Viernes, 30 de Enero de 2015
Los resultados de la gestión de la izquierda en los distintos sectores del planeta tierra nos llevan a una conclusión que no es la mejor para los amigos de la revolución: el fracaso es total en todas partes incluyendo nada menos que la China de Mao y la Cuba de Fidel además de la Venezuela de Chávez y Maduro.
Eso para no hablar de la destruida Bogotá de Gustavo Petro cuyos resignados habitantes estamos contando los días que faltan para que se acabe la pesadilla del peor alcalde que ha tenido la sufrida capital colombiana, que ha experimentado, sin éxito, la fórmula de entregar a un ex guerrillero los destinos de una metrópoli que ya cuenta con la espantosa cifra de diez millones de habitantes, dos millones de automóviles particulares, miles de buses y centenares de huecos en todas las calles.
Muchos bogotanos, la mayoría proveniente de todas las regiones, que han encontrado aquí las fórmulas de la felicidad, trabajo, educación, salud y el amor, quieren hoy que la que fuera ‘’la Atenas suramericana’’ recupere la antigua grandeza, que se perdió desde el día en que el pueblo se sublevó por el asesinato de su caudillo Jorge Eliécer Gaitán y destruyó el centro, incluyendo todo el comercio y los ancianos tranvías, que aún no han sido reemplazados con eficiencia.
Los bogotanos hemos tenido mala suerte con el experimento de la elección popular de alcaldes.
Han ocupado el palacio Liévano un exótico profesor lituano, un dirigente sindical, un enemigo del metro y para rematar, un guerrillero retirado que se cree Fidel Castro pero que no estaba preparado para gobernar.
Como consecuencia, la ciudad está destruida, esperando que la rescate alguien que la quiera de verdad y desee devolverle la grandeza que tuvo en otras épocas.
Claro que Petro ha hecho algo en beneficio de los estratos más necesitados.
Pero los capitalinos de los estratos altos sólo tienen oportunidad de pagar impuestos y sufrir trancones, inseguridad, desempleo, malos y caros servicios de salud y muchos etcéteras.
Bogotá se ha convertido en otra muestra del fracaso de la izquierda, que en otras calendas recibió el apoyo de una juventud inconforme, que pensaba en cambiar las estructuras y luego tuvo que conformarse con objetivos más sencillos, porque como dijo el cura Camilo Torres, cuya tumba sigue sin conocerse, los jóvenes tienen obligación de ser revolucionarios hasta que se casan y compran casa.
Después empiezan los problemas diarios, como pagar impuestos, servicios públicos y matricular a los hijos en un buen colegio bilingüe.
Pero la izquierda, que a veces interpreta los deseos de la juventud, ha entrado en una etapa de mediocridad que da grima. Mirar a Cuba, Venezuela, Corea del norte y todo el bloque soviético demuestra que ese no es el camino que desean las gentes. En el vecino, que en otras épocas nos amenazó con aviones, tanques y armas rusas, hoy no se consigue papel higiénico, pañales, harina y mantequilla. Debe ser muy duro pasar de la riqueza a la pobreza y de la abundancia a la escasez. Por eso no es entendible la actitud de nuestros vecinos, que regalan petróleo a Cuba, Bolivia y Argentina mientras las gentes tienen que hacer filas de varias horas para adquirir los artículos de primera necesidad, como lo muestran las fotografías de las agencias internacionales de noticias. Se dice, no me consta, que para comprar los elementos de consumo de los hogares es necesario madrugar mucho, lo mismo que ocurría en Cuba y en el Chile de Allende.
