Son muchas las sensaciones que se generan al tratar de evaluar la jornada que llevamos a cabo el pasado 30 de septiembre y que denominamos “Movilización por la defensa de agua para la ciudad y el campo”.
Comienzo por la que menos esperábamos y que si bien logró disminuir el número de manifestantes – seguramente era el propósito – finalmente y gracias a la prudencia de la fuerza pública, fue democráticamente desatendida por quienes solo pretendíamos mostrarle a los cucuteños y metropolitanos las lamentables consecuencias que tendría para el desarrollo económico de la región el montaje de unas improvisadas motobombas que solo benefician a unos pocos, en detrimento de la inmensa mayoría de habitantes de la zona más poblada del departamento; me refiero a la irresponsable determinación que toma la administración municipal de negarnos un derecho constitucional que aún nos queda a los ciudadanos de a pie – en este caso de azadón – a la sana protesta.
Señor alcalde, usted se equivocó, nosotros no veníamos a asaltar la ciudad, nos sentimos más cómodos en el campo trabajando la tierra y dignificando nuestro nacional origen campesino. Queríamos eso sí, tener la tranquilidad de conciencia de haber tenido el valor de advertirles a quienes ostentan el poder lo equivocados que están al seguir genuflexamente las directrices de Ecopetrol y empecinarse por unos tubos y unos motores que al final solo piedras podrán bombear.
Amigos metropolitanos, la determinación de apostarle al bombeo costó insignificantes treinta millones de pesos (Estudio de alternativas). Eso no puede costar el destino económico, social, ambiental y en general integral del departamento. Lo que nos jugamos no es poca cosa. El país vive las dificultades económicas – inclusive reconocidas hasta por el Banco de la República – más críticas de los últimos años. El déficit fiscal lo calculan algunos en más de veinte billones de pesos. Creen ustedes que después de gastarnos 500.000 millones en unas motobombas – que no funcionan precisamente con energía solar – el gobierno nos dará la “mano”.
No faltó dentro de los comentarios la voz que – queriendo apocar la protesta – advertía sobre el supuesto interés político de la histórica jornada. Nada más alejado de la realidad, entre otras muchas razones porque precisamente hace catorce meses organizamos con el mismo criterio cívico y multitudinario lo que conocimos como “Gran plantón por la defensa del río Zulia”. Allí le decíamos, a través de un manifiesto al Presidente de la Republica, la necesidad – lo repetimos en el petitorio de la movilización entregado al Gobernador – de revisar el Conpes 3798, documento que nos condena resignadamente a seguir encabezando las estadísticas de desempleo, altos costos de servicios públicos y subsidiaridad mendiga de las ayudas del Estado, que de no ser por el Choco o la Guajira, nadie nos quitaría un penoso primer lugar.
Ese sí sería un decreto útil de la Emergencia Económica, porque del Acueducto Metropolitano de Cúcuta por bombeo, si acaso los jornales para enterrar la tubería nos dejará. Del presupuesto calculado, no menos del 80% está constituido por materiales importados y sus beneficios locales, durarán lo que tome su construcción.
En fin, lo hemos tratado de decir en cuanto foro u oficina del estado hemos podido. No obstante, de boca del Banco Interamericano de Desarrollo está frase debería parecer seria: “La clave es una planificación de los recursos hídricos para poder responder a las demandas de cada sector de manera sostenible”, en otras palabras la importancia del agua tiene que ver con muchos otros temas como la energía, la producción de alimentos y la conservación de la vida en los ecosistemas.
Desde esta orilla y al margen de las dificultades que vayamos encontrando, igual persistiremos en exigirle al gobierno la obligación constitucional de escucharnos y permitirle a Cúcuta y a sus vecinos metropolitanos planear su propio desarrollo con la independencia que tantas veces nos ha sido esquiva.
Concluyo con algo en lo cual las agencias y modelos climatológicos coinciden: Los inviernos serán cada vez más fuertes y los veranos cada vez más prolongados. Sabio es el oso que hiberna o el castor que represa. Lógico es que el agua caiga, no que suba.