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No podemos acostumbrarnos a la desigualdad social
Debemos dignificar cada cosa que hagamos en la ciudad, sean del sector público o privado, pensando en los más necesitados.
Viernes, 23 de Noviembre de 2018

En estos días de intenso calor en nuestra ciudad, me senté junto a mi esposa en una tienda a tomar un refresco y nos pusimos a observar con detenimiento diferentes dinámicas sociales que saltan a la vista de quien hace un ligero ejercicio de análisis de circunstancias. En la calle 24 a la altura del parque de San Rafael, el otrora parque de los animales gigantes en que los niños podían jugar, se ha convertido en paso obligado de todo el tráfico vehicular que viene del Puente Benito Hernández, que debe tomar la avenida Los Libertadores y luego cruzar para retomar la avenida primera.

El flujo vehicular ha hecho que la calle se deteriore de manera extraordinaria y su paso por el lugar sea por demás tormentoso. Trancón, huecos, polvo y retenes de la policía hacen de este lugar un verdadero caos diario. Ante la falta de oportunidades aparecen algunos tapahuecos de oficio, que a través del rebusque, buscan rellenarlos con piedra, cascajo y arena, para supuestamente aliviar el tránsito, pero lo cierto es que generan una polvareda irresistible que deja teñidas las paredes del vecindario de un color arcilloso.

Justo en ese lugar, con un sol canicular de esos que derrite suelas en el asfalto, reparamos por un momento como puede llegar a ser tortuoso no contar con una movilidad adecuada y con medios de transporte público en mejores condiciones. Pasaban personas en su camionetas de lujo, con vidrios oscuros y aire acondicionado, levantando la polvareda del tapahuecos que queriendo ayudar, empeora las cosas. Tapar lo huecos de la ciudad no es, ni debe ser el trabajo de los particulares, sino la responsabilidad del Estado.

La polvareda no afecta a quien tiene la capacidad económica de andar con los vidrios arriba, pero qué triste y desolador, ver las personas en buses viejos, rodando por este lugar, con las ventanas abiertas de par en par como única medida para apaciguar el sofocante calor y por supuesto recibiendo la polvoreda que los mismos automotores levanta. Podía sentir el sudor de las personas, siendo secado por la tierra y el polvo levantado. Es inevitable pensar que estas personas en su gran mayoría se dirigen hacia su trabajo, al cual llegarán sudados y llenos de tierra para soportar toda una tarde laboral. Qué productividad o servicio pueden lograr o prestar en esas condiciones.

Si bien las calles no están pavimentadas como debiera, el tema no es solo de inversión pública como todos reclaman, dónde está la responsabilidad social de las empresas transportadoras, que teniendo acceso a combustible económico no prestan un mejor servicio de transporte. Con vías pavimentadas o no, el calor sofocante y el polvo siempre estarán presentes. Será que no podemos tener buses con aire acondicionado en pleno siglo XXI en nuestra ciudad, para atender a nuestra gente de la manera que lo merece. Porque por nuestra ciudad solo ruedan vehículos viejos, que tal vez en otras ciudades fueron dados de baja y acá los repotencian y los lanzan a las calles.

Debemos dignificar cada cosa que hagamos en la ciudad, sean del sector público o privado, pensando en los más necesitados, pues no podemos acostumbrarnos a la desigualdad social.

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