La pandemia expulsó a los humanos del paraíso de Galápagos. Tortugas gigantes, iguanas y otras especies de este santuario ecológico del Pacífico escaparon a la curiosidad de turistas y científicos. Una tranquilidad costosa para los pobladores del archipiélago ecuatoriano.
"¡Solo cuando estaba en la barriga de mi madre he pasado tanto tiempo sin ir al océano!", lamenta Pelayo Salinas, biólogo en Santa Cruz, una de las cuatro islas habitadas de este patrimonio natural de la humanidad, a 1.000 km de las costas de Ecuador.
Amplio territorio volcánico de 234 islas, islotes y rocas, con una población de tan solo 30.000 habitantes, el archipiélago estuvo estrictamente confinado durante cuatro meses el año pasado, tras la detección de COVID-19 en el continente a finales de febrero.
Con más de 2.900 especies, 25% endémicas, "Galápagos para cualquier biólogo es Disneylandia".
Pero la pandemia "ha hecho cambiar los planes que teníamos. No pudimos ir al campo (...) no podíamos salir de nuestras casas nada más que para ir a comprar los productos básicos una vez por semana", precisó a la AFP Salinas.
Este español de 37 años dirige los estudios sobre los tiburones en la Fundación Charles Darwin (FCD), que toma su nombre del naturalista inglés que desarrolló su teoría de la evolución mientras viajaba por el archipiélago.
Su función le permitió quedarse, pero decenas de investigadores y practicantes extranjeros fueron repatriados, y un centenar de programas quedaron en pausa.
"En el (ámbito) científico, tuvimos un impacto directo: el 60% de las actividades de investigación planificadas para el 2020 se suspendieron", indica Danny Rueda, director del Parque Nacional de Galápagos (PNG), que vigila el 97% de las tierras del archipiélago y una de las mayores reservas marinas del planeta, con un total de 799.540 hectáreas.
- Investigación científica congelada -
Gracias a más de 300 guardaparques, el PNG mantuvo su "actividad de investigación (...), monitoreo de tiburones, de sitios de anidación de tortugas marinas, de conservación (...) de iguanas, lobos, etc.".
Pero "no se autorizaba moverse a otras islas", subraya el responsable del parque, en el que hay 21 volcanes, 13 activos, entre ellos el Wolf, de 1.707 metros.
Las embarcaciones del PNG fueron entonces movilizadas para trasladar enfermos y pruebas. El archipiélago registró unos 1.380 casos de covid-19 y 16 muertes, contra unos 370.000 contagios y más de 18.000 decesos en todo Ecuador.
Pero el coronavirus sepultó el turismo, que genera el 85% de la economía local, un golpe para el sustento de muchos habitantes.
"El impacto con este asunto del covid fue durísimo (...) El cierre fue inmediato, de un día para otro. No nos dio la oportunidad en nada de prepararnos", deplora Juan Carlos Moncayo, de 50 años, dueño del Macarron's Scuba Diver, centro de buceo que empleaba a seis personas, que estuvieron varios meses sin trabajo.
Galápagos reabrió al público en julio, pero solo unos 6.000 viajeros están llegando al mes, cuando el promedio anterior era de 23.000, según cifras oficiales.
La empresa de Moncayo no recuperó su velocidad de crucero. A veces sale al mar con solo dos clientes, cuando necesita cinco para ser rentable, a un mínimo de 160 dólares por persona.
-75% de turistas menos-
Algunos centros no pudieron reabrir por falta de dinero para renovar las licencias necesarias. "De los 12 que somos, estamos operando seis", agrega el instructor de buceo.
Aunque los visitantes deben presentar una prueba PCR negativa, "cambió todo porque uno sale a trabajar con algo de temor", subraya.
Numerosos comercios cerraron sus puertas, hoteles y restaurantes quedaron desiertos.
El sector turístico dejó de percibir unos 850 millones de dólares de ingresos entre marzo de 2020 y marzo de 2021, estima la Cámara de Turismo de Galápagos (Capturgal).
"Con la pandemia, el cierre de los aeropuertos, la restricción de viajes (...), tuvimos un decrecimiento impresionante de los flujos de turistas (...), de más o menos 75%" en comparación con los más de 271.000 de 2019, confirma Mónica Páez, representante del ministerio.
La crisis deja una lección: la necesidad de fomentar "un turismo (...) más enfocado hacia los ejes de la sostenibilidad (...) Es una responsabilidad que tenemos (hacia) el mundo como patrimonio natural de la humanidad", matiza.
Más allá de la toma de consciencia medioambiental, el confinamiento tuvo un efecto positivo inédito para la ciencia, ya que los expertos tuvieron tiempo de escribir y publicar los resultados de sus investigaciones.
"Nos permitió respirar, organizar y analizar los datos que veníamos acumulando", explica Paola Lahuatte, de 30 años, otra bióloga de la FCD que estudia la Philornis downsi, mosca invasora que amenaza 18 especies de pájaros cuyos nidos infesta.