Espeluznante el relato, no de cualquier hijo de vecino, sino del ministro de Justicia, sobre el camino de su padre hacia una muerte anunciada.
Yesid Reyes fue advertido de que “algo muy grave” iba pasar con la justicia, y días después le fue confirmado por la misma fuente que detrás de lo sucedido estaba Pablo Escobar, al que no le temblaba la mano para arrodillar al Estado y evitar la extradición, así tuviera que sobornar, derribar un avión lleno de pasajeros o dinamitar un edificio.
Yesid Reyes disparó alarmas en vano, y en vano también intentó convencer al Presidente de la Corte Suprema de Justicia -su padre- de no asomarse por esos lados hacia la fecha prevista.
Nunca supo con anterioridad quienes iban a ejecutar el atentado -quizás los mismos narcotraficantes, debió pensar-, y esa mezcla de certezas e ignorancias es, para mí, una prueba contundente, no de la responsabilidad del M-19, sobre la cual no hay duda, sino de la porquería que hubo detrás de esa barbarie, disfrazada de noble acción subversiva, que sería luego indultada y negada cínicamente por la dirigencia sobreviviente del M-19, cómodamente instalada en la vida política del país.
Y desde la esquina impune de esa nueva fuerza política -la izquierda democrática-, se fue escribiendo la historia durante estos 30 años, la historia al revés, la contrahistoria.
Los victimarios se trocaron en víctimas, presuntamente asesinadas y desaparecidas por las Fuerzas legítimas del Estado, que tienen hoy a sus oficiales tras las rejas con largas condenas.
Lo peor es que el país se comió ese cuento, esa contrahistoria. Por eso el coronel Plazas continúa preso por la desaparición de unas víctimas que hoy están apareciendo. Por eso el Presidente se vio obligado a pedirles perdón a esas mismas víctimas, que nadie sabe a ciencia cierta si también fueron victimarios.
Por eso nadie les pidió perdón a las familias de los soldados y policías que murieron ese día, porque en esa historia al revés no fueron héroes sino villanos.
Por eso nadie recordó a los valientes que lograron sacar con vida a más de 300 personas. Por eso los magistrados y demás personas asesinadas por el M-19 en el cuarto piso pasaron a un segundo plano.
Por eso la estrella de la jornada fue un tal René Guarín, exguerrillero con largo prontuario, pero hermano dolido de una ingenua cajera que acostumbraba a guardarle el arma a un policía. Nadie cree esa historia, pues no era ni ingenua ni una empleada cualquiera enamorada de un policía, sino una estudiante de la Distrital y militante también del M-19, como su hermano.
En la conciencia de los colombianos se sembró la historia de unos militares salvajes entrando con un tanque de guerra, culpables de la muerte de inocentes, de torturas y desapariciones. Es la magia de la imagen y la propaganda; es la estrategia de la inversión de la responsabilidad, que hace parte de la combinación de todas las formas de lucha.
Por eso las Farc exigieron una comisión para el esclarecimiento de las causas del conflicto, para culpar a todo el mundo, diluir su responsabilidad y convertirse en víctimas; por eso el narcotráfico pasó de delito asqueroso, a conexo con la lucha subversiva legitimada en La Habana.
Por eso la Comisión de la Verdad y la Jurisdicción Especial pueden terminar en impunidad para las Farc, y en cacería contra más militares y ciudadanos, hoy “victimarios” de esa historia al revés que nos están escribiendo. Eso no le puede pasar al país.