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Un hombre llamado Jesús
Jesús era un muchacho juicioso. Y eso que era hijo único.
Viernes, 24 de Diciembre de 2021

Jesús era un muchacho juicioso. Y eso que era hijo único. Como no se habían inventado los sicólogos, los niños no tenían tantos achaques. Por eso Jesús nació sin complejos un 25 de diciembre,  según la tradición cristiana.

Sus vecinos le decían “Calidad” Jesús. Las mamás que nunca han permitido que sus hijos se junten con malas compañías, estaban tranquilas cuando sabían que sus vástagos se habían ido de farra con él. Frecuentaban la casa de Jesús con sus hijas casaderas, pero el galileo abría rápido el paraguas y se daba el ancho antes de que se le alborotara la libido.

Como a toda mamá, a María le parecía que su hijo nació aprendido. El joven Jesús se las sabía todas y las que no, se las inventaba. Bailaba trompos en la uña. Por eso, cuando  resucitó al tercer día, a María  no se le hizo raro.

Cuando había que hacer vaca para comprar vino, Jesús era el único que no ponía un dracma. Tampoco se tomaba un trago. Y eso que no pertenecía a los AA. Pero como siempre iba más allá, sacaba el vino de la nada. Así se entrenó para las bodas de Caná (Jn. 2,1) cuando se acabó el vinillo y la gente estaba a punto de quedar pasmada.

Su agenda era más bien jarta. De pronto se pegaba unas perdidas hasta raras. Y aparecía en el Templo. Pero no de acólito o poniendo el sombrero para que la gente se extrovirtiera con la ofrenda. Nada de eso: les ponía conversa a los doctores de la Ley que quedaban lelos oyéndolo hablar.

Los doctores de la ley corrían leguas cuando “ese hijo del carpintero José”, como le decían despectivamente, se les aparecía sin previo aviso con su cara de niño prodigio, de “enfant terrible”, de yupi con sandalias de eterno caminante.

A don José, su papá carpintero, le ayudaba a cortar la madera. Pero lo hacía de tal forma que a la madera le daba siempre forma de reclinatorio o de confesionario. Y a José le pedían más que todo camas para descansar, dormir y hacer hartos muchachitos

Cuando nadie se lo imaginaba, Jesús se metió a la política por la vía de la religión. Hablaba de tal forma que nunca tuvo votos sino de-votos. 

Era lo que ahora llaman un subversivo. Con razón lo querían meter  a la cárcel. Era el antipolítico en pasta. ¿Escribir discursos? Jamás se le ocurrió. Una vez hizo una excepción y escribió algo en el suelo mientras los escribas y fariseos despotricaban de una apetitosa mujer adúltera que no les quiso dar ni la hora. Lo que escribió es el secreto mejor guardado después del misterio de la Santísima Trinidad.  

Claro que de pronto se le salía el clientelista que llevaba por dentro.  Empezó por hacer su clientela entre unos pescadores que no distinguían entre la letra a y una red. La gente que lo seguía se fue multiplicando como peces.

Proponía pendejadas como amar al prójimo y ofrecer el otro cachete. ¿Y qué tal esa  picadurita de mosco de hacer el bien sin mirar a quién? ¿O de amar a nuestros enemigos? Cuando se iba, le dejaba su paz al interlocutor. Y plata para el pasaje en burro que era el metro de entonces.

Mejor dicho, era un encantador de serpientes. Y se tuteaba con Dios a quien  llamaba “Abba”, padre.

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