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Motorratones vs. transporte público, drama urbano
Obviamente, la conclusión no puede ser, ¡ viva la informalidad y el rebusque ¡, pero sí entender que la arrogancia tecnocrática comete gigantescos errores que todos debemos finalmente pagar y que dilapidan recursos escasos.
Jueves, 9 de Septiembre de 2021

En días pasados vi en Cali en vivo y en directo, la confrontación entre la torpeza de los tecnócratas, especialmente si son capitalinos, y la fuerza y sabiduría práctica expresada en el rebusque o informalidad de los usuarios del transporte urbano, confrontación que permite comprender mejor cómo la necesidad es maestra de una sabiduría extraída de la dura realidad de la cotidianidad.

Los soberbios tecnócratas de Planeación Nacional desde la calle 26 de Bogotá definieron el proyecto del Mío, el sistema de transporte público masivo de la capital vallecaucana, a partir de la decisión de que para su trazado se aprovecharía el del viejo ferrocarril de los cincuenta, que corría de Norte a Sur, con lo cual supuestamente se ahorrarían tiempo y dineros muy importantes, al no tener que adquirir los terrenos requeridos. Hasta ahí todo bien, pero resulta que ese viejo trazado nada tiene que ver con la Cali de hoy, con su gran crecimiento poblacional localizado principalmente en el Oriente y los consiguientes flujos de desplazamiento diario y masivo de personas, que debía atender una obra bien costosa.

El resultado fue un verdadero elefante blanco rechazado por la ciudadanía. El Mío debía transportar un promedio diario de 600.000 personas, hoy escasamente moviliza 120.000. Las pérdidas en su operación son aún más dramáticas al considerarse el monto del endeudamiento de la ciudad para la construcción de su infraestructura y la quiebra de los privados, concesionarios de la operación del sistema. A los ojos de muchos caleños su crisis no tiene salida o exigiría su rediseño con un costo gigantesco. En este descalabro es mayúscula la responsabilidad del gobierno nacional, así como la del gobierno local que avaló el error.

Y acá entra en acción el ingenio del rebusque ciudadano, con los denominados, localmente, motorratones que rápidamente se tomaron de manera caótica las vías de Cali para darle a amplios sectores de población que no pueden utilizar taxis o andar en su carro, el servicio básico de movilizarlos necesario para hacer su vida. Un verdadero enjambre de motos con el usuario como parrillero está llenando el vacío dejado por la inoperancia del Mío y la urgencia ciudadana de desplazarse. Ofrecen un servicio que es barato y seguro porque el pasajero no sale en su búsqueda y lo dejan en la puerta de su casa, utilizando para ello la infraestructura de vías existente. Además, es fuente de un ingreso legal para muchos que no tienen otra posibilidad de un empleo y sin jefe. El resultado es que hoy mientras el transporte público moviliza diariamente 120.000 pasajeros, cuando había sido diseñado para 700.000, los motoratones lo cuadruplican con 500.000 transportados.

Obviamente, la conclusión no puede ser, ¡ viva la informalidad y el rebusque ¡, pero sí entender que la arrogancia tecnocrática comete gigantescos errores que todos debemos finalmente pagar y que dilapidan recursos escasos, con su comportamiento soberbio que desprecia el análisis de la realidad y de las necesidades de la gente, apresados por su afán de reducir el diagnóstico de los problemas y sus posibles soluciones a cifras, desconociendo o subestimando los hechos tozudos de la realidad, expresados en buena medida en el querer y sentir de la gente privada de cartones académicos pero formados en la escuela y experiencia de la vida.

Esta irracionalidad se repite en la construcción de viviendas de interés social diseñadas sin tener en cuenta su contexto ambiental, urbanístico y social, y su acceso a servicios; así como en los programas de desarrollo rural alternativo o de sustitución de cultivos, desconectados del entorno ambiental y sin la dotación de una infraestructura básica de apoyo a la producción que además les garantice a esas comunidades una vida digna. 

Son ejemplos de inversiones públicas supuestamente para la gente realizadas de espaldas a ella y atendiendo otros intereses, generalmente de políticos para sus propios propósitos, no de los ciudadanos, o de contratistas convertidos en el principal foco de corrupción del Estado y de la política. Lo de Cali es ilustrativo y obliga a profundizar en la comprensión de una realidad fundamental del país.


 

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