Llegar al estadio General Santander, el jueves por la noche, era casi imposible. Las calles que rodean la Diagonal Santander a la altura de la Plaza de Banderas lucían intransitables, no se podía avanzar un metro sin tener que esquivar a las personas que caminaban apresuradas por los andenes cercanos. El ajetreado transporte público de la época decembrina, y los miles de hinchas rojinegros que buscaban ingresar al estadio, a como diera lugar, formaban un atasco monumental entre las bocinas de los carros y los gritos de los vendedores de comida rápidas y cerveza.
Varias cuadras antes de llegar a la cancha ya se veían, como dos edificios en el cielo, las torres que iluminan el gramado del General Santander con las lámparas encendidas, como anunciándoles a los que aguardaban afuera que se encontraban preparadas para darle brillo al espectáculo que estaba a punto de comenzar. El ambiente tenía ese olor especial a fiesta de futbol, ese aroma a Copa Libertadores que tanto extrañan los hinchas cucuteños. Ambiente de equipo grande, respetado y temido.
Buscar un lugar libre para acomodarse fue mucho más difícil que llegar al estadio. Pero a nadie le importaba, nadie estaba inconforme por llegar y encontrarse con todos los espacios ocupados. A fin de cuentas, todos iban a celebrar lo mismo, sentados, parados, acurrucados, o unos encima de otros; no importaba, todos, en absoluto, iban con el mismo propósito, recordar esa noche que se sintieron dueños del fútbol colombiano, la noche que el Cúcuta Deportivo dejó de ser el equipo de las tristezas en la B para convertirse en el mejor de Colombia.
Durante el 2016 el estadio nunca se vio así, tan imponente, desbordado de camisetas rojas, negras y blancas; con ruidos de trompetas, bombos y platillos retumbando en todos los rincones.
“Los partidos del Cúcuta este año en la B, comparados con esta fiesta de hoy, eran entrenamientos a puerta cerrada”, comentaban con burla los hinchas, felices y dichosos de volver a ver su estadio albergando a más de 25.000 personas.
Como aquella mañana de diciembre de 2006, un día después del partido consagratorio en Ibagué, uno a uno fueron presentados los jugadores de esa nómina campeona que vive intacta en el recuerdo de los hinchas nortesantandereanos.
Cuando el presentador mencionó a Blas Pérez y Macnelly Torres el estadio explotó en algarabía. Todos saltaron de sus puestos y aplaudieron hasta el cansancio, algunos solo se interrumpían para secarse las lágrimas, pero después continuaban rendidos ante el par de ídolos que tendrá para siempre el equipo fronterizo, y que ayer volvieron a conformar esa peligrosa dupla en ataque que tantos goles y emociones le regaló a la ciudad.
En cuanto a lo futbolístico, el Cúcuta comenzó ganando a los 14 minutos del primer tiempo, y todo parecía encaminado como para cerrar la noche con una victoria que sería la cereza en el ponqué del cumpleaños. Sin embargo, los muchachos que representaron al Deportes Tolima tenían otros planes y no vinieron a perder.
Tanto así, que terminaron con un jugador expulsado y con el compromiso remontado, para irse con una victoria 2-3 del General Santander.
Pero nada, absolutamente nada les aguaba la celebración a los cucuteños, que volvieron a emocionarse hasta las lágrimas cuando finalizó el juego y sus “héroes” dieron la vuelta olímpica con el trofeo de campeón.
Lo de anoche fue un mensaje claro para todo el país: Cúcuta sigue teniendo una afición noble y muy fiel, que seguirá aguardando, el tiempo que sea necesario, a que regresen aquellas noches mágicas, de fiesta y fútbol exquisito en el “Coloso de la Diagonal”.