Viernes, 22 de Agosto de 2014
~José Iván Duarte Acero pasó sus últimos días con vida solo en una
habitación de un hospital de Savannah (Georgia), en los Estados Unidos.
jhon.jacome@laopinion.com.co
José Iván Duarte Acero pasó sus últimos días con vida solo en una habitación de un hospital de Savannah (Georgia), en los Estados Unidos.
Había llegado allí trasladado desde la Federal Correctional Institution de Jesup, también en Georgia, donde pagaba cadena perpetua, más 15 años, por el secuestro e intento de homicidio de dos agentes de la DEA el 10 de febrero de 1982 en Cartagena. (Ver recuadro)
Duarte, cuya familia jamás lo visitó en ninguna de las cárceles en donde estuvo en los Estados Unidos desde que fue condenado en 1997, obedeciendo a su petición expresa de no ser visitado nunca, murió tratando de lograr que el Gobierno de los Estados Unidos le otorgara la libertad por haberlo condenado por un hecho que ya había pagado en Colombia.
A Duarte, el sino trágico que parecía haberse posado sobre su vida, también lo acompañó después de muerto, pues una serie de hechos inexplicables hicieron que su cadáver, que debía ser repatriado desde los Estados Unidos para ser sepultado en Cúcuta, tardara más de un mes en llegar y hasta se perdiera en las bodegas de carga del aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá.
Claudia Duarte, una de sus hijos y quien asumió la vocería de la familia en todo este difícil proceso, contó a La Opinión detalles sobre lo ocurrido con su papá en los últimos meses de vida.
“Mi papá llevaba 17 años detenido en los Estados Unidos. Inició en cárceles de máxima seguridad y terminó en una correccional, donde inclusive trabajaba en una fábrica de muebles y de camisetas, lo que le permitía devengar un salario mensualmente”, contó Claudia.
Según ella, la familia siempre mantuvo contacto permanente con él. Todos los días hablaban por teléfono o a través de correos electrónicos por un sistema de mensajería que tienen las cárceles de los Estados Unidos.
Para él, la cárcel era como el Club Tennis de Cúcuta, una zona verde muy grande, donde había una especie de cabañas que servían como celdas para los internos.
“Nosotros esperábamos que para septiembre a mi papá, por los años transcurridos en prisión y por su grave estado de salud, le dieran la libertad. Ese era nuestro anhelo y todo parecía indicar que así iba a ser”.
Los problemas de salud de José Iván empezaron el año pasado en abril, cuando unas subidas de tensión prendieron las alarmas de su familia.
“Todo se agravó en junio, también del año pasado, cuando sufrió una arritmia cardiaca que obligó a los responsables de la cárcel donde estaba a llevarlo a dos hospitales distintos para someterlo a un tratamiento. No obstante, este año las cosas se complicaron a tal punto, que en febrero, cuando presentó una fibrilación auricular, debieron instalarle un marcapasos”, narró Claudia.
En junio, José Iván volvió a presentar otra falla cardiaca que se tradujo en la aparición de una serie de morados por todo el cuerpo.
“Me enteré el 8 de julio pasado, por una llamada que hizo un preso colombiano a su familia, y que era compañero de mi papá, de que a él le había pasado algo grave. Ese preso le dijo a su familia que se comunicara conmigo y me contaran que él la noche anterior (7 de julio) había sufrido una embolia y se lo habían llevado de urgencias para un hospital”, aseguró su hija.
El 9 de julio, Claudia se puso en contacto con el consulado de Colombia en Atlanta, donde la persona encargada de los colombianos detenidos en esta zona de los Estados Unidos le dijo que no sabía nada del caso de su papá y que las autoridades carcelarias no le habían notificado nada aún.
“En la cárcel nadie me decía nada, todo se volvió un misterio. Ni siquiera me decían si estaba en un hospital o aún permanecía allí recluido, aunque yo sabía que lo habían sacado por lo que me mandó a decir el otro preso colombiano con su familia”.
Ante la gravedad de lo que estaba pasando, el consulado empezó a solicitar información al centro penitenciario donde estaba Duarte, pero tampoco le decían nada, a pesar de que él había autorizado a esta entidad para que fuera la que recibiera toda la información concerniente a su estado de salud.
“Duramos dos semanas buscándolo en todos los hospitales donde él ya había estado. Nadie nos decía nada. Una persona de la cárcel se comunicó conmigo y me dijo que él podía ayudarme enviándole un papel a mi papá para que lo firmara autorizándome a recibir toda la información concerniente a su salud, pues con el consulado no estábamos logrando nada”.
