Sergio* tiene 27 años, un futuro como trabajador social, un pasado de farmacodependencia que va de la marihuana a la heroína durante 13 años, y un presente de 16 meses sin rastro de drogas en su cuerpo. Se puede decir que tiene dos nacimientos, el 29 de junio de 1995 cuando su mamá lo trajo al mundo y el 19 de abril de 2021 cuando encontró una segunda oportunidad que le cambiaría la vida.
“Un día, de puro desocupado, con un amigo nos robamos el televisor de una vecina, tenía 13 años. Me llevaron a la correccional donde me quedé 18 meses. Allí probé la marihuana, no me gustó, pero fue el comienzo de una adicción que me llevó a ser esclavo, primero del pegante, el perico, el basuco y las pepas. Hasta los 18 años estuve atrapado con estas drogas”, recuerda.
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Con los amigos descubrió que se podía mezclar marihuana con heroína y probó. Fue “mi segundo salto al abismo y me duró 4 años. Consumía y vendía para poder asegurar mi dosis. Nunca me drogué en la calle, lo hacía en el baño de mi casa. Sólo dormía y me drogaba”.
El tercer salto en ese mundo fue cuando le pidió a un amigo que le inyectara heroína porque él no era capaz, pero lo veía hacerlo. Después del primer pinchazo no volvió a consumir otra cosa.
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Aprendió a pincharme y lo hacía dos y tres veces al día. Dormía a veces hasta 18 horas y se levantaba al rebusque del valor de la dosis y repetía el ciclo.
Casi todo el tiempo vivió con su bisabuela, ella sabía lo que hacía y le rogaba que lo dejará, pero “nunca me botó a la calle, nunca llegué a ser habitante de la calle. Creo que me salvó su perseverancia, aunque pasé momentos difíciles”, agrega.
Recuerda que un día se inyectó veneno para ratas y casi pierde una pierna. Le salieron abscesos por el cuerpo, pero uno creció mucho. Llegó a la clínica donde lo pasaron casi enseguida a cirugía, porque la infección le estaba llegando al hueso.
Dos veces entró a rehabilitación voluntaria en el Hospital Mental Rudesindo Soto. La primera, en 2018, “hice la ruta bien, pero me llamaron a un trabajo en Bogotá, me fui y allá volví a caer. Fue por una pelea con el jefe, abandoné el trabajo y me dediqué a consumir durante varios días. Tuve una sobredosis y me hospitalizaron, casi me muero”.
Así que decidió volver a ingresar otra vez al HMRS. Hizo una terapia con un médico que le recomendó ‘hacer un proyecto de vida’, que consistía en pensar lo que le gustaría a futuro, sin drogas.
Eso le llamó la atención. Así que con un compañero hicieron un proyecto de apoyo a fármacos y al médico le gustó y lo envió a presentárselo al subgerente asistencial del Hospital Mental, Julián Toro. “Me costó sustentarlo y demostrar su utilidad, pero al final lo logré y comencé un trabajo con una oenegé y aquí estoy, ayudando, terminando de rehabilitarme y construyendo un proyecto de vida lejos de las drogas.
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Zarco 3.0, el influenciador
Camilo Andrés Arias Calderón, de 23 años, está en la lucha por no querer saber más del consumo de sustancias sicoactivas y ello lo intenta ayudado por un grupo de jóvenes artistas con los cuales comparte ahora su vida.
Él es influenciador (Zarco3.0) y desde las redes sociales aprovecha siempre la oportunidad para enviar mensajes de superación a sus seguidores.
Recuerda que primero empezó con la marihuana y después siguió con la heroína. El golpe más duro que soportó en ese mundo fue cuando su familia le retiró su apoyo y le tocó dormir en la calle y pedir limosna, y a veces hasta robar, “para que digo mentiras si fue así”.
Dice que permaneció varios años en el mundo de la calle, pero el cambio, que anhelaba desde lo más adentro de su ser, llegó: “se me presentó una oportunidad de oro que fue lo que me hizo abandonar el estilo de vida que llevaba. Hice un video con otro influencers y se hizo viral. A partir de ese momento recibí apoyo de otros jóvenes y me di cuenta que podía tener un proyecto de vida nuevo. La meta que tengo es seguir con este sueño, llegar a ser un influenciador reconocido”, dice Camilo Andrés.
