Lunes, 5 de Mayo de 2014
El sol mañanero se colaba por entre el ramaje de los árboles del patio. Los alumnos del colegio María Concepción Loperena, también llamado CASD, hablaban en voz baja, sentados en el suelo, debajo de los árboles, al pie de la tarima, adornada para el acto del día. Se trataba de celebrar el Día del Idioma, pero esta vez con un ingrediente especial: un homenaje a Gabriel García Márquez, recientemente fallecido.
No es la primera vez que allí se celebran actos literarios. Desde que asumió la rectoría del plantel el escritor Serafín Bautista Villamizar, en el CASD se suceden con frecuencia recitales, obras de teatro, conversatorios, concursos, talleres literarios. Es el aporte de un rector comprometido con la cultura de sus pupilos, con el apoyo de un grupo de docentes que no han dudado en acompañar a Serafín en sus iniciativas de propagador de sueños.
Cuando a la tarima se encaramaron los escritores invitados, hubo un silencio entre los asistentes, a la espera de una jornada doblemente especial: Por una parte, el homenaje al Nobel colombiano, y, en segundo lugar, un rato de descanso, sin clases, sin el aburrimiento de las materias de siempre, sin el asedio de profesores intensos que piden tareas, revisan trabajos y ponen unos y ceros. “Portémonos bien para que no nos manden a los salones”, parecía ser el acuerdo que circulaba de mirada en mirada entre los estudiantes.
Y se portaron bien. El acto central era la lectura colectiva entre los escritores, de un cuento de García Márquez, que, en esta oportunidad, fue “Un día de estos”. Los lectores se acomodaron al lado de un enjambre de mariposas amarillas que colgaban de los árboles y entre ramos de flores amarillas, todo como un recuerdo de los gustos preferenciales del Nobel. Se cuenta que García Márquez cuando escribía siempre tenía a su lado una rosa amarilla, símbolo de la buena suerte y de la inspiración portentosa que siempre lo acompañaba.
La lectura la comenzó el propio Serafín, quien hizo la introducción y la ambientación del mencionado cuento. Se trataba del odontólogo del pueblo, al que acudió aquella mañana el alcalde, se enemigo político, acosado de un dolor de muela, que no lo había dejado dormir. Los escritores Cicerón Flórez Moya, Raúl Sánchez Acosta, Pedro Cuadro Herrera, Ciro Alfonso Pérez y quien esto escribe, contertulios y amigos de la literatura, nos dimos un banquete leyendo en voz alta, ante la juvenil audiencia, el maravilloso pasaje de la vida en Macondo, cuando el dentista le extrae, sin anestesia, la muela enferma al pobre alcalde, lloroso e impotente.
-¿A quién le paso la cuenta de cobro? –le preguntó el dentista al alcalde, mostrándole la muela ya extraída-. ¿A usted o al municipio?
-Eso es la misma vaina –le contestó el alcalde.
La brisa se había detenido entre los árboles del colegio y los muchachos callaban, pero las imaginaciones volaban más allá de las palabras. En un colegio de Cúcuta, unos estudiantes, sentados en el suelo, pero repletos de alegría, sintieron por un rato la fuerza arrolladora de la literatura bien escrita. Y hasta es posible que de allí, de aquella jornada mañaneramente literaria, hayan salido dos, tres, muchos estudiantes, deseosos de seguir leyendo las obras de García Márquez y de otros escritores. Y ¡quién quita! Hasta de pronto a algún estudiante le dé por empezar a escribir algún cuento. Y no sería raro, porque ahí estaban las mariposas amarillas para alegrar la inspiración y las flores amarillas de la buena suerte. Y un rector, literato. Y unos profesores, amigos de las cosas bellas. Como bellas las profesoras que nos engalanaron con una mariposa amarilla en la solapa.
No es la primera vez que allí se celebran actos literarios. Desde que asumió la rectoría del plantel el escritor Serafín Bautista Villamizar, en el CASD se suceden con frecuencia recitales, obras de teatro, conversatorios, concursos, talleres literarios. Es el aporte de un rector comprometido con la cultura de sus pupilos, con el apoyo de un grupo de docentes que no han dudado en acompañar a Serafín en sus iniciativas de propagador de sueños.
Cuando a la tarima se encaramaron los escritores invitados, hubo un silencio entre los asistentes, a la espera de una jornada doblemente especial: Por una parte, el homenaje al Nobel colombiano, y, en segundo lugar, un rato de descanso, sin clases, sin el aburrimiento de las materias de siempre, sin el asedio de profesores intensos que piden tareas, revisan trabajos y ponen unos y ceros. “Portémonos bien para que no nos manden a los salones”, parecía ser el acuerdo que circulaba de mirada en mirada entre los estudiantes.
Y se portaron bien. El acto central era la lectura colectiva entre los escritores, de un cuento de García Márquez, que, en esta oportunidad, fue “Un día de estos”. Los lectores se acomodaron al lado de un enjambre de mariposas amarillas que colgaban de los árboles y entre ramos de flores amarillas, todo como un recuerdo de los gustos preferenciales del Nobel. Se cuenta que García Márquez cuando escribía siempre tenía a su lado una rosa amarilla, símbolo de la buena suerte y de la inspiración portentosa que siempre lo acompañaba.
La lectura la comenzó el propio Serafín, quien hizo la introducción y la ambientación del mencionado cuento. Se trataba del odontólogo del pueblo, al que acudió aquella mañana el alcalde, se enemigo político, acosado de un dolor de muela, que no lo había dejado dormir. Los escritores Cicerón Flórez Moya, Raúl Sánchez Acosta, Pedro Cuadro Herrera, Ciro Alfonso Pérez y quien esto escribe, contertulios y amigos de la literatura, nos dimos un banquete leyendo en voz alta, ante la juvenil audiencia, el maravilloso pasaje de la vida en Macondo, cuando el dentista le extrae, sin anestesia, la muela enferma al pobre alcalde, lloroso e impotente.
-¿A quién le paso la cuenta de cobro? –le preguntó el dentista al alcalde, mostrándole la muela ya extraída-. ¿A usted o al municipio?
-Eso es la misma vaina –le contestó el alcalde.
La brisa se había detenido entre los árboles del colegio y los muchachos callaban, pero las imaginaciones volaban más allá de las palabras. En un colegio de Cúcuta, unos estudiantes, sentados en el suelo, pero repletos de alegría, sintieron por un rato la fuerza arrolladora de la literatura bien escrita. Y hasta es posible que de allí, de aquella jornada mañaneramente literaria, hayan salido dos, tres, muchos estudiantes, deseosos de seguir leyendo las obras de García Márquez y de otros escritores. Y ¡quién quita! Hasta de pronto a algún estudiante le dé por empezar a escribir algún cuento. Y no sería raro, porque ahí estaban las mariposas amarillas para alegrar la inspiración y las flores amarillas de la buena suerte. Y un rector, literato. Y unos profesores, amigos de las cosas bellas. Como bellas las profesoras que nos engalanaron con una mariposa amarilla en la solapa.