir de diferentes elementos y materias primas a las que se les atribuían propiedades medicinales, reales o supuestas, según la creencia y arraigo entre las comunidades. 

Un remedio casero para limpiar el cerumen, tratar la otitis, el zumbido, el vértigo y el dolor, consistía en hacer un cono de papel, poner la punta delgada en el interior del oído y acercar una fuente de calor (podía ser prendiendo fuego a la parte ancha del embudo), para que el humo penetrara e hiciera su trabajo, lo que podía tener riesgo. Esta práctica fue conocida como ‘cono de oído’.

Son remedios caseros que aún en la actualidad se usan, en manos de personas que aseguran están preparadas para sanar, como el caso de Hilda Gélvez, en la parte alta del barrio Gaitán (occidente de Cúcuta), quien lleva 40 de sus 74 años  ‘curando’ de dolencias a quienes piden su ayuda.


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Ella aplica ventosas en los puntos de dolor, usando un trozo de vela encendido que pega con la esperma a una tapa plástica y pone sobre la piel, cubriéndola enseguida con un vaso de vidrio. La piel se recoge dentro del vaso y permanece así unos cinco minutos, repitiendo esa operación las veces que considere necesarias.
 

remedios caseros

 

Hilda complementa la terapia de ventosas con masajes, que dice deben ser bien aplicados para hacer desaparecer el espasmo muscular, el viento acumulado, aliviar el dolor de torceduras y ligamentos encaramados. 

Ella prepara un mejunje a saber: Un pocillo de kerosene, pocillo y medio de aceite de comer,  nueve hojas de oreganón (orégano), nueve cogollos tiernos de cují. Las hojas se lavan y sofríen en el  aceite por pocos minutos, se le agrega  el kerosene y el contenido de tres tabacos que se deben fumar tres veces previamente, para mezclar todos los ingredientes y aplicar cuando ya esté frío. 


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Las terapias que se deben hacer por nueve días consecutivos, han servido incluso para levantar del estado de postración a personas que sufrieron parálisis y trombosis, asegura Hilda, agregando que “Dios es el que nos da el don y uno debe aprender a sobar y hacer bien cada procedimiento”.
 
Beber en ayunas agua de anís estrellado, acompañado de masajes en el cuello con el dorso de la mano, ayuda a devolverle el habla a los pacientes de trombosis, según esta mujer, quien no cobra nada por sus servicios, y tiene más recetas para otras enfermedades. 


Remedios para cada cosa


Los Tunebos (indígenas U'wa) se paseaban por las calles y avenidas de Cúcuta vendiendo manillas o pulseras de azabache, y las madres corrían a comprarlas para amarrarlas con cinta roja en la muñeca o el pie izquierdo de sus niños como amuleto, con lo que aseguraban quedaban cruzados contra el mal de ojo. 

Los niños solían verse asomados en las puertas o ventanas de sus casas sin posibilidad de salir a jugar o ir a la escuela, luciendo collares de limones, todo porque estaban enfermos de paperas (parotiditis infecciosa), para lo cual hoy existen vacunas y su tratamiento es con analgésicos y compresas frías. La creencia de los abuelos y padres era que el collar de limones impedía que la inflamación de las glándulas salivales se bajara y así evitaban la hinchazón de los testículos. 

Remedios caseros olvidados

 

Un collar de ajos entrelazados servía también para el rebote de lombrices y como complemento antiparasitario al “jarabe Pipelón, para el niño chiquito y barrigón”, muy usado en aquellos años.

Si un niño estaba ‘pujón’ era menester buscar una mujer embarazada, primeriza,  para que lo cruzara, pero si el caso era que el niño presentaba gases, se ponían a calentar unas gotas de aceite de comer y hojas de manzanilla, para hacerle un masaje suave en la barriga.  

Esta técnica era usada igualmente cuando se decía que el niño estaba ‘descuajado’ o ‘bazuqueado’ (bazo inflamado), siendo ese el momento de llevarlo hasta donde la comadrona o el rezandero para que lo secreteara, quienes le susurraban algunas frases inaudibles al oído, le hacían un sobo abdominal y le ponían un trapo ajustado  a manera de fajero, para que todo volviera a su estado natural y cesara la diarrea que solía darle a los niños en ese estado.


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El bazo inflamado también se trataba de la siguiente manera: Se agarraba un totumo pequeño, se abría un hueco, se le sacaban las tripas o pulpa y había que orinar dentro de él, se tapaba con un corcho, para enterrarlo debajo del fogón de las cocinas de barro que existían en muchas casas de antaño o en el patio. Eso garantizaba una mejoría para el padecimiento. 

La erisipela se curaba sobándole siete sapos vivos por la barriga en la parte afectada del paciente, con buches de aguardiente, uno cada día, los que se colgaban de las patas al sol. En la medida que el animal se iba secando, así se secaba el enrojecimiento y la erupción  de la piel producida por esa enfermedad. 

En ayunas, en el tronco del árbol de guácimo,  se estampaba o marcaba la huella del pie izquierdo del niño ‘ombligón’, se sacaba el pedazo de corteza que correspondía a la plantilla del pie, con la  creencia que al cerrarse la cicatrizaba del tallo, el ombligo disminuía su tamaño hasta dejarlo normal. 

Una penca de sábila caliente, pelada por una cara, se le pasaba a la persona por el pie para curar los espolones, debiendo colgarla al sol, con la fe que al secarse las pencas el doloroso espolón desaparecía. Esto se repetía durante nueve días. 

El pasmo se curaba con baños de hojas maceradas de matarratón, calentando el agua con el sol de la mañana, lo que resultaba bien relajante. Este remedio servía también para quitar el salpullido y otras afecciones cutáneas. 

El llantén era el remedio preferido para lavar heridas, evitando la infección y procurando una rápida cicatrización. 

Las abuelas cortaban artemisa (altamisa) para hacer escobas y barrer toda la casa, dejando así las  habitaciones y demás espacios con un agradable aroma, además de alejar las malas energías, según la creencia popular.
Una chicharra o un pájaro cucarachero se metía en la boca de aquellos niños que se demoraban en hablar o tartamudeaban y eso les ayudaba a soltar la lengua, decían los viejos.

Para sacar las espinas encarnadas un parche de miel o cera de abeja, los abscesos se tratan con baños de malvarrosa o yerba de sapo con almidón o papa machacada.

La tortícolis (dolor de los músculos del cuello) se curaba con orégano machacado, doblar el codo y presionar el músculo del antebrazo o poner una toalla mojada en agua tibia alrededor del cuello y agua fría en los pies por 15 minutos, según lo recomienda la hermana María Fanny Velásquez, misionera de la Madre Laura, en su libro “Con las plantas la salud al alcance de tus manos”.

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