Las lágrimas, los abrazos, las sonrisas y hasta las miradas de sorpresa, primaron en el reencuentro de las docentes que hicieron parte de la promoción de normalistas de 1966, de aquella noble institución pedagógica del tradicional barrio de El Llano Echávez, en un sector céntrico de la ciudad.
Como las abejas que se dispersan del panal en pos del polen y luego regresan al punto de partida, así ocurrió con más de treinta pensionadas, que después de cincuenta años de graduadas se regaron por distintos ciudades, e incluso de otros países, cuando los encantos físicos adornaban sus cuerpos y la alegría juvenil se podía evidenciar en la coquetería y las travesuras.
Ellas retornaron con los rezagos de la belleza que las hizo deslumbrar y la dinámica que las caracterizó en los salones y los corredores de la antigua Normal de Señoritas. La experiencia acumulada en cinco décadas y los grandes aportes que le hicieron a la educación del país, se notaron en sus disertaciones, con propiedad, profundidad y la calma que dejan tantos calendarios desojados.
Fueron cuatros días de felicidad, cuando el paso inexorable del tiempo a algunas les costó reconocer a las compañeras de los años mozos y de la fundamentación como maestras.
Vinieron de diferentes ciudades colombianas como Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Barrancabermeja y Cúcuta, entre otras, y además una de ellas se atrevió a cruzar miles de kilómetros por el espacio aéreo desde Los Estados Unidos hasta llegar al lugar que daría rienda suelta a las nostalgias y las remembranzas.
Aunque durante los cuatros días de programación no hubo espacio para el aburrimiento, porque la dicha invadía a sus espíritus, el momento que más tocó las fibras sensibles de sus humanidades, fue el volver a la capilla donde escuchaban los evangelios y a sentarse en los salones donde escuchaban las orientaciones de sus profesoras, incluso en la misma cancha de baloncesto donde regaron tantas energía y satisfacciones, y en la que aprovechaban los recreos para intercambiar con sus amigas sobre los muchachos que las “molestaban” o que eran novios.
En contraste con los momentos hermosos que volvieron a compartir, la tristeza también las asistió, por la ausencia de varias compañeras que partieron hacia el infinito, y por la fatalidad que siguió a una de ellas, que no obstante venció todos los obstáculos para cumplir la cita con sus ex compañeras de aula.
“Vengo con el corazón apachurrado, pero aquí con ustedes siento un gran alivio”, manifestó.
Paseos con asados, sancochos, eventos sociales y la compilación que hicieron de las fotografías que guardaban de su vida colegial, permitieron editar un documental, con el fondo musical de algunas de las canciones que más se escuchaban en la época de su grado como normalistas, especialmente el porro de Calixto Ochoa, Mata e caña.
La formación académica y axiológica que acumularon durante los años que permanecieron en la Normal, la demostraron en el instante que cada una de las egresadas se refirieron al significado del reencuentro después de 50 años de su graduación y a relatar las anécdotas plenas de picaresca.
Para todas ellas el mejor regalo lo ofrecieron los estudiantes de la añorada escuela Anexa, en la que realizaron sus prácticas, cuando de manera inesperada, los niños y niñas las recibieron con cánticos, dedicatorias y aplausos.
Luego de la misión cumplida, se comprometieron en reencontrarse, no en Ocaña sino en Cartagena, cuando la vida les permita celebrar los sesenta años del grado de maestras superiores.