Domingo, 13 de Octubre de 2013
No hay para qué plantear como tesis o punto de vista, lo que los colombianos sienten en el fondo de sus almas atormentadas. El país va muy mal y tiende a empeorar. Todas las encuestas, que brotan de las fuentes más disímiles, repiten lo mismo. Hay un extendido dolor de patria, conectado a la pérdida de seguridad, evidente, catastrófica, al empobrecimiento continuo de una nación que debiera andar en la hora de su mayor bonanza, a un desempleo galopante, a una desindustrialización asombrosa, a una trágica pauperización del campo. La gente colombiana está triste, está deprimida, está dominada por sentimientos de melancolía que se acercan peligrosamente a la desesperación.
Bálsamo para esas heridas fue el anuncio del Presidente Uribe de lanzarse a la arena política, para recuperar la función y el prestigio del Congreso. La lista que comanda, de gente joven y fresca, sin ataduras ni compromisos con la clientelización corrupta, ha caído como agua fresca en tierra seca. Hay lampos de luz en el horizonte ceniciento del paisaje colombiano.
Pero hace falta un elemento imprescindible para componer este formidable escuadrón de alientos nuevos. En un país presidencialista por tradición y por mandato constitucional, todos esperan el nombre de un líder nuevo, de un gran Jefe de Estado, de quien complete el milagro de la resurrección y la fe.
Por una de esas mecánicas que esconden apetitos personales o ambiciones individuales o de grupitos, el uribismo ha venido enconchado en el lío mayúsculo de una consulta en la que se escogería su candidato a la Presidencia de la Republica. Esa faena se cumpliría el día de las elecciones parlamentarias, y simultáneamente con ellas. Un desastre anunciado.
Nada menos democrático que una consulta de ese estilo. La elección que un partido hace de su candidato, ha de ser un acto solemne, el de mayor importancia entre los que asume como colectivo político. La consulta es un excipiente de las elecciones parlamentarias, en las que estarán puestas todas las voluntades y las energías de la hora. La consulta pasa desapercibida como acto fundamental y decisivo. Pero abierta a todos los que votan en esas elecciones, termina siendo una invitación para que los contradictores elijan a su adversario. Esa lección quedó aprendida en la que enfrentó a Noemí Sanín con Andrés Felipe Arias. Y como aprendida debe aceptarse. Y evitarse.
El uribismo tiene abierta la puerta hacia una convención soberana y con plena capacidad decisoria. Los candidatos al Senado y a la Cámara salieron de la entraña del partido, sin que nadie los tomara como preludio de la escogencia del candidato a la Presidencia. Ellos compondrán la base de esa Asamblea, que así se llamará, y vendrán en la compañía de Comités Regionales de campaña, que fueron escogidos con parejo criterio. Ya se verá si se agregan o no exministros, exembajadores y otros servidores que acompañaron al Presidente Uribe en sus dos mandatos, pero esa es cuestión secundaria.
Lo esencial es que una Asamblea elegirá de los tres que siguen en la contienda, al que le parezca mejor de ellos. Y que esto se hará de inmediato, vale decir que oportunamente. Y que en medio de este paisaje desolado, podremos gritar, como el esperanzado vigía desde su atalaya: ¡Candidato a la vista!
Bálsamo para esas heridas fue el anuncio del Presidente Uribe de lanzarse a la arena política, para recuperar la función y el prestigio del Congreso. La lista que comanda, de gente joven y fresca, sin ataduras ni compromisos con la clientelización corrupta, ha caído como agua fresca en tierra seca. Hay lampos de luz en el horizonte ceniciento del paisaje colombiano.
Pero hace falta un elemento imprescindible para componer este formidable escuadrón de alientos nuevos. En un país presidencialista por tradición y por mandato constitucional, todos esperan el nombre de un líder nuevo, de un gran Jefe de Estado, de quien complete el milagro de la resurrección y la fe.
Por una de esas mecánicas que esconden apetitos personales o ambiciones individuales o de grupitos, el uribismo ha venido enconchado en el lío mayúsculo de una consulta en la que se escogería su candidato a la Presidencia de la Republica. Esa faena se cumpliría el día de las elecciones parlamentarias, y simultáneamente con ellas. Un desastre anunciado.
Nada menos democrático que una consulta de ese estilo. La elección que un partido hace de su candidato, ha de ser un acto solemne, el de mayor importancia entre los que asume como colectivo político. La consulta es un excipiente de las elecciones parlamentarias, en las que estarán puestas todas las voluntades y las energías de la hora. La consulta pasa desapercibida como acto fundamental y decisivo. Pero abierta a todos los que votan en esas elecciones, termina siendo una invitación para que los contradictores elijan a su adversario. Esa lección quedó aprendida en la que enfrentó a Noemí Sanín con Andrés Felipe Arias. Y como aprendida debe aceptarse. Y evitarse.
El uribismo tiene abierta la puerta hacia una convención soberana y con plena capacidad decisoria. Los candidatos al Senado y a la Cámara salieron de la entraña del partido, sin que nadie los tomara como preludio de la escogencia del candidato a la Presidencia. Ellos compondrán la base de esa Asamblea, que así se llamará, y vendrán en la compañía de Comités Regionales de campaña, que fueron escogidos con parejo criterio. Ya se verá si se agregan o no exministros, exembajadores y otros servidores que acompañaron al Presidente Uribe en sus dos mandatos, pero esa es cuestión secundaria.
Lo esencial es que una Asamblea elegirá de los tres que siguen en la contienda, al que le parezca mejor de ellos. Y que esto se hará de inmediato, vale decir que oportunamente. Y que en medio de este paisaje desolado, podremos gritar, como el esperanzado vigía desde su atalaya: ¡Candidato a la vista!