Los últimos días de este mes y los primeros de diciembre, perdurarán en la memoria y los corazones de los jóvenes bachilleres, cuando reciban sus diplomas, se despidan de las instituciones educativas, principalmente de sus compañeros y profesores.
Los abrazos y llantos quedarán grabados eternamente, y cuando hayan pasado muchos años, con más de cuarenta calendarios encima, convertidos en exitosos profesionales, con hogares, esposas e hijos, harán una parada en sus caminos y les darán rienda suelta a los recuerdos de sus travesuras colegiales.
El próximo viernes se cumplirán 45 años de la graduación de un poco más de 30 normalistas superiores, quienes en ese tiempo lucimos los vestidos de moda, los trajes de terlenka, una tela sintética, que se quemaba de manera lenta pero incontrolable cuando alguien le arrimaba un cigarrillo.
Los pantalones de bota ancha y zapatos con tacón cubano, que nos hacían más altos y elegantes de lo que realmente éramos. Con el pelo largo y brillante, además de incipientes bigotes que exponíamos para impresionar a las muchachas.
De las compañeras graduandas recuerdo que también estaban muy elegantes, pero no retengo los diseños que mostraban en tan sinigual ocasión.
La ceremonia de graduación comenzó en el atardecer del 30 de noviembre de 1973, en Bellas Artes, presidida por el rector Rafael García Pino, con toda la solemnidad posible, y luego de las exigentes y exageradas pruebas que nos tocó pasar: los exámenes pedagógico, el cultural y la culminación de la práctica integral, que además nos significó la pérdida de varios kilos de peso, amén de lo flacos que éramos.
Con las dificultades económicas de nuestra familias, no faltaron las fiestas que nos organizaron y los regalos que recibíamos, pero lo más emocionante y significativo era la compañía de las noviecitas que nos correspondieron.
Recuerdo las cervezas previas que nos tomamos los compañeros de la ‘rosca’, Hugo Alfredo, Alonso, Óscar Emilio, Hernando y Luis, en la heladería ‘La Fontana’, atendida por la negra Gudelia, una señora proveniente de Guamal, Magdalena, que se hizo muy amiga de los seis normalistas.
Como consecuencia del efecto de las ‘frías’, se salió la corbata azul que llevaba en la bolsa donde me empacaron el vestido en el almacén Valher. Al día siguiente, a pocas horas del grado recorrí la mayoría de almacenes de la ciudad y no encontré reemplazo. Acudí a una amiga modista y me hizo el favor. Claro que la punta parecía una flecha y mis amigos no desaprovecharon la oportunidad para mamarme gallo.
Es posible que nos reunamos los de la rosca, como lo hemos hecho en varias ocasiones. Cuando cumplimos los cuarenta, unos quince egresados de la inolvidable Normal “Francisco Fernández de Contreras”, nos reencontramos en el club del comercio y llevamos a nuestras parejas (esposas y esposos).
De nuestra promoción ya partieron al más allá Gustavo Santiago y Natalia Bustos. Varios de nuestros profesores cumplieron su ciclo vital, Raúl Velásquez, Argemiro Bayona, Alfredo
Flórez, Saúl Carrillo, Ramón Carrascal, el director de la anexa, Miguel Ángel Velandia, y el ex rector Isidro Torres.
Cuántas cosas han sucedido en 45 años y la gran satisfacción de que casi todos estamos pensionados, con la tranquilidad de aportarle a la formación de varias generaciones, y con la nostalgia lista para sentir de nuevo lo que vivimos ese 30 de noviembre en Bellas Artes, con la emotiva presencia de nuestros padres, que en su mayoría no están con nosotros.