Le monté la perseguidora a las salidas nocturnas de Belisario Betancur cuando disfrutaba de su condición de mueble viejo o expresidente. Este sábado 4 de febrero cumpliría 100 años.
Cuando nació, sus padres lo llamaron Belisario para remplazar a su fallecido hermano. “Murió de nombre, fue una deliciosa eutanasia”, confesó. (El Belisario original, recordaba, fue un general que perdía batallas pero ganaba las guerras. Lo mismo le sucedió en política).
Abogado de la Pontificia Bolivariana, el lunes seis echaron la casa por la ventana en su memoria. El becado pichón de leguleyo trabajó en la biblioteca de la UPB por la comida y la dormida. Dio gracias a su manera: regalándole a su alma mater lo mejor de su biblioteca personal.
Siendo estudiante de derecho enamoró a Rosa Elena Álvarez, a quien visitaba con las mejores galas… de sus compañeros platudos. Con su prosa de poeta del centenario convenció a su frágil dulcinea de que él, antípoda de Adonis, era el hombre de todas sus vidas.
A la muerte de su madre, Otilia Cuartas, el casamentero Bélico le consiguió segunda esposa a su padre, don Rosendo. Buscando en el árbol genealógico encontró soltera y disponible a Elvia Sánchez, prima hermana de doña Otilia. BB escribía y entregaba las cartas de amor de su padre. Rosendo y Elvia empezaron a roncar juntos.
De niño, el presidente del poetariado acompañaba a su padre arriero en las caravanas con recuas de mulas. En esas arduas jornadas suavizadas con aguardientes y madrazos se emparentó con vocales y consonantes. Cuando entró a la escuela, su maestra, Rosario Rivera, lo enrutó por la lectura. La poesía estaba a la vuelta de la esquina.
El agradecimiento de BB con su maestra fue tal que decidió que le dedicaría sus memorias. Pero el Nobel Albert Camus, se tiró en la batica a cuadros. En un encuentro que tuvieron en París, Camus le contó que le había dedicado el Nobel a su maestra de primaria. BB decidió no escribir sus memorias porque no habría sido original. A la gente hay que creerle.
En la Casa de Poesía Silva, en el viejo barrio de La Candelaria, en Bogotá, BB salió del clóset y se confesó poeta. María Mercedes Carranza, directora y anfitriona, le dio la alternativa.
A los invitados y colados nos regalaron un poema manuscrito de BB: “Ayer tocaron a la puerta cerrada del corazón”. En otros poemas escribió: “El sol es un reloj apagado”; “Al fin y al cabo, todo es la muerte, menos la muerte”.
El respetable público, incluida Dalita, su segunda esposa, ceramista venezolana, aplaudió a rabiar. Al final firmó autógrafos como cualquier roquero. Dalita dijo algo más contundente que todo BB junto: El último amor siempre es el primero.
Cantaba tangos. Cuenta la periodista Elizabeth Mora-Mass que en Nueva York BB cantaba en Il Campanello. Con su voz arzobispal interpretaba canciones como “Volver” y “Golondrinas”.
De paso por Buenos Aires, un despistado insigne le preguntó si era de Colombia, un país que tenía un pueblito donde murió Gardel. En venganza, BB le reviró al intruso: “¿Gardel? ¿Cuál Gardel?”.