Viernes, 13 de Septiembre de 2013
~Recién comenzaba el año, el día primero, como ocurre en ese día de
manera corriente, los accidentes de tránsito no se hacen esperar.~
Recién comenzaba el año, el día primero, como ocurre en ese día de manera corriente, los accidentes de tránsito no se hacen esperar.
Don Jorge Rangel, que por entonces era el Inspector de Tránsito, ejercía con lujo de detalles su delicada misión y aunque la cantidad de percances no eran tantos como los de hoy, siempre se presentaban algunos que enriquecían la crónica roja de los periódicos.
Don Jorge, como era su costumbre, tenía el sano hábito de informar a la opinión pública, mediante breves comunicados, las incidencias que correspondían a su cargo y por ello, puede leerse que para los primeros días del año se presentaron tres accidentes de ‘circulación’ como antes se decía y que se trataba de meros choques entre vehículos, los cuales solamente dejaron algunos conductores maltrechos y una que otra lata aporreada; tanto el señor Rangel como sus activos y subalternos, muy juiciosos se dieron a la tarea de levantar los respectivos croquis e impartir las multas correspondientes.
El primero de estos choques se produjo en el cruce de la avenida sexta con calle 12, en pleno centro de la ciudad; allí, los vehículos de los señores Alfredo Marchiani y Luis Marcucci colisionaron, sin más consecuencias que los desperfectos de sus respectivos automóviles, pero el chistecito les costó la suma de $3.000 en reparaciones y $50 a cada uno de multa como sanción por haber ocasionado una congestión que mantuvo paralizado el tránsito, varias horas.
Los otros dos accidentes ocurrieron en la afueras de la ciudad, sobre la carretera internacional de la frontera, la que hoy conocemos como la ‘carretera vieja a San Antonio’, uno en el sector de Lomitas y el otro en El Escobal. Ambos accidentes sólo dejaron algunos heridos de consideración que fueron atendidos en el hospital San Juan de Dios y multas que eran, como ya se mencionó, de $50.
Gran alharaca se formó entre el alcalde y el conocido comerciante ‘ Yodoformo’ a raíz de la diferencia surgida en torno a la negociación de un lote de terreno de su propiedad, que el municipio estaba negociando para levantar el parque José Eusebio Caro.
El dichoso lote tenía un área de 3.830.78 metros cuadrados y estaba localizado sobre la avenida Olaya Herrera y para ubicar a los foráneos, quedaba frente a la capilla de la parroquia de San Rafael (el templo conocido hoy, no se había edificado) y por no haber llegado a un acuerdo satisfactorio y equitativo, don Numa dictó el Decreto número 3 de 1953 mediante el cual se expropiaba esa amplia zona de terreno y se facultaba al Personero para que llevara a cabo la diligencia de rigor.
Dicha medida, más que disgustar a la población, fue comentada en todos los sectores de la ciudad reconociéndole al alcalde su espíritu progresista y su valor civil, a más del agradecimiento de los vecinos del sector.
Como era costumbre antes y ahora, no faltaban las situaciones jocosas a las que los más veteranos ‘mamadores de gallo’ se reunían para aprovecharse de las circunstancias que daban pie para comenzar sus poco serias disertaciones sobre el prójimo o los prójimos a los que no perdonaban la más mínima equivocación, sin temor a someterlos a sus burlas y sus ironías. Por algo se erigió el monumento al ‘gallo cucuteño’, algo que no ha pasado de moda, ni pasará, a juzgar por las actitudes que se siguen adoptando frente a casos que no merecen la mínima atención pero que aquí, le sacamos el provecho necesario para reírnos de ella y olvidarnos de los problemas y las malas condiciones.
Pues bien, aprovechándose de esta particularidad, cierto grupo de amigos, disfrutando de la compañía de varios periodistas deseosos de lograr para sus respectivos medios, noticias que fueran del agrado de sus lectores, se encontraron con los comentarios de esta caterva de personajes, que estaban discutiendo un tema de trascendental importancia: “el peligro de los solterones en Cúcuta”.
Discutían que los solterones eran algo insólito dentro de nuestras costumbres, que esa filosofía de vida daña el rítmico ascenso del ritmo de población, que paralizan el progreso de Cúcuta pues los santos son los únicos que salen ganando de toda esta táctica porque las cucuteñas se quedan para vestirlos, algo así como violando el principio divino de “creced y multiplicaos”.
