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De gallos a la madrugada
Se salvó el gallo de la vecina –le dije a mi mujer, una de estas madrugadas, cuando escuché que, después de navidad, el gallo seguía cantando en algún solar de la vecindad, lo mismo que venía haciéndolo desde mediados de noviembre, cuando las madrugadas del vecindario empezaron a ser quiquiriqueadas por un gallo recién llegado.
Lunes, 7 de Enero de 2013
Se salvó el gallo de la vecina –le dije a mi mujer, una de estas madrugadas, cuando escuché que, después de navidad, el gallo seguía cantando en algún solar de la vecindad, lo mismo que venía haciéndolo desde mediados de noviembre, cuando las madrugadas del vecindario empezaron a ser quiquiriqueadas por un gallo recién llegado.

Pensé, cuando eso, que lo habían traído del campo, con destino a la cena del 24 de diciembre, a la media noche, en la que abunda el pollo relleno. Le dicen pollo relleno, pero en realidad son gallos adultos, gordos, cantadores del gallinero, que se encuentran en el momento preciso para ser sacrificados en aras de la cena de navidad. Los traen del campo y los terminan de engordar en el patio de la casa, donde ya no comen las porquerías de los solares sino alimento de engorde y sobras de comida.
   
Como pasó navidad y el gallo siguió despertándonos tempraneramente, fue por lo que le dije a mi mujer “se salvó el gallo”. Mi mujer, entre sueños, me dio un codazo y me ronroneó “deje dormir”, pero yo seguí con la mente fija en el gallo. “De año nuevo no se salva”, dije, dándole la espalda a mi mujer.
   
Pero se volvió a salvar. El 2 de enero volví a escuchar sus quiquiriquíes y me alegré por el gallo. Los que somos del campo amamos a los animales domésticos: gallinas, gallos, cerdos, pavos, piscos, patos, terneros, mulas, caballos, perros y gatos, y nos entristece lo malo que les pueda pasar. Y por lo general son los animales los que pagan el pato (“pagan el pato”) en épocas de fiestas.     Los pavos rellenos (piscos rellenos), los pollos rellenos (gallos rellenos), los cerdos grandes (lechonas) y los pequeños (cochinillos), son viandas apetecidas por todo el mundo carnívoro.
   
El 6 de enero, día en que las gentes se van al río a celebrar la llegada de los Reyes con sancocho y cerveza, ya no escuché al gallo en la madrugada. Mi pesimismo me lleva a pensar que al gallo vecino lo estaban engordando un poco más para el llamado sancocho trifásico del río. Quiera Dios que me equivoque, y que el animal sólo esté sufriendo de alguna amigdalitis que le ha impedido cantar estas madrugadas.
   
Los gallos son de malas. En las fiestas de pueblo, hacen un juego al que llaman “la descabezada del gallo”: cuelgan al animal de las patas y algunos jinetes pasan por debajo para atraparlo, lo cual no es fácil porque el gallo está en movimiento. En otras partes son más bárbaros: entierran al animal en descampado, dejándole sólo la cabeza por fuera, y gentes vendadas, machete en mano, se lanzan, a tientas, a volarle la cabeza al gallo con cresta y todo.
   
Vuelvo a pensar en el gallo de la vecina. Si lo escucho cantar de nuevo, gritaré, a la hora que sea, “se salvó el gallo”, aún a riesgo de sufrir el codazo de mi mujer y su ronroneador “deje dormir”.


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