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Sinfonía del asco
La semana pasada me encontré en un estanco de la ciudad con el viejo Bukowski. El viejo rabietas, maloliente, alcohólico, machista, dulce, que se rasca los sobacos en público, que se mete la mano en la boca y saca palabras procaces que lanza con el ímpetu de una pelota de béisbol. El viejo indecente que habla con crudeza de la hipócrita sociedad que lo margina pero que en secreto lee sus novelas con una sola mano en la soledad del inodoro.
Jueves, 7 de Febrero de 2013
La semana pasada me encontré en un estanco de la ciudad con el viejo Bukowski. El viejo rabietas, maloliente, alcohólico, machista, dulce, que se rasca los sobacos en público, que se mete la mano en la boca y saca palabras procaces que lanza con el ímpetu de una pelota de béisbol. El viejo indecente que habla con crudeza de la hipócrita sociedad que lo margina pero que en secreto lee sus novelas con una sola mano en la soledad del inodoro. Bukowski, el maldito, el que se vomita sobre las camisas olorosas a naftalina de los académicos e intelectuales. El último de una estirpe que fundó el láudano de Poe.

Allí estaba, en un estanco del Malecón, bebiendo una botella de vino, con las pupilas inyectadas de sangre y un perro muerto en la memoria. Escupe por un lado, maldice por el otro. Y lanza un eructo largo, sonoro, pestilente: un eructo que tiene una asquerosa mezcla de humo de cigarrillo y muelas podridas.

Me pregunta por mi columna del viernes. Le digo que lo estoy pensando, que no se me ocurre nada. Me agarra entonces por el cuello de la camisa y vocifera:

-¡Oye, cabrón! Si lo que escribes no brota de ti, a borbotones, ni lo intentes. Si la columna no sale como un rugido, mejor dedícate a otra cosa.

El viejo refunfuña como una cañería atascada. Está visiblemente molesto:

-Además –dice-, debe salirte desde las tripas. Si tienes que permanecer horas sentado mirando la pantalla del computador, o encorvado sobre la máquina de escribir, en busca de palabras, ni lo intentes. Hay que pelear, poeta. Recuerda a los perros viejos que pelearon antes que tú: Hemingway, Céline, Dostoievsky, Hamsun. Si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas, entonces no estás listo: toma más cerveza y espera.

Entonces, espero. Y la noche se vuelve una inmensa alcantarilla que contiene todos los horrores y toda la belleza y toda la sangre de una mañana fresca. Trato de empotrar todo eso en una cuartilla y me sale una sinfonía del asco.
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