La situación económica, política y social en Venezuela viene golpeando a su población, no sólo en términos de falta de empleo, bajísimos ingresos reales, escasez de alimentos y de medicamentos e inseguridad, sino en algo que seguirá teniendo un fuerte impacto sobre su futuro y sus posibilidades de recuperación: la formación universitaria.
Las oportunidades de acceso a una educación superior de calidad, para los venezolanos, eran la envidia de gran parte de los demás latinoamericanos.
Hasta que llegó la revolución bolivariana y, muy especialmente, desde que Nicolás Maduro heredó la Presidencia e instauró un régimen caótico e ignorante.
Como señaló el diario The Washington Post en un informe publicado este sábado, “las universidades...(en Venezuela, especialmente la Universidad Central) por largo tiempo estaban catalogadas entre las mejores de América Latina. Hasta tan recientemente como 2010, Venezuela estaba ranqueada de sexta en la región en la producción de investigación académica... Esa preminencia nacional está ahora en peligro”.
Tulio Ramírez, investigador y profesor de la UCV, realizó una investigación comparativa entre la producción de ensayos y trabajos académicos en las universidades de la región.
Puso como ejemplo la relación entre Venezuela y Colombia.
Observó que desde hace diez años la proporción se invirtió: por cada dos publicaciones de Colombia en revistas arbitradas internacionalmente, Venezuela tiene una, cuando históricamente había ocurrido a la inversa.
“Pero la proporción con otros países se ha hecho mucho más asimétrica: por cada trabajo venezolano publicado, Argentina tiene 18 y Chile 16, por mencionar sólo dos casos”, informó.
Ya en junio de 2015, el diario El Universal de Caracas informaba con preocupación que El gobierno seguía: 1. Estandarizando la formación universitaria, mediante la multiplicación de nuevos establecimientos de educación superior sin exigencias mínimas en cuanto el nivel de su planta de profesores, programas de formación y calidad de su infraestructura. 2. Obstaculizando las oportunidades de proyectos conjuntos universidad-sector privado. 3. Deteriorando los salarios de profesores, personal administrativo y de apoyo. 4. Reduciendo las asignaciones presupuestales de las universidades públicas autónomas.
De acuerdo con el informe del Washington Post ya mencionado, este año, la UCV recibió sólo el 28 por ciento del presupuesto que había solicitado. En 2014 había recibido el 44 por ciento.
Lo que es peor aún, las limitaciones que el régimen ha impuesto a la autonomía universitaria y al libre debate de las ideas, preocupan a profesores, estudiantes y profesionales venezolanos. En febrero de este año, Santiago Guevara, profesor de economía de la Universidad de Carabobo en Valencia, fue encarcelado por denunciar públicamente al gobierno. En mayo, el profesor de filosofía de la UCV, fue mantenido por cuatro meses en la cárcel por servir como asesor de la oposición.
En declaraciones de académicos recogidas por el diario norteamericano, las universidades bolivarianas, creadas desde el gobierno de Chávez y que reciben la mayor proporción de los escasos recursos oficiales, están diseñadas para educar y graduar profesionales formados en el socialismo del Siglo XXI. Este adoctrinamiento, que es típico de regímenes autoritarios, se instauró en Venezuela y continuará mientras Maduro siga en el poder.
Para Paola Martínez, en artículo publicado por RUN RUNES en febrero de este año, “la educación superior se agrieta y rompe, pues lo que tenía para ofrecer fue devorado por la mayor epidemia de termitas conocida en Venezuela... Las universidades dejan una estela de estudiantes que deben abandonarlas, profesores que se ven obligados a buscar otra profesión y recién graduados poniendo orden a sus documentos para emigrar a otro país”. En los últimos dos años, de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, 400 empleados, entre profesores y personal de servicio, renunciaron. El año pasado, el 25 por ciento de los estudiantes se retiró.
A todo esto se suman la falta de laboratorios y de computadores, la decrepitud en la infraestructura y la inseguridad. En algunas universidades venezolanas, los estudiantes ya no se atreven a caminar de noche. Se enfrentan a similares peligros que en las calles. Entonces, el silencio se adueña de los que anteriormente fueron campus vibrantes.