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Tiempos infames
Colombia debe ser el único país del mundo donde la política no se asume como una forma legítima de transformación de la realidad.
Jueves, 20 de Agosto de 2015

En esta campaña política se ve de todo, incluso, candidatos que hacen política, o sea, gente que le gusta el espectáculo: anuncios en automóviles de alto cilindraje (como traquetos de vereda) o en bicicleta como payasos de circo, o a pie como falsos labriegos. 

Colombia debe ser el único país del mundo donde la política no se asume como una forma legítima de transformación de la realidad, sino como espectáculo, como multiplicación de privilegios particulares, pero, sobre todo, como farsa.

Lo digo porque la semana pasada, el candidato por el Partido Verde, David Castillo, en una de sus caminatas de falso labriego, se me acercó a saludarme. 

No lo hizo como cualquier persona normal, sino como candidato: sonriendo y posando para la cámara. Yo caí en la trampa y me dejé tomar una foto al lado suyo. 

Al día siguiente, en la página oficial de su campaña, salió el anuncio de que yo estaba apoyando su candidatura a la alcaldía. 

Esto no tiene ninguna importancia, por supuesto, y no pasaría de ser una simple anécdota si no reflejara de alguna manera el mecanismo que usan algunos candidatos para atrapar votos: la farsa. El espectáculo. 

El espectáculo de la farsa abierta y descarada. Luego me entero de que no soy el único al que le han hecho montajes: al concejal Carlos Camero le pasó lo mismo: un fotomontaje lo hace ver con David Castillo en un saludo de compromiso político. 

Y así como van las cosas el fotomontaje se está convirtiendo en un método eficaz y abyecto de crear impacto.

Por eso, ese respaldo que falazmente me atribuyen a mí, me obliga a sentar una posición. 

No respaldo políticamente a David Castillo por las mismas razones que no he respaldo nunca a ningún político de la región: todos me parecen una cuerda de imbéciles: una clase política iletrada, estéril, improductiva, mezquina, endogámica e incapaz; que no ha querido y probablemente no ha podido (por su misma incapacidad) resolver algo tan elemental como llevar agua potable a la gente pobre que vive en los cerros. Una clase política culpable  de que la ciudad esté destruida por el desempleo, la pobreza, la inseguridad, el microtráfico. 

Una clase política carroñera y ladrona, culpable del desastre en que vivimos; que mira su propio ombligo mientras el resto vive al azar de los vientos entre promesas incumplidas y semáforos rotos.                                                                           

De modo que no cuenten con mi voto, señores políticos de pacotilla. ¿Acaso no les basta con clavarle los colmillos a la yugular del tesoro público? ¿Acaso no les basta con vender parques y bienes públicos? ¿Quieren además de nuestro voto, también nuestra confianza?  ¡Váyanse al carajo grande, todos ustedes! Robaron a familias pobres con la promesa de las 20 mil casas. De esa promesa falsa que hizo Donamaris Ramírez comieron a sus anchas David Castillo y Jorge Acevedo. Han sido absueltos por la justicia, sí, pero todos sabemos que son culpables. Todos sabemos que ustedes sólo tienen lealtades para con la plata, como lo demuestra el espectáculo bochornoso de la feria de avales y el travestismo político.

Yo sé que hay gente decente en la política. Pero los decentes nunca llegan al poder. Llega lo más podrido. Y por eso es que yo no acepto que llamen democracia a esta farsa, a este espectáculo de circo. Decía Jorge Luis Borges, refiriéndose a uno de sus antepasados, que “le tocó vivir como a todo el mundo tiempos infames”. Pero en Cúcuta la infamia la convirtieron en fenómeno climático, y lo que en otras ciudades es motivo de escándalo, aquí en Cúcuta es apenas una puesta de sol.

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