Añade que su experiencia en el hospital Rudesindo Soto fue enriquecedora. El mensaje que les envía a los jóvenes es que no piensen en las drogas ni en las malas andanzas, eso debe quedar atrás y mejor pensar en un proyecto de vida, algo que los ayude a mantener la mente ocupada en cosas productivas, como las que hace como influenciador en las redes.
Programa de rehabilitación
“Cualquier drogodependiente que quiera rehabilitarse, lo único que debe hacer es venir al Hospital Mental y solicitar cita en el programa de farmacodependencia, donde le darán una autorización de ingreso, que debe llevar a su Entidad Promotora de Salud (EPS), para que le aprueben el ingreso”, dice Julián Toro, subgerente asistencial del HMRS.
El funcionario agrega, que luego de ese trámite, el usuario, o paciente, entra en la ruta de atención que incluye primero una valoración médica general, toma de laboratorio para toxicología e infecciones para conocer el estado de salud en que llega.
Posteriormente, pasa por sicología, trabajo social y terapia ocupacional para completar su perfil familiar y laboral; finalmente lo recibe un siquiatra, profesional quien decide el plan de tratamiento que le ofrecerá la institución.
Explicó que el proceso para cada usuario es diferente, dependiendo de su estado, y puede ser ambulatorio o intrahospitalario.
Para el segundo caso cuenta con los Centros de Atención para Drogodependientes, CAD, dentro de la entidad, que son espacios cómodos con dormitorios, áreas de terapia y enfermería. También tienen acceso a las zonas verdes externas y a las canchas de fútbol.
“Si es intrahospitalario el ingreso es por 21 o 30 días para un proceso de desintoxicación y deshabituación del consumo de todas las sustancias que lo llevaron a la dependencia. Luego, pasa al programa ambulatorio, con apoyo del equipo interdisciplinario (psicólogo, trabajador social, terapeuta ocupacional) que hace seguimiento y control. Si ha sido consumidor de heroína, entra al programa de suministro de metadona, para ayudarlo a mantener la abstinencia a los opioides”, indicó.
Un usuario puede entrar una, dos o todas las veces que necesite para rehabilitarse.
Sergio pasó por este proceso dos veces, hasta que encontró el día que dijo no más a las drogas y emprendió otro camino. Sabe que las drogas siguen en las calles, pero ha decidido darse una nueva oportunidad, por su abuela, por él, por el futuro que sabe, puede ser de gran provecho, si se mantiene limpio.
(*) Nombre cambiado a petición del entrevistado.
El caso Cúcuta en drogas inyectable
Un estudio del Minjusticia sobre prevalencia de VHI, hepatitis B, hepatitis C y sífilis revelado en el presente año concluyó que Cúcuta y Armenia son las capitales que más sufren por las drogas inyectables.
En total, el estudio, en el que también participaron el ministerio de Salud y Protección Social y la Empresa Promotora del Desarrollo Territorial (ENTerritorio), en articulación con la Fundación Salutia, la Universidad CES y la Secretaría de Salud del municipio involucró a 350 personas, en su mayoría habitantes de la calle.
En esta capital se concentra el 19% del total de los habitantes de la calle del país que se refleja en mil doscientos once personas, un 80 por ciento de nacionalidad extranjera.
Es en esta población que el citado estudio revela que el fenómeno en Cúcuta es de los más graves de país, más del 60 por ciento en una población entre los 25 y 44 años, que gana menos de un salario mínimo y perteneciente al Sisbén. En cuanto al consumo de sustancias, las mayores prevalencias estaban relacionadas con heroína, marihuana, cigarrillo alcohol, basuco y metadona.
Los resultados del estudio en Cúcuta revelan que un 85% de las personas que se inyectan drogas (PID) son hombres, una cuarta parte de ellos ha sufrido una sobredosis, el 42,2% ha tratado de reducir o dejar de usar droga y el 60% de las personas refirieron que se sienten excluidos de las actividades familiares.
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