En medio de tanta polémica se nos ha embolatado una buena noticia. El pasado 20 de julio, Día de la Independencia, parte del Decreto 770 de 1982 que exigía al Presidente de la República asistir al Te Deum de la Catedral Primada en Bogotá, dejó de aplicarse. El Consejo de Estado suspendió provisionalmente esta norma indicando que Colombia “es un Estado laico por lo que la conmemoración de sus fiestas nacionales no puede llevarse a cabo a través de una celebración perteneciente a la religión católica”.
Es una gran noticia porque cada paso que demos hacