Los confesionarios de la ciudad deberían estar repletos con los pecadores que, directa o indirectamente tienen responsabilidad en la destrucción del medio ambiente, y que no aguantarán los regaños de sus conciencias cuando se presenten avalanchas en los diferentes flancos que bordean a esta maltratada villa.
Para muchos de los lugareños que regresaron con motivo de la celebración de los actos conmemorativos de la pasión de Jesús, encontrarán un cuadro desolador en los cuatro puntos cardinales que hacen parte del perímetro urbano.
Las pajaritas o buldóceres siguen derrumbando montes y montañas con el permiso o bendición de los funcionarios que deberían impedirlo. La codicia de los urbanizadores no tiene límite ni la indiferencia de los directores de Corponor, planeación y de la Unidad Técnica Ambiental (UTA), lo mismo que la complacencia de los concejales para alterar el POT, y como por arte de magia, transformar lo rural en urbano.
Pareciera que la meta de los depredadores ambientales es acabar con todo lo que huela y se vea como naturaleza: humedales, bosques, y que los pobres animalitos huyan despavoridos ante el ruido destructor de las máquinas, como ocurrió en Villa Carolina, en el occidente de la ciudad, donde los conejos, ardillas y pájaros corrieron o volaron para asilarse y protegerse en las casas vecinas.
La voracidad de los constructores sigue arrasando con todo lo que haya alrededor de la ciudad. Además del atentado anterior, el derrumbamiento de montañas ha ocurrido en El Ramal (sureste), Cristo Rey (oriente), Limonal (norte), Landia (occidente), y esta labor se intensificó durante las administraciones de Jesús Antonio Sánchez y de Miriam Prado.
Quienes han permitido los ecocidios tienen muy mala memoria o sencillamente no les interesó los casos que han ocurrido y que pudieron convertirse en tragedias: al comienzo de la década de los 80, del siglo pasado, el represamiento del río Tejo provocó una avalancha que destruyó varias de las viviendas asentadas sobre sus riberas, especialmente en el Barrio Caracolí, cerca de la antigua Federación de Cafeteros , que no obstante el gran caudal y todo lo que arrastró, no provocó muertos.
El hecho más reciente ocurrió en 2014, cuando se desbordó el río Chiquito y provocó graves inundaciones en los barrios La Piñuela, San Antonio, Tacaloa, Betania, Hacaritama,y La Gloria.
Las personas que resultaron afectadas todavía esperan la ayuda del Estado para reparar sus casas o reponer los enseres que perdieron. No obstante la dimensión de los desastres naturales, no se ha registrado la muerte de seres humanos, y de acuerdo con los creyentes, la acción de la Virgen de Torcoroma ha sido protectora o salvadora.
Con todo lo que viene ocurriendo en los alrededores de la ciudad , surge una pregunta angustiosa: ¿las entidades que han permitido y que lo siguen haciendo –destrucción de montañas- tienen algún plan de contingencia cuando una posible ola invernal provoque avalanchas y amenace la vida y las casas de los ocañeros que habitan en sectores cercanos a los ríos y quebradas ?
Los actos de contrición o los llamados de la conciencia no serán suficientes para mitigar el dolor de las probables víctimas ni para reparar las cuantiosas pérdidas.