Lunes, 27 de Enero de 2014
Vi la semana pasada al presidente Santos en Europa, codeándose con algunos de los mandamases de Europa, sin corbata. Llevaba un saco viejito, una camisa de marca, pero desteñida de tanto uso, y dos botones desabrochados. Si mi abuela lo hubiera visto habría dicho que el señor presidente estaba desguandurriado. (¿Qué quiere decir desguandurriado?, no lo sé, pero así me decía ella cuando me veía con la camisa desabotonada y los pantalones flojos de la cintura).
Lo primero que me dio por pensar, fue en algún olvido. Pensé que, tal vez, a doña María Clemencia se le había olvidado echarle la corbata en la maleta, olvido en el que incurren muchas esposas. Por eso en el Manual del buen marido, hay un consejo que dice: “Cuando viajes, arregla tú mismo la maleta, pues confiarles este oficio a las esposas es preparar discusiones y peleas posteriores”. Las mujeres no saben lo que uno necesita en un viaje, aunque traten de demostrar lo contrario. Entonces, pensé, lo más seguro es que a la primera dama se le pasó por alto echarle la corbata roja, la de llevar al exterior a las reuniones de importancia. Porque la azul celeste es la de ponerse en las reuniones con la bancada conservadora, y la gris es la de las inauguraciones.
Pero luego me di cuenta que yo estaba equivocado. Lo que pasa es que al presidente Santos ya le fastidia la corbata. En muchas otras reuniones ahora se le ve descorbatado.
-Lo que pasa –me dijo mi mujer, que siempre ha sido muy analítica- es que se está preparando para cuando quede sin la otra corbata.
-No entiendo-le contesté.
-No se haga el machete. Ahora que los conservadores le quitaron el apoyo para la reelección, Juan Manuel se va a quedar sin la corbata presidencial. Y está preparándose.
La tuve que regañar: La presidencia de la República no es ninguna corbata, además no es de buena educación burlarse de la dignidad presidencial. Le expliqué que lo que sucede es que la corbata está pasando de moda, como pasaron el corbatín y el sacoleva. Como pasaron el pantalón de bota ancha y la camisa de mancornas y el chaleco y el sombrero de pelo.
En las ciudades frías, ahora se ponen camisa y saco. Sin más ni más. En las regiones cálidas, en la Costa y en Cúcuta, la prenda de moda es la guayabera. Guayabera, para disimular la barriga. Guayabera, para ocultar la falta de correa. Guayabera blanca y de manga larga, para verse elegantes. El alcalde ya no usa corbata. El gobernador no usa corbata. Los magistrados no usan corbata. Los académicos no usan corbata.
Se acabó, pues, esa prenda, definida por los mamadores de gallo como “trapito alargado, que sirve para disimular la falta de botones en la camisa”. Pasó a mejor vida, al descanso eterno.
Ahora les queda el problema a los médicos y abogados de antes: ¿qué hacer con las corbatas, con las que llenaban el armario? ¿Regalarlas? ¿A quién, si nadie las usa? ¿Dejarlas para sacarles brillo a los zapatos? ¿O dárselas a la cocinera para bajar las ollas o que sirvan de limpiones?
Afortunadamente para los políticos, se acabaron las corbatas, pero no los puestos de corbata. Que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Lo primero que me dio por pensar, fue en algún olvido. Pensé que, tal vez, a doña María Clemencia se le había olvidado echarle la corbata en la maleta, olvido en el que incurren muchas esposas. Por eso en el Manual del buen marido, hay un consejo que dice: “Cuando viajes, arregla tú mismo la maleta, pues confiarles este oficio a las esposas es preparar discusiones y peleas posteriores”. Las mujeres no saben lo que uno necesita en un viaje, aunque traten de demostrar lo contrario. Entonces, pensé, lo más seguro es que a la primera dama se le pasó por alto echarle la corbata roja, la de llevar al exterior a las reuniones de importancia. Porque la azul celeste es la de ponerse en las reuniones con la bancada conservadora, y la gris es la de las inauguraciones.
Pero luego me di cuenta que yo estaba equivocado. Lo que pasa es que al presidente Santos ya le fastidia la corbata. En muchas otras reuniones ahora se le ve descorbatado.
-Lo que pasa –me dijo mi mujer, que siempre ha sido muy analítica- es que se está preparando para cuando quede sin la otra corbata.
-No entiendo-le contesté.
-No se haga el machete. Ahora que los conservadores le quitaron el apoyo para la reelección, Juan Manuel se va a quedar sin la corbata presidencial. Y está preparándose.
La tuve que regañar: La presidencia de la República no es ninguna corbata, además no es de buena educación burlarse de la dignidad presidencial. Le expliqué que lo que sucede es que la corbata está pasando de moda, como pasaron el corbatín y el sacoleva. Como pasaron el pantalón de bota ancha y la camisa de mancornas y el chaleco y el sombrero de pelo.
En las ciudades frías, ahora se ponen camisa y saco. Sin más ni más. En las regiones cálidas, en la Costa y en Cúcuta, la prenda de moda es la guayabera. Guayabera, para disimular la barriga. Guayabera, para ocultar la falta de correa. Guayabera blanca y de manga larga, para verse elegantes. El alcalde ya no usa corbata. El gobernador no usa corbata. Los magistrados no usan corbata. Los académicos no usan corbata.
Se acabó, pues, esa prenda, definida por los mamadores de gallo como “trapito alargado, que sirve para disimular la falta de botones en la camisa”. Pasó a mejor vida, al descanso eterno.
Ahora les queda el problema a los médicos y abogados de antes: ¿qué hacer con las corbatas, con las que llenaban el armario? ¿Regalarlas? ¿A quién, si nadie las usa? ¿Dejarlas para sacarles brillo a los zapatos? ¿O dárselas a la cocinera para bajar las ollas o que sirvan de limpiones?
Afortunadamente para los políticos, se acabaron las corbatas, pero no los puestos de corbata. Que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