Sin embargo, el lunes 21 de julio a las 6:30 de la mañana llamaron al teléfono de Claudia desde la cárcel donde estaba su papá para decirle que no llamara más a ese lugar a preguntar por él porque ya ni siquiera aparecía en el sistema.
En ese momento fue que le dieron toda la información del hospital donde él estaba muy delicado de salud. “Ese mismo día llamé al hospital y me dijeron que mi papá estaba en coma. Ahí mismo me preguntaron que si autorizaba a que lo reanimaran, a lo que respondí que las veces que fuera necesario”.
Ese mismo lunes 21 de julio, Claudia viajó a Bogotá con todos los soportes del consulado de Atlanta que daban fe de lo que estaba pasando con su papá, con el ánimo de que la Embajada de los Estados Unidos le aprobara una visa humanitaria que le permitiera viajar a ver a su papá en sus últimos momentos.
“En la embajada me demoraron dos días. Me decían que no había sistema, que el funcionario encargado en Washington no aparecía, que el funcionario encargado en Bogotá se había accidentado, en fin, mil trabas que lo único que lograron fue que los últimos instantes de vida de mi papá transcurrieran solos, sin la ayuda de nadie, sin la presencia de ninguno de sus familiares”.
A las 2:40 de la tarde del miércoles 23 de julio, estando en la embajada, Claudia recibió una llamada de la cárcel en la que le preguntaron ‘¿usted es la hija de Iván?’, a lo que respondió que sí. Luego, le empezaron a preguntar de manera insistente que dónde estaba, que si en Colombia o en Estados Unidos.
“Yo no les quería responder porque mi prioridad era que me autorizaran mi salida del país. Ellos siguieron llamando desde la cárcel de manera insistente, hasta que en un determinado momento me pidieron que les diera una dirección. Cuando les pregunté para qué, me respondieron, sin ningún tipo de preámbulo, ‘para enviarle el cadáver de su padre’”, recordó Claudia visiblemente afectada por la forma en que se enteró.
“Mi papá había muerto ese día a las 12:40 del mediodía”, agregó.
“Una vez me enteré de la muerte de mi papá, tuve que radicar un poder autorizando al consulado colombiano en Atlanta para que me recogiera toda su historia clínica y le hicieran una necropsia”.
Desde la cárcel le ofrecieron a Claudia el envío de las cenizas de su papá, que tardarían 4 meses en llegar, a lo que ella se opuso alegando que le tenían que enviar el cuerpo.
Después de 15 días de haber muerto, y según el relato de Claudia, no había nadie en Savannah (Georgia) que firmara el acta de defunción de su padre. La funeraria que se encargó del caso de José Iván les hizo el favor de buscar a un médico que lo había atendido en alguna ocasión para que firmara el acta y así acelerar el proceso.
El itinerario de vuelo del cadáver de Duarte era Savannah-Atlanta-Miami-Bogotá-Cúcuta. Debía llegar el lunes 18 de agosto y terminó llegando el pasado martes 19 a las 2 de la tarde.
En algún momento de ese itinerario de vuelo, el cadáver de José Iván se perdió. Nadie daba razón del ataúd.
“En el aeropuerto ElDorado estuvimos averiguando en todos lados. La guía que nos habían dado no correspondía con la de ninguna carga, en este caso el cuerpo de mi papá, procedente de Estados Unidos.
“Finalmente nos fuimos para las bodegas de carga del aeropuerto y allá apareció ‘en una bodega’. Sin embargo, como era lunes festivo, nadie quería firmar los registros sanitarios”.
Al llegar el cadáver a Cúcuta el martes, la familia de José Iván decidió llevarlo a Medicina Legal porque quiere que al cuerpo se le practique otra necropsia que le diga de qué, exactamente, murió su padre.
“Si los datos que esa necropsia nos arroje aquí, coinciden con los que nos van a enviar de los Estados Unidos, vamos a estar tranquilos. Si no, vamos a ir hasta el fondo tratando de averiguar qué pasó con mi papá en sus últimos días de vida”, sostuvo Claudia, quien agregó que, si todo sale bien, espera poder enterrar a su padre hoy.
José Iván Duarte Acero fue acusado en Estados Unidos de haber participado en el secuestro e intento de asesinato de dos agentes de la DEA el 10 de febrero de 1982 en Cartagena.
Ese día, según se lee en los archivos judiciales de la época, Duarte, en compañía de René Benítez, Armando Benítez y Jairo David Valencia, sacaron a los agentes de la DEA Carlos Martínez y Kelly McCullough de la habitación del hotel donde se estaban hospedando y los llevaron a las afueras de Cartagena.
Una vez llegaron a una zona alejada de la ciudad, Duarte disparó contra McCullough, hiriéndolo en una pierna y la cadera. Acercándose, le disparó nuevamente en el cuello. Martínez había sido herido previamente por René Benítez.
Contra todo pronóstico, los dos agentes de la DEA sobrevivieron al ataque y llegaron hasta Cartagena, donde lograron pedir ayuda a su Gobierno y ser llevados hasta los Estados Unidos.
Duarte, luego de estos hechos, viajó a Venezuela, donde fue capturado por el gobierno de ese país, con ayuda de las autoridades norteamericanas, el día 20 de mayo de 1982. Posteriormente fue deportado hacia Colombia, donde la justicia lo condenó por el secuestro e intento de asesinato de Martínez y McCullough.
A pesar de que los Estados Unidos intentaron que Duarte fuera extraditado hacia ese país, la Corte Suprema de Justicia de Colombia negó esta solicitud el 30 de mayo de 1983.
Dos años y medio después de su captura en Venezuela, Duarte salió libre (12 de diciembre de 1984). Luego de volver a pagar una condena en Venezuela por cargos relacionados con drogas, Duarte volvió a Cúcuta, su tierra natal, donde montó un negocio de autopartes y chatarra.
En 1997, 15 años después de los hechos anteriormente descritos, dos personas que se hicieron pasar como empresarios, dueños de una compañía llamada Acosta Acosta, le pidieron a Duarte ser el director de la nueva oficina que pretendían abrir en Cúcuta. Para ello, fue invitado a Bogotá a conocer los detalles de su vinculación laboral y a quienes serían sus nuevos jefes, Juan y María Acosta.
Juan, el nuevo jefe de Duarte, le pidió que, como una de sus primeras misiones laborales, viajara hasta Ecuador a recoger un camión cargado de computadores y se lo llevara hasta Bogotá. Desconociendo que los esposos Acosta eran agentes encubiertos del gobierno norteamericano, Duarte fue capturado en la frontera colombiana con Ecuador e, inmediatamente, enviado a los Estados Unidos. Allí, fue condenado a cadena perpetua, más 15 años de prisión.
José Iván Duarte Acero pasó sus últimos días con vida solo en una habitación de un hospital de Savannah (Georgia), en los Estados Unidos.
Había llegado allí trasladado desde la Federal Correctional Institution de Jesup, también en Georgia, donde pagaba cadena perpetua, más 15 años, por el secuestro e intento de homicidio de dos agentes de la DEA el 10 de febrero de 1982 en Cartagena. (Ver recuadro)
Duarte, cuya familia jamás lo visitó en ninguna de las cárceles en donde estuvo en los Estados Unidos desde que fue condenado en 1997, obedeciendo a su petición expresa de no ser visitado nunca, murió tratando de lograr que el Gobierno de los Estados Unidos le otorgara la libertad por haberlo condenado por un hecho que ya había pagado en Colombia.
A Duarte, el sino trágico que parecía haberse posado sobre su vida, también lo acompañó después de muerto, pues una serie de hechos inexplicables hicieron que su cadáver, que debía ser repatriado desde los Estados Unidos para ser sepultado en Cúcuta, tardara más de un mes en llegar y hasta se perdiera en las bodegas de carga del aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá.
Claudia Duarte, una de sus hijos y quien asumió la vocería de la familia en todo este difícil proceso, contó a La Opinión detalles sobre lo ocurrido con su papá en los últimos meses de vida.
‘En septiembre esperábamos su libertad’
“Mi papá llevaba 17 años detenido en los Estados Unidos. Inició en cárceles de máxima seguridad y terminó en una correccional, donde inclusive trabajaba en una fábrica de muebles y de camisetas, lo que le permitía devengar un salario mensualmente”, contó Claudia.
Según ella, la familia siempre mantuvo contacto permanente con él. Todos los días hablaban por teléfono o a través de correos electrónicos por un sistema de mensajería que tienen las cárceles de los Estados Unidos.
Para él, la cárcel era como el Club Tennis de Cúcuta, una zona verde muy grande, donde había una especie de cabañas que servían como celdas para los internos.
“Nosotros esperábamos que para septiembre a mi papá, por los años transcurridos en prisión y por su grave estado de salud, le dieran la libertad. Ese era nuestro anhelo y todo parecía indicar que así iba a ser”.
El inicio de un calvario
Los problemas de salud de José Iván empezaron el año pasado en abril, cuando unas subidas de tensión prendieron las alarmas de su familia.
“Todo se agravó en junio, también del año pasado, cuando sufrió una arritmia cardiaca que obligó a los responsables de la cárcel donde estaba a llevarlo a dos hospitales distintos para someterlo a un tratamiento. No obstante, este año las cosas se complicaron a tal punto, que en febrero, cuando presentó una fibrilación auricular, debieron instalarle un marcapasos”, narró Claudia.
En junio, José Iván volvió a presentar otra falla cardiaca que se tradujo en la aparición de una serie de morados por todo el cuerpo.
“Me enteré el 8 de julio pasado, por una llamada que hizo un preso colombiano a su familia, y que era compañero de mi papá, de que a él le había pasado algo grave. Ese preso le dijo a su familia que se comunicara conmigo y me contaran que él la noche anterior (7 de julio) había sufrido una embolia y se lo habían llevado de urgencias para un hospital”, aseguró su hija.
El 9 de julio, Claudia se puso en contacto con el consulado de Colombia en Atlanta, donde la persona encargada de los colombianos detenidos en esta zona de los Estados Unidos le dijo que no sabía nada del caso de su papá y que las autoridades carcelarias no le habían notificado nada aún.
“En la cárcel nadie me decía nada, todo se volvió un misterio. Ni siquiera me decían si estaba en un hospital o aún permanecía allí recluido, aunque yo sabía que lo habían sacado por lo que me mandó a decir el otro preso colombiano con su familia”.
Ante la gravedad de lo que estaba pasando, el consulado empezó a solicitar información al centro penitenciario donde estaba Duarte, pero tampoco le decían nada, a pesar de que él había autorizado a esta entidad para que fuera la que recibiera toda la información concerniente a su estado de salud.
“Duramos dos semanas buscándolo en todos los hospitales donde él ya había estado. Nadie nos decía nada. Una persona de la cárcel se comunicó conmigo y me dijo que él podía ayudarme enviándole un papel a mi papá para que lo firmara autorizándome a recibir toda la información concerniente a su salud, pues con el consulado no estábamos logrando nada”.
Sin embargo, el lunes 21 de julio a las 6:30 de la mañana llamaron al teléfono de Claudia desde la cárcel donde estaba su papá para decirle que no llamara más a ese lugar a preguntar por él porque ya ni siquiera aparecía en el sistema.
En ese momento fue que le dieron toda la información del hospital donde él estaba muy delicado de salud. “Ese mismo día llamé al hospital y me dijeron que mi papá estaba en coma. Ahí mismo me preguntaron que si autorizaba a que lo reanimaran, a lo que respondí que las veces que fuera necesario”.
‘No me permitieron viajar’
Ese mismo lunes 21 de julio, Claudia viajó a Bogotá con todos los soportes del consulado de Atlanta que daban fe de lo que estaba pasando con su papá, con el ánimo de que la Embajada de los Estados Unidos le aprobara una visa humanitaria que le permitiera viajar a ver a su papá en sus últimos momentos.
“En la embajada me demoraron dos días. Me decían que no había sistema, que el funcionario encargado en Washington no aparecía, que el funcionario encargado en Bogotá se había accidentado, en fin, mil trabas que lo único que lograron fue que los últimos instantes de vida de mi papá transcurrieran solos, sin la ayuda de nadie, sin la presencia de ninguno de sus familiares”.
A las 2:40 de la tarde del miércoles 23 de julio, estando en la embajada, Claudia recibió una llamada de la cárcel en la que le preguntaron ‘¿usted es la hija de Iván?’, a lo que respondió que sí. Luego, le empezaron a preguntar de manera insistente que dónde estaba, que si en Colombia o en Estados Unidos.
“Yo no les quería responder porque mi prioridad era que me autorizaran mi salida del país. Ellos siguieron llamando desde la cárcel de manera insistente, hasta que en un determinado momento me pidieron que les diera una dirección. Cuando les pregunté para qué, me respondieron, sin ningún tipo de preámbulo, ‘para enviarle el cadáver de su padre’”, recordó Claudia visiblemente afectada por la forma en que se enteró.
“Mi papá había muerto ese día a las 12:40 del mediodía”, agregó.
‘Lo que vino después fue otro suplicio terrible’
“Una vez me enteré de la muerte de mi papá, tuve que radicar un poder autorizando al consulado colombiano en Atlanta para que me recogiera toda su historia clínica y le hicieran una necropsia”.
Desde la cárcel le ofrecieron a Claudia el envío de las cenizas de su papá, que tardarían 4 meses en llegar, a lo que ella se opuso alegando que le tenían que enviar el cuerpo.
Después de 15 días de haber muerto, y según el relato de Claudia, no había nadie en Savannah (Georgia) que firmara el acta de defunción de su padre. La funeraria que se encargó del caso de José Iván les hizo el favor de buscar a un médico que lo había atendido en alguna ocasión para que firmara el acta y así acelerar el proceso.
El itinerario de vuelo del cadáver de Duarte era Savannah-Atlanta-Miami-Bogotá-Cúcuta. Debía llegar el lunes 18 de agosto y terminó llegando el pasado martes 19 a las 2 de la tarde.
En algún momento de ese itinerario de vuelo, el cadáver de José Iván se perdió. Nadie daba razón del ataúd.
“En el aeropuerto ElDorado estuvimos averiguando en todos lados. La guía que nos habían dado no correspondía con la de ninguna carga, en este caso el cuerpo de mi papá, procedente de Estados Unidos.
“Finalmente nos fuimos para las bodegas de carga del aeropuerto y allá apareció ‘en una bodega’. Sin embargo, como era lunes festivo, nadie quería firmar los registros sanitarios”.
Al llegar el cadáver a Cúcuta el martes, la familia de José Iván decidió llevarlo a Medicina Legal porque quiere que al cuerpo se le practique otra necropsia que le diga de qué, exactamente, murió su padre.
“Si los datos que esa necropsia nos arroje aquí, coinciden con los que nos van a enviar de los Estados Unidos, vamos a estar tranquilos. Si no, vamos a ir hasta el fondo tratando de averiguar qué pasó con mi papá en sus últimos días de vida”, sostuvo Claudia, quien agregó que, si todo sale bien, espera poder enterrar a su padre hoy.
Pagó dos veces un mismo hecho
José Iván Duarte Acero fue acusado en Estados Unidos de haber participado en el secuestro e intento de asesinato de dos agentes de la DEA el 10 de febrero de 1982 en Cartagena.
Ese día, según se lee en los archivos judiciales de la época, Duarte, en compañía de René Benítez, Armando Benítez y Jairo David Valencia, sacaron a los agentes de la DEA Carlos Martínez y Kelly McCullough de la habitación del hotel donde se estaban hospedando y los llevaron a las afueras de Cartagena.
Una vez llegaron a una zona alejada de la ciudad, Duarte disparó contra McCullough, hiriéndolo en una pierna y la cadera. Acercándose, le disparó nuevamente en el cuello. Martínez había sido herido previamente por René Benítez.
Contra todo pronóstico, los dos agentes de la DEA sobrevivieron al ataque y llegaron hasta Cartagena, donde lograron pedir ayuda a su Gobierno y ser llevados hasta los Estados Unidos.
Duarte, luego de estos hechos, viajó a Venezuela, donde fue capturado por el gobierno de ese país, con ayuda de las autoridades norteamericanas, el día 20 de mayo de 1982. Posteriormente fue deportado hacia Colombia, donde la justicia lo condenó por el secuestro e intento de asesinato de Martínez y McCullough.
A pesar de que los Estados Unidos intentaron que Duarte fuera extraditado hacia ese país, la Corte Suprema de Justicia de Colombia negó esta solicitud el 30 de mayo de 1983.
Dos años y medio después de su captura en Venezuela, Duarte salió libre (12 de diciembre de 1984). Luego de volver a pagar una condena en Venezuela por cargos relacionados con drogas, Duarte volvió a Cúcuta, su tierra natal, donde montó un negocio de autopartes y chatarra.
En 1997, 15 años después de los hechos anteriormente descritos, dos personas que se hicieron pasar como empresarios, dueños de una compañía llamada Acosta Acosta, le pidieron a Duarte ser el director de la nueva oficina que pretendían abrir en Cúcuta. Para ello, fue invitado a Bogotá a conocer los detalles de su vinculación laboral y a quienes serían sus nuevos jefes, Juan y María Acosta.
Juan, el nuevo jefe de Duarte, le pidió que, como una de sus primeras misiones laborales, viajara hasta Ecuador a recoger un camión cargado de computadores y se lo llevara hasta Bogotá. Desconociendo que los esposos Acosta eran agentes encubiertos del gobierno norteamericano, Duarte fue capturado en la frontera colombiana con Ecuador e, inmediatamente, enviado a los Estados Unidos. Allí, fue condenado a cadena perpetua, más 15 años de prisión.