Domingo, 29 de Junio de 2014
~Maduro parece estar cuesta abajo, con pocas posibilidades de frenar; por el contrario, podría debilitarse mucho más si racionaliza el enorme costo financiero de los combustibles.~
Los grandes líderes cometen grandes errores, que solo el tiempo descubre. No la historia, en especial porque la escriben ellos mismos o sus amanuenses, y para ellos, todo está bien hecho, blindado contra toda posibilidad en contrario.
Más allá de su dimensión, histórica para muchos, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez también cometió un error grave, quizás motivado por la angustia de que la vida se le iba y por la necesidad de encontrar a alguien conocido que asumiera el timón de la revolución bolivariana y la llevara al buen puerto que él mismo imaginó.
Pero, fue suficiente año y medio, para que el error de Chávez quedara en evidencia. Hoy, hay dos corrientes claras en el chavismo y, por lo tanto, dentro de la misma revolución, y todo por cuenta de Nicolás Maduro Moros, el sindicalista en quien, a muy pocos días de morir, Chávez puso todas sus complacencias.
Al morir Chávez, Maduro asumió la presidencia, e inició la campaña a fin de ser elegido en las cercanas elecciones. Y el chavismo votó por él, acatando la última voluntad del comandante, en jornada en la que se alcanzaron a notar algunas averías en el aparentemente sólido edificio de la revolución, que se tradujeron en ventaja poco clara, y sospechosa, para unos, ante la oposición.
La dinámica del gobierno de un Estado en crisis trajo como consecuencia el ensanchamiento lógico de sus grietas y la conformación de las dos vertientes que hoy se disputan la herencia de Chávez, la guía de la revolución y el favor de los ciudadanos. Y en tal situación Maduro y los suyos encarnan el flanco más débil.
Una dura carta del exvicepresidente de Planificación, Jorge Giordani, y las declaraciones del exministro de Educación, Héctor Navarro, ponen al descubierto las enormes discrepancias en el alto gobierno, a la vez que revelan prácticas no correctas con las que Maduro pretende sostenerse en el poder.
Giordani y Navarro, considerados ambos como chavistas de línea ortodoxa dura, sostienen que Maduro ha modificado la senda del socialismo de Chávez, o se dispone a abandonarla y le critican reuniones con el empresariado y la toma de medidas “capitalistas” como las repetidas devaluaciones del bolívar, y pese a todo, no haber podido enderezar la descuadernada economía.
Si la contradicción interna se agudiza, como parece, la ventaja la tienen los disidentes que, podrían llevar al chavismo a una especie de cisma que amenazaría con destruir la revolución. Sería necesario, en esa situación, un líder con poder y con ascendencia sobre unos y otros, pero, sobre todo, con la ambición suficiente para echarse el gobierno, la revolución y el futuro socialista a cuestas.
Sería un escenario perfecto para alguien como Diosdado Cabello, sibilino, ambicioso, y tan calculador, que ha esperado por años, a la sombra, agazapado, una oportunidad como la actual. Con el respaldo de los militares, de la Asamblea Nacional y de muchas organizaciones de base, Cabello podría ser, en breve, y por un buen tiempo, la figura central de la revolución al mejor estilo de Chávez.
Maduro parece estar cuesta abajo, con muy pocas posibilidades de frenar; por el contrario, su situación podría debilitarse mucho más si, como no hay duda de que Venezuela debe hacerlo, el gobierno racionaliza el enorme costo financiero de los combustibles y acerca los precios a los estándares internacionales, medida que está represada hace más de 20 años, por razones eminentemente políticas.
Más allá de su dimensión, histórica para muchos, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez también cometió un error grave, quizás motivado por la angustia de que la vida se le iba y por la necesidad de encontrar a alguien conocido que asumiera el timón de la revolución bolivariana y la llevara al buen puerto que él mismo imaginó.
Pero, fue suficiente año y medio, para que el error de Chávez quedara en evidencia. Hoy, hay dos corrientes claras en el chavismo y, por lo tanto, dentro de la misma revolución, y todo por cuenta de Nicolás Maduro Moros, el sindicalista en quien, a muy pocos días de morir, Chávez puso todas sus complacencias.
Al morir Chávez, Maduro asumió la presidencia, e inició la campaña a fin de ser elegido en las cercanas elecciones. Y el chavismo votó por él, acatando la última voluntad del comandante, en jornada en la que se alcanzaron a notar algunas averías en el aparentemente sólido edificio de la revolución, que se tradujeron en ventaja poco clara, y sospechosa, para unos, ante la oposición.
La dinámica del gobierno de un Estado en crisis trajo como consecuencia el ensanchamiento lógico de sus grietas y la conformación de las dos vertientes que hoy se disputan la herencia de Chávez, la guía de la revolución y el favor de los ciudadanos. Y en tal situación Maduro y los suyos encarnan el flanco más débil.
Una dura carta del exvicepresidente de Planificación, Jorge Giordani, y las declaraciones del exministro de Educación, Héctor Navarro, ponen al descubierto las enormes discrepancias en el alto gobierno, a la vez que revelan prácticas no correctas con las que Maduro pretende sostenerse en el poder.
Giordani y Navarro, considerados ambos como chavistas de línea ortodoxa dura, sostienen que Maduro ha modificado la senda del socialismo de Chávez, o se dispone a abandonarla y le critican reuniones con el empresariado y la toma de medidas “capitalistas” como las repetidas devaluaciones del bolívar, y pese a todo, no haber podido enderezar la descuadernada economía.
Si la contradicción interna se agudiza, como parece, la ventaja la tienen los disidentes que, podrían llevar al chavismo a una especie de cisma que amenazaría con destruir la revolución. Sería necesario, en esa situación, un líder con poder y con ascendencia sobre unos y otros, pero, sobre todo, con la ambición suficiente para echarse el gobierno, la revolución y el futuro socialista a cuestas.
Sería un escenario perfecto para alguien como Diosdado Cabello, sibilino, ambicioso, y tan calculador, que ha esperado por años, a la sombra, agazapado, una oportunidad como la actual. Con el respaldo de los militares, de la Asamblea Nacional y de muchas organizaciones de base, Cabello podría ser, en breve, y por un buen tiempo, la figura central de la revolución al mejor estilo de Chávez.
Maduro parece estar cuesta abajo, con muy pocas posibilidades de frenar; por el contrario, su situación podría debilitarse mucho más si, como no hay duda de que Venezuela debe hacerlo, el gobierno racionaliza el enorme costo financiero de los combustibles y acerca los precios a los estándares internacionales, medida que está represada hace más de 20 años, por razones eminentemente políticas.