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Editorial
La obsesión de Almagro
Alguien como él, difícilmente puede conducir los destinos políticos del Hemisferio.
Martes, 18 de Diciembre de 2018

El partido Frente Amplio, la izquierda gobernante en Uruguay, expulsó a Luis Almagro, actual secretario general de la OEA, por decir cosas que ahora niega y que, desde su posición, jamás debió siquiera mencionar: la intervención militar como vía para sacar del poder en Venezuela a Nicolás Maduro.

Además, el Partido Nacional, opositor, planteó no votar por Almagro para un nuevo período en la OEA, por los cambios que tuvo entre su período como canciller uruguayo y su gestión en el organismo hemisférico.

“Estos tipos que actúan de una forma, pero después, cuando se sientan en un sillón internacional, actúan de otra, en complacencia con los centros de poder, no son confiables”, dijo el senador Jorge Larrañaga, en una infrecuente sintonía con el Gobierno,

Y, la verdad, Almagro cambió drásticamente. De ser un personaje reconocido en el mundo entero como representante de la izquierda uruguaya, como canciller centrado de su país, pasó a la OEA y, de un momento a otro, cazó una dura pelea irreconciliable con Nicolás Maduro, por razón desconocida, pero en torno de la cual se tejen múltiples especulaciones…

El secretario general de la Oea jamás puede pronunciarse más allá de la vía política para solucionar los problemas, internos o externos, de los países del área, y menos, aceptar la posibilidad de una intervención militar. Eso contradice absoluta y radicalmente los principios que dieron origen y defiende el organismo regional.

Almagro habló en Cúcuta, en respuesta a una pregunta de una reportera de La Opinión, pero después, cuando hubo reacción general, negó que hubiera dicho lo que le atribuyó la prensa presente en el acto en el puente Simón Bolívar. Ante las evidencias, optó por argumentar que fue mal interpretado.

Y dijo que “a partir de ahí, algunas interpretaciones maniqueístas buscaron cambiar el eje de la discusión. Que hablamos de violencia, que éramos favorables a la intervención armada y no es cierto”.

Pero, al parecer, no pudo recuperar la confianza de su partido y, obviamente, de su gobierno. “Es inequívoca la incompatibilidad absoluta de esa postura con los principios que sustenta el Frente Amplio en materia de derecho internacional y defensa del principio de no intervención”, señala el documento de expulsión.

Ahora, sin ese apoyo, difícilmente podrá aspirar a hacerse reelegir dentro de año y medio, cuando termina su período. Si es que antes no se retira. Alguien como él, difícilmente puede conducir los destinos políticos del Hemisferio, cuando en su propio país lo repudian.

Y todo por su obsesión. En sus actuaciones en la OEA, Almagro más parece agitador del ala guerrerista del organismo, que su ponderado, centrado, moderado y neutral secretario general. De todos los embajadores americanos, es el menos indicado para hacer pronunciamientos como el que hizo en Cúcuta. Es, en cierta manera, como si un obispo católico, en vez de estimular la virtud, estimulara el pecado, solo porque se peleó con un cardenal.

Con sus declaraciones, Almagro asumió el papel de vocero de gobiernos como el de Estados Unidos, que en reiteradas oportunidades ha reafirmado su interés en que Maduro y la revolución bolivariana y socialista pasen a la historia por razón de acciones militares. Al fin y al cabo, es una costumbre política de Washington.

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