Sábado, 27 de Septiembre de 2014
~Nada se desvirtúa más pronto que la obligación de hacer algo. Pueden ser
muy benéficos los resultados que se esperan, pero incluso votar
obligatoriamente puede llegar a ser un ejercicio cívico
contraproducente.~
Nada se desvirtúa más pronto que la obligación de hacer algo. Pueden ser muy benéficos los resultados que se esperan, pero incluso votar obligatoriamente puede llegar a ser un ejercicio cívico contraproducente.
El riesgo de hacer obligatorio el voto de los colombianos, aunque sea por un corto período, puede traer más consecuencias negativas que positivas para el sistema electoral.
Si, como lo propusieron en el Congreso los liberales Horacio Serpa Uribe y Viviane Morales, se hace obligatorio votar en las próximas tres elecciones, sean para lo que sean, se estaría atentando contra la naturaleza de la democracia, que descansa sobre la libertad de las personas de decidir, en el sentido que mejor les parezca, cómo quieren ser gobernadas y por quienes. Pero, todo, sin obligaciones.
Quizás, a los autores de la propuesta los anime la posibilidad de que haya necesidad de ratificar, en una votación universal, los acuerdos del diálogo de La Habana, y para ello será necesario obtener en las urnas un respaldo suficiente como para disipar todas las dudas de inmediato, algo que podrá garantizarlo una cantidad de votos apabullante.
Pero, como lo indican algunas señales, es muy posible que un referendo para validar los acuerdos de Cuba reciba un apoyo mayoritario, sí, pero no tan contundente como el que se quisiera. Y, si se fuerza a la gente a votar, podría ocurrir como ha sucedido en otros países, que los electores, disgustados, voten de cualquier manera e incluso en contra del interés del gobierno.
En Chile, por ejemplo, donde se hizo obligatorio votar, los ciudadanos debían inscribirse en el padrón electoral, y así quedarían obligados a votar para siempre. Los joven es se negaron incluso a inscribirse.
En Perú, donde también votar es forzoso, los ciudadanos van a las urnas en procura de gabelas y beneficios que les ofrecen (si no votan no podrán obtener certificados del Estado o no podrán cambiar cheques…), sin interesarse por candidato alguno, lo cual desvirtúa de manera enfática el ejercicio democrático.
Algunos teóricos dicen, con un criterio extremo, que incluso vivir bajo las dictaduras es voluntario, porque, desorganizados o desunidos, los ciudadanos no las enfrentan y terminan soportándolas.
Participar de una democracia es y debe ser un acto voluntario de cada ciudadano. Y, en ese sentido, acudir o no a las elecciones es manifestación de esa misma voluntad. Como lo es depositar el voto y respaldar a uno u otro candidato.
Pero, hacer obligatorio el voto, implica disponer de una enorme cantidad de recursos y mecanismos para no perjudicar a quienes, por ejemplo, viven en el exterior, o a quienes el día de elecciones están ausentes de su lugar, o están enfermos.
Además, habrá que reforzar todo el sistema, para que muchos millones de votantes puedan votar en el mismo lapso de ocho horas, y disponer controles para evitar el caos en sitios de grandes concentraciones.
Quizás haya manera de garantizar que centenares de miles de votantes puedan, ya no ejercer su derecho a elegir, sino obedecer la obligación de votar, aunque no quieran hacerlo, pero ¿cómo evitar que, en represalia por lo forzoso de la situación, voten masivamente en blanco o anulen sus votos, como retaliación?
No hay manera de garantizar que no haya abstención. Incluso en las más avanzadas democracias no todos votan. Podría decirse que en las democracias son más los que se abstienen que los que votan, y sin embargo, son menos los países donde a la gente le toca votar aunque no quiera.
Italia, Grecia, Perú, son tres de esos países donde votar es obligatorio, y ninguno de los tres es garantía de solidez democrática.
¿Es eso lo que se pretende para nuestro país? ¿No se podrá pensar un poco más antes de embarcarnos en una especie de aventura de la obligación?
El riesgo de hacer obligatorio el voto de los colombianos, aunque sea por un corto período, puede traer más consecuencias negativas que positivas para el sistema electoral.
Si, como lo propusieron en el Congreso los liberales Horacio Serpa Uribe y Viviane Morales, se hace obligatorio votar en las próximas tres elecciones, sean para lo que sean, se estaría atentando contra la naturaleza de la democracia, que descansa sobre la libertad de las personas de decidir, en el sentido que mejor les parezca, cómo quieren ser gobernadas y por quienes. Pero, todo, sin obligaciones.
Quizás, a los autores de la propuesta los anime la posibilidad de que haya necesidad de ratificar, en una votación universal, los acuerdos del diálogo de La Habana, y para ello será necesario obtener en las urnas un respaldo suficiente como para disipar todas las dudas de inmediato, algo que podrá garantizarlo una cantidad de votos apabullante.
Pero, como lo indican algunas señales, es muy posible que un referendo para validar los acuerdos de Cuba reciba un apoyo mayoritario, sí, pero no tan contundente como el que se quisiera. Y, si se fuerza a la gente a votar, podría ocurrir como ha sucedido en otros países, que los electores, disgustados, voten de cualquier manera e incluso en contra del interés del gobierno.
En Chile, por ejemplo, donde se hizo obligatorio votar, los ciudadanos debían inscribirse en el padrón electoral, y así quedarían obligados a votar para siempre. Los joven es se negaron incluso a inscribirse.
En Perú, donde también votar es forzoso, los ciudadanos van a las urnas en procura de gabelas y beneficios que les ofrecen (si no votan no podrán obtener certificados del Estado o no podrán cambiar cheques…), sin interesarse por candidato alguno, lo cual desvirtúa de manera enfática el ejercicio democrático.
Algunos teóricos dicen, con un criterio extremo, que incluso vivir bajo las dictaduras es voluntario, porque, desorganizados o desunidos, los ciudadanos no las enfrentan y terminan soportándolas.
Participar de una democracia es y debe ser un acto voluntario de cada ciudadano. Y, en ese sentido, acudir o no a las elecciones es manifestación de esa misma voluntad. Como lo es depositar el voto y respaldar a uno u otro candidato.
Pero, hacer obligatorio el voto, implica disponer de una enorme cantidad de recursos y mecanismos para no perjudicar a quienes, por ejemplo, viven en el exterior, o a quienes el día de elecciones están ausentes de su lugar, o están enfermos.
Además, habrá que reforzar todo el sistema, para que muchos millones de votantes puedan votar en el mismo lapso de ocho horas, y disponer controles para evitar el caos en sitios de grandes concentraciones.
Quizás haya manera de garantizar que centenares de miles de votantes puedan, ya no ejercer su derecho a elegir, sino obedecer la obligación de votar, aunque no quieran hacerlo, pero ¿cómo evitar que, en represalia por lo forzoso de la situación, voten masivamente en blanco o anulen sus votos, como retaliación?
No hay manera de garantizar que no haya abstención. Incluso en las más avanzadas democracias no todos votan. Podría decirse que en las democracias son más los que se abstienen que los que votan, y sin embargo, son menos los países donde a la gente le toca votar aunque no quiera.
Italia, Grecia, Perú, son tres de esos países donde votar es obligatorio, y ninguno de los tres es garantía de solidez democrática.
¿Es eso lo que se pretende para nuestro país? ¿No se podrá pensar un poco más antes de embarcarnos en una especie de aventura de la obligación?