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Editorial
El pez en el agua
Ganarse a los habitantes de las zonas donde actúan otorga a quienes lo hacen una ventaja estratégica enorme.
Miércoles, 19 de Agosto de 2015

La doctrina maoísta de la guerra revolucionaria plantea que el Ejército Popular debe moverse entre el pueblo como pez en el agua, uniendo el trabajo productivo con el militar. Es algo tan elemental y fácil de entender…

Y, para moverse como pez en el agua, es necesaria una perogrullada: ganarse a la gente, algo en lo que son expertos no solo los guerrilleros, sino los delincuentes. La historia lo prueba con Pablo Escobar en Envigado y El Poblado, los Rodríguez Orejuela en Cali y Jamundí, y ahora ‘Megateo’ en todo Catatumbo, e ‘Inglaterra’ en todo Urabá.

Ganarse a los habitantes de las zonas donde actúan otorga a quienes lo hacen una ventaja estratégica enorme, capaz de decidir en su favor, en cualquier momento, una relación de poder. El pez en el agua es superior al hombre en el agua.

¿Cómo combatir al pez en su pecera? Más elemental aun: sacándole el agua; en el caso del delincuente, por ejemplo, quitándole la gente, ganándosela. El asunto clave es que hay que saber cómo dejarlo solo, sin el apoyo popular.

Y, en esto, las fuerzas de seguridad colombianas siempre se han equivocado. El Estado siempre ha dado palos de ciego, cuando ha hecho presencia, o simplemente se olvida de que por allá, en algún rincón, hay un delincuente poderoso escondido entre la gente. Y, cuando reacciona, de ordinario es tarde.

Es lo que sucede en La Vega de San Antonio, a donde el Ejército solamente va, como dicen, de entrada por salida, es decir, sin demorarse, porque es atacado por los pobladores. Este lugar es jurisdicción de La Playa de Belén, donde buscan a ‘Megateo’.

En la búsqueda de ‘Inglaterra’, en Carepa, las fuerzas del Estado se encuentran con personas como una mujer de Peñas Blancas que dijo a periodistas: “Si viene a mi casa (hablaba del delincuente), yo lo escondo. Ese señor cuida de nosotros”

Una historia de prensa sobre la zona, dice sencillamente: “Los 1.200 efectivos de la Policía Nacional desplazados a Urabá para desarrollar la Agamenón (operación contra ‘Otoniel’, máximo jefe urabeño) saben que esa batalla la librarán solos. Además de la nula colaboración ciudadana, no pueden apoyarse en las autoridades locales. Una parte están compradas e infiltradas por los Urabeños y otra prefiere no actuar, por el temor a sufrir represalias”.

Pero, ¿por qué los habitantes rodean a las guerrillas o a las bandas criminales, y no a las fuerzas oficiales? Pues porque en las zonas donde eso ocurre el Estado jamás se ha hecho presente. Allí la justicia son las organizaciones ilegales armadas, ellas son el gobierno, ellas son la administración pública, ellas son todo lo que hace falta.

Son frecuentes las quejas de los pobladores de zonas donde irrumpen la Policía o el Ejército, sobre los abusos y los atropellos a los que los someten los uniformados, a los que, en 60 años de guerra, nadie se ha preocupado por formar a fin de que, en vez de echarse la gente encima, se la echen al bolsillo.

Parece que aún perduran recuerdos de la práctica de las aldeas estratégicas en Vietnam, en las que se concentraba y aislaba a la población civil, para mantenerla bajo control, incluso en lo tocante con sus relaciones íntimas. El maltrato institucionalizado a la gente fue, al final, una de las causas de la derrota estadounidense en esa guerra.

En vez de ganarse a la población, el Estado y sus organismos de seguridad, la radicalizan en el lado contrario cuando, como dicen, le controlan hasta la cantidad de sal o de arroz que consumen, o los analgésicos y las medicinas en general.

Así, en vez de sacarle el agua a la pecera, le están echando más.

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