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Vuelve y juega el florero de Llorente
El 20 de Julio de 1810.
Miércoles, 20 de Julio de 2022

Dos hechos importantes conmemoramos el 20 de Julio: el big bang o grito de Independencia del “yugo español”, como decíamos en la escuela, y la visita de médico del primer hombre a la Luna. Echémosle un vistazo al primer acontecimiento.

Don José González Llorente, el chapetón al que se otorga la paternidad responsable de  nuestro primer berrido de independencia el 20 de Julio de 1810, no era ese ogro que nos han pintado los historiadores. Era más bien un expobre con plata que había hecho su riqueza exportando quina que entonces servía hasta para remedio. La fiebre le corría leguas, para no ir muy lejos.

Llegó a Santafé y en un dos por tres ya estaba casado con doña María Dolores Ponce, hija de don Luis Manuel Ponce y doña María Ignacia Lombana. Eran pobres pero honrados. Ahora no importa mucho no ser honrado. La gente de hoy primero se enriquece y después se honradece, al decir de don Tomás Rueda Vargas.

Cuenta el versado y prolífico  historiador santandereano Antonio Cacua Prada que don José, o Er Pepe, como le decían sus amigotes de paellas, trago y viejas, tenía fama de mal hablado. Algo así como su paisano Quevedo y Villegas pero sin su poesía.

La frase “me cago en los criollos” (perdón por lo de criollos), que le atribuyen, parece que fue el punto de partida de nuestra liberación. Dicho de otra manera: si nuestro idioma español no tuviera palabras de tan grueso calibre para tirarse al prójimo, estaríamos batiéndole incienso todavía al rey Don Felipe.

(A los españoles les decían despectivamente chapetones “durante el período colonial y las guerras de independencia”, según el Caro y Cuervo).

Los criollos que conspiraban en el Observatorio Astronómico, bajo la batuta del caucano sabio Caldas, consideraron que podían aprovechar la circunstancia de que el español maltrataba a los criollos para alebrestar el pueblo y armar un  MMMtierrero de la madona.

¿Quién iba a pensar que gente que se trasnochaba buscando cometas errantes y estrellas fugaces cuando lo permitían los cúmulos nimbus, se dedicaba también a conspirar contra las tales instituciones?

Se tenían confianza para conspirar el sabio Caldas, don Francisco Morales y su hijo Antonio, Camilo Torres, don Luis Rubio, Joaquín Camacho y pare de contar, para no alargar el chico de billar histórico.

Los criollos se iban volviendo adultos, querían poder, que se les tuviera en cuenta. Los españoles los consideraban unos buenos para nada. Los ninguniaban que daba miedo.

¿Pero cómo canalizar la insatisfacción? Después de varios días de conspirar y de no buscar cometas, los del Observatorio resolvieron que como el influyente González Llorente despotricaba de los nuestros que daba gusto, a través de él, le iban a poner el cascabel a ese gato. El chapetón que se enoja con la provocación, y los criollos que le arman el acabose, el despiporre.

Para despistar al enemigo, aprovecharon el peor día de la semana para hacer una revolución: un viernes, cuando todo el mundo –el de 1810 y los que vinieron después- está pensando en pasarla bien durante el fin de semana. Ese viernes era 20 de julio.

El susodicho González Llorente tenía su negocio en un sitio clave en una esquina de la Plaza de Bolívar. Allí queda ahora el Museo- Casa del 20 de Julio, a un costado de la Catedral.

Llegado el día D, los conspiradores vestidos con sus mejores galas, le caen a González Llorente, le sacan la piedra, el chapetón les canta la tabla, repite que se caga en los criollos que  deciden darle su buena muenda. Dicho en la jerga actual le dieron en la jeta.

Don Antonio Morales  conecta varios directos a la mandíbula del europeo. Mientras le cascan a González, los demás de su séquito alebrestan a los parroquianos.

El cuento es que la gente se enojó, González Llorente nunca fue linchado, pero allí se incendió la flama revolucionaria, para decirlo en palabras de los poetas del centenario.

 

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