Por eso consideraban que debían declararle la guerra a esos “traidores” a quienes más adelante señalaban con sus nombres y apellidos, además de retar a los periodistas a quedarse para escuchar de quienes se trataba.
Ni cortos ni perezosos comenzaron a deshilvanar nombres.
Constantino Méndez fue el primero de la lista y se preguntaban, ¿cómo es que un joven que frisa los 45 años, bien presentado, bien hablado, muy leído y muy viajado era renuente a consolidar la institución matrimonial?
Continuaban hablando a diestra y siniestra del asunto, cuando asomaron tres nuevos personajes, Eustaquio Sepúlveda, Manuel Gómez Arévalo y Bonifacio Jaimes de quienes se decía que estaban en la flor de la vida pero que le tenían pavor a la Epístola de San Pablo.
Lo interesante de la conversación comenzó a girar en torno a las consecuencias económicas del celibato y el argumento que esgrimía el señor Gómez era que no compartía las ideas ni las teorías de los planificadores que cuestionan que la superpoblación es una muestra de vitalidad de la raza. A pesar de ello, siente nostalgias ‘femíneas incontrolables e incontenibles, como el amanecer’, citando el poema de Pablo Neruda, pero que no se atrevía a dar el paso. Al parecer el problema de la compañía del sujeto era la poca propensión a compartir, especialmente los gastos.
De Bonifacio, la cosa era a otro precio, él era un funcionario público destacado, que según las malas lenguas, añoraba un hogar poblado de voces infantiles y que colmaba sus ímpetus paternales dirigiendo, como un padre moderno, la juventud atlética del Departamento.
También decían de él, que el problema era de economía de bolsillo.
Sin embargo, puedo asegurar que con el tiempo, una fémina logró burlar su desinterés y lo conquistó hasta llevarlo al altar, no en calidad de santo sino de marido, sumiso y obediente como lo fue hasta el final de sus días.
Claro que la charla se extendió durante muchas horas y no al calor de unos tragos sino de unos tintos y nuevos nombres aparecieron sobre la mesa, Eustoquio Sepúlveda, Guillermo Eslava, Juan Sarmiento, Pablo E. Pérez, Pedro Espalza, Pedro Castro y otros que en razón del tiempo y del espacio se quedaron en el tintero, pero que además siendo la hora de la cena, el sol apagado y el apetito gritando las ganas de comer, se fueron alejando cada uno a sus sitios de origen.
gerard.raynaud@gmail.com
Recién comenzaba el año, el día primero, como ocurre en ese día de manera corriente, los accidentes de tránsito no se hacen esperar.
Don Jorge Rangel, que por entonces era el Inspector de Tránsito, ejercía con lujo de detalles su delicada misión y aunque la cantidad de percances no eran tantos como los de hoy, siempre se presentaban algunos que enriquecían la crónica roja de los periódicos.
Don Jorge, como era su costumbre, tenía el sano hábito de informar a la opinión pública, mediante breves comunicados, las incidencias que correspondían a su cargo y por ello, puede leerse que para los primeros días del año se presentaron tres accidentes de ‘circulación’ como antes se decía y que se trataba de meros choques entre vehículos, los cuales solamente dejaron algunos conductores maltrechos y una que otra lata aporreada; tanto el señor Rangel como sus activos y subalternos, muy juiciosos se dieron a la tarea de levantar los respectivos croquis e impartir las multas correspondientes.
El primero de estos choques se produjo en el cruce de la avenida sexta con calle 12, en pleno centro de la ciudad; allí, los vehículos de los señores Alfredo Marchiani y Luis Marcucci colisionaron, sin más consecuencias que los desperfectos de sus respectivos automóviles, pero el chistecito les costó la suma de $3.000 en reparaciones y $50 a cada uno de multa como sanción por haber ocasionado una congestión que mantuvo paralizado el tránsito, varias horas.
Los otros dos accidentes ocurrieron en la afueras de la ciudad, sobre la carretera internacional de la frontera, la que hoy conocemos como la ‘carretera vieja a San Antonio’, uno en el sector de Lomitas y el otro en El Escobal. Ambos accidentes sólo dejaron algunos heridos de consideración que fueron atendidos en el hospital San Juan de Dios y multas que eran, como ya se mencionó, de $50.
Gran alharaca se formó entre el alcalde y el conocido comerciante ‘ Yodoformo’ a raíz de la diferencia surgida en torno a la negociación de un lote de terreno de su propiedad, que el municipio estaba negociando para levantar el parque José Eusebio Caro.
El dichoso lote tenía un área de 3.830.78 metros cuadrados y estaba localizado sobre la avenida Olaya Herrera y para ubicar a los foráneos, quedaba frente a la capilla de la parroquia de San Rafael (el templo conocido hoy, no se había edificado) y por no haber llegado a un acuerdo satisfactorio y equitativo, don Numa dictó el Decreto número 3 de 1953 mediante el cual se expropiaba esa amplia zona de terreno y se facultaba al Personero para que llevara a cabo la diligencia de rigor.
Dicha medida, más que disgustar a la población, fue comentada en todos los sectores de la ciudad reconociéndole al alcalde su espíritu progresista y su valor civil, a más del agradecimiento de los vecinos del sector.
Como era costumbre antes y ahora, no faltaban las situaciones jocosas a las que los más veteranos ‘mamadores de gallo’ se reunían para aprovecharse de las circunstancias que daban pie para comenzar sus poco serias disertaciones sobre el prójimo o los prójimos a los que no perdonaban la más mínima equivocación, sin temor a someterlos a sus burlas y sus ironías. Por algo se erigió el monumento al ‘gallo cucuteño’, algo que no ha pasado de moda, ni pasará, a juzgar por las actitudes que se siguen adoptando frente a casos que no merecen la mínima atención pero que aquí, le sacamos el provecho necesario para reírnos de ella y olvidarnos de los problemas y las malas condiciones.
Pues bien, aprovechándose de esta particularidad, cierto grupo de amigos, disfrutando de la compañía de varios periodistas deseosos de lograr para sus respectivos medios, noticias que fueran del agrado de sus lectores, se encontraron con los comentarios de esta caterva de personajes, que estaban discutiendo un tema de trascendental importancia: “el peligro de los solterones en Cúcuta”.
Discutían que los solterones eran algo insólito dentro de nuestras costumbres, que esa filosofía de vida daña el rítmico ascenso del ritmo de población, que paralizan el progreso de Cúcuta pues los santos son los únicos que salen ganando de toda esta táctica porque las cucuteñas se quedan para vestirlos, algo así como violando el principio divino de “creced y multiplicaos”.
Por eso consideraban que debían declararle la guerra a esos “traidores” a quienes más adelante señalaban con sus nombres y apellidos, además de retar a los periodistas a quedarse para escuchar de quienes se trataba.
Ni cortos ni perezosos comenzaron a deshilvanar nombres.
Constantino Méndez fue el primero de la lista y se preguntaban, ¿cómo es que un joven que frisa los 45 años, bien presentado, bien hablado, muy leído y muy viajado era renuente a consolidar la institución matrimonial?
Continuaban hablando a diestra y siniestra del asunto, cuando asomaron tres nuevos personajes, Eustaquio Sepúlveda, Manuel Gómez Arévalo y Bonifacio Jaimes de quienes se decía que estaban en la flor de la vida pero que le tenían pavor a la Epístola de San Pablo.
Lo interesante de la conversación comenzó a girar en torno a las consecuencias económicas del celibato y el argumento que esgrimía el señor Gómez era que no compartía las ideas ni las teorías de los planificadores que cuestionan que la superpoblación es una muestra de vitalidad de la raza. A pesar de ello, siente nostalgias ‘femíneas incontrolables e incontenibles, como el amanecer’, citando el poema de Pablo Neruda, pero que no se atrevía a dar el paso. Al parecer el problema de la compañía del sujeto era la poca propensión a compartir, especialmente los gastos.
De Bonifacio, la cosa era a otro precio, él era un funcionario público destacado, que según las malas lenguas, añoraba un hogar poblado de voces infantiles y que colmaba sus ímpetus paternales dirigiendo, como un padre moderno, la juventud atlética del Departamento.
También decían de él, que el problema era de economía de bolsillo.
Sin embargo, puedo asegurar que con el tiempo, una fémina logró burlar su desinterés y lo conquistó hasta llevarlo al altar, no en calidad de santo sino de marido, sumiso y obediente como lo fue hasta el final de sus días.
Claro que la charla se extendió durante muchas horas y no al calor de unos tragos sino de unos tintos y nuevos nombres aparecieron sobre la mesa, Eustoquio Sepúlveda, Guillermo Eslava, Juan Sarmiento, Pablo E. Pérez, Pedro Espalza, Pedro Castro y otros que en razón del tiempo y del espacio se quedaron en el tintero, pero que además siendo la hora de la cena, el sol apagado y el apetito gritando las ganas de comer, se fueron alejando cada uno a sus sitios de origen.