Ahora que al Tío Sam le ha dado por cancelarles la visa a varios magistrados que no siguen el libreto de Washington, vale recordar que hacer cola y protestar, son dos de los grandes pasatiempos colombianos.
Aquí hay que hacer cola hasta para morir. Cómo será de jarto hacer cola que hay personas y empresas que se dedican a hacer cola por otros.
Les debe ir de maravilla, porque nada más deprimente que gastarse la vida detrás de una cola que no sea la de Tatiana de los Ríos.
Protestamos porque la cola no se mueve, porque los empleados que atienden en la ventanilla son lentos, hablan con el vecino, se enamoran, toman tinto, almuerzan, pagan arriendo, guasapean. ¿Cómo se les ocurre hacer prosaico pipí?
Protestamos cuando alguien se cuela en la fila, o cuando el gerente del banco le pasa a uno de sus cajeros la consignación de su tiniebla de turno por debajo de cuerda.
Pero hay un sitio donde nadie protesta cuando hace cola. Ese sitio único es la embajada de Estados Unidos en Bogotá. Allí se acaba como por arte de magia el mal genio.
Todos allí somos mansas palomas. A nadie se le ocurrirá pegarle el grito al gringo de la ventanilla para que apure. Ni modo de decirle que trabaje que para eso le pagan con nuestra plata.
No, el que va a pedir la visa hace cursillo para santo Job y espera sin chistar. ¿Que hay que hacer fila cinco, seis horas? No importa, el sueño americano se merece esa y todas las esperas.
Los empleados gringos que atienden las ventanillas se pueden tomar un semestre para despachar a uno de los clientes que se arrima a su ventanilla y nadie los criticará. Saben que tienen muchos futuros en sus manos.
Nadie se atreve a moverse de su sitio ni a espantar una mosca que se instaló en el pescuezo.
Prohibido distraerse por temor a que en ese preciso momento lo llamen y se pierdan chicha, calabaza y miel.
El colombiano que aspira a largarse solo tiene ojos y oídos para el gringo de la siniestra ventanilla salvadora.
Si por los altoparlantes llaman a personajes más o menos encopetados para que sigan adelante, saltándose la fila, nadie les echará el consabido madrazo.
Es más, de pronto hasta le piden autógrafo. Famosos no se ven todos los días.
Los famosos, con el ego subido, convierten la embajada en una pasarela y se pavonean orondos, mientras la gente de la llanura espera.
Por la cara que exhiben los que se retiran de la tal ventanilla se adivina fácilmente si podrán visitar Disneylandia para tomarse una selfi con Mickey Mouse.