La comparación entre lo ocurrido en los países que han sufrido las consecuencias del socialismo y el diario vivir en otras latitudes, como Alemania, Corea del Sur y Estados Unidos nos lleva a la conclusión de que el futuro del mundo está en el capitalismo, que a pesar de sus errores, es la vía para satisfacer las necesidades de la creciente población mundial, que ya llega a la astronómica cifra de cinco mil millones de personas. Me duele, como liberal, reconocer que las ideas de izquierda democrática han fracasado y que el único futuro está en la explotación del hombre por el hombre. Pero esa es la dolorosa realidad. GPT
Eso para no hablar de la destruida Bogotá de Gustavo Petro cuyos resignados habitantes estamos contando los días que faltan para que se acabe la pesadilla del peor alcalde que ha tenido la sufrida capital colombiana, que ha experimentado, sin éxito, la fórmula de entregar a un ex guerrillero los destinos de una metrópoli que ya cuenta con la espantosa cifra de diez millones de habitantes, dos millones de automóviles particulares, miles de buses y centenares de huecos en todas las calles.
Muchos bogotanos, la mayoría proveniente de todas las regiones, que han encontrado aquí las fórmulas de la felicidad, trabajo, educación, salud y el amor, quieren hoy que la que fuera ‘’la Atenas suramericana’’ recupere la antigua grandeza, que se perdió desde el día en que el pueblo se sublevó por el asesinato de su caudillo Jorge Eliécer Gaitán y destruyó el centro, incluyendo todo el comercio y los ancianos tranvías, que aún no han sido reemplazados con eficiencia.
Los bogotanos hemos tenido mala suerte con el experimento de la elección popular de alcaldes.
Han ocupado el palacio Liévano un exótico profesor lituano, un dirigente sindical, un enemigo del metro y para rematar, un guerrillero retirado que se cree Fidel Castro pero que no estaba preparado para gobernar.
Como consecuencia, la ciudad está destruida, esperando que la rescate alguien que la quiera de verdad y desee devolverle la grandeza que tuvo en otras épocas.
Claro que Petro ha hecho algo en beneficio de los estratos más necesitados.
Pero los capitalinos de los estratos altos sólo tienen oportunidad de pagar impuestos y sufrir trancones, inseguridad, desempleo, malos y caros servicios de salud y muchos etcéteras.
Bogotá se ha convertido en otra muestra del fracaso de la izquierda, que en otras calendas recibió el apoyo de una juventud inconforme, que pensaba en cambiar las estructuras y luego tuvo que conformarse con objetivos más sencillos, porque como dijo el cura Camilo Torres, cuya tumba sigue sin conocerse, los jóvenes tienen obligación de ser revolucionarios hasta que se casan y compran casa.
Después empiezan los problemas diarios, como pagar impuestos, servicios públicos y matricular a los hijos en un buen colegio bilingüe.
Pero la izquierda, que a veces interpreta los deseos de la juventud, ha entrado en una etapa de mediocridad que da grima. Mirar a Cuba, Venezuela, Corea del norte y todo el bloque soviético demuestra que ese no es el camino que desean las gentes. En el vecino, que en otras épocas nos amenazó con aviones, tanques y armas rusas, hoy no se consigue papel higiénico, pañales, harina y mantequilla. Debe ser muy duro pasar de la riqueza a la pobreza y de la abundancia a la escasez. Por eso no es entendible la actitud de nuestros vecinos, que regalan petróleo a Cuba, Bolivia y Argentina mientras las gentes tienen que hacer filas de varias horas para adquirir los artículos de primera necesidad, como lo muestran las fotografías de las agencias internacionales de noticias. Se dice, no me consta, que para comprar los elementos de consumo de los hogares es necesario madrugar mucho, lo mismo que ocurría en Cuba y en el Chile de Allende.
La comparación entre lo ocurrido en los países que han sufrido las consecuencias del socialismo y el diario vivir en otras latitudes, como Alemania, Corea del Sur y Estados Unidos nos lleva a la conclusión de que el futuro del mundo está en el capitalismo, que a pesar de sus errores, es la vía para satisfacer las necesidades de la creciente población mundial, que ya llega a la astronómica cifra de cinco mil millones de personas. Me duele, como liberal, reconocer que las ideas de izquierda democrática han fracasado y que el único futuro está en la explotación del hombre por el hombre. Pero esa es la dolorosa realidad. GPT