Hacer un recorrido por el año del Cúcuta Deportivo es como sentarse a ver la cuarta o quinta parte de una película de pánico. Una larga cinta de terror que sus hinchas sufrieron a lo largo de todo el 2016, en un acto casi de masoquismo y autoflagelación que ya se instauró como una costumbre de los últimos años.
Mientras los equipos de siempre celebran títulos, cupos a copas internacionales y clasificaciones a cuadrangulares; los hinchas del Cúcuta Deportivo cuentan, cada diciembre, los años que llevan sepultados en la segunda división, sin esperanza alguna de regresar a los primeros planos nacionales, o incluso a instancias internacionales, como ocurrió justamente hace una década con la obtención de la única estrella que tiene el equipo motilón en toda su historia.
Hoy la única razón que tienen los hinchas para celebrar, con estadio lleno y con fiesta en las tribunas, es el recuerdo que les dejó esa memorable noche del 20 de diciembre de 2006 en Ibagué, cuando de la mano de Jorge Luis Pinto, Macnelly Torres y Blas Pérez, el equipo que siempre estuvo acostumbrado a sufrir, que venia de padecer nueve años de penurias en la B; por fin tuvo un motivo para celebrar.
Pero la actualidad es muy distinta. De los gloriosos años en la A y de las hazañas en Copa Libertadores no queda ni la resaca.
Con un campeonato que duró todo el año los hinchas estuvieron prendidos de todos los santos esperando hasta la última fecha, el 17 de octubre, un milagro que los metieran en la fase final, para esperar, con otro milagro; lograr el ascenso.
Pero en el fútbol los milagros no existen y en cambio se quedaron eliminados, resignados a tener que jugar por lo menos otro año en la B, y; por si les faltaran más penas, con el equipo jugando por fuera de la ciudad porque el alcalde y el gobernador decidieron cortar relaciones con el dueño del club.
Tres técnicos fueron necesarios para intentar el resurgir del Cúcuta Deportivo en 2016, pero ninguno encontró en el camerino la varita mágica que hiciera recomponer el camino de una plantilla de jugadores que mostró más apatía que deseos de ganar.
Flabio Torres se fue peleando con el presidente José Augusto Cadena, Miguel Augusto Prince renunció en octubre cuando se dio cuenta que no iba a lograr el objetivo de clasificar entre los ocho mejores del año, y Fernando Velasco tomó el sartén caliente cuando ya la suerte estaba echada.
Este año la rojinegra se la pusieron los argentinos Roberto Nanni y Leandro Gracián, un exgoleador de Copa Libertadores y un futbolista que fue importante en una determinada época para Boca Juniors, pero vinieron como muchos, en el final de su carrera, a intentar sacar adelante un equipo grande como el Cúcuta Deportivo. Desde lo administrativo el video de fin de año de 2016 fue muy parecido al de los últimos años. Citaciones cada tres meses por reiterados incumplimientos con la Superintendencia de Sociedades, desacuerdos con entrenadores y jugadores, malas elecciones en las contrataciones y las relaciones con las autoridades del departamento por el suelo.
Por ahora, el 2017 para los hinchas del Cúcuta Deportivo no luce muy alentador. Posiblemente la sede del equipo estará en Zipaquirá, lejos de su afición y del estadio que lo albergó a lo largo de toda su historia, y sus posibilidades de ascender dependerán del esfuerzo que haga su presidente para contratar jugadores para alcanzar objetivos importantes, y no simplemente competir y deambular por la mitad de la tabla en el aburrido torneo de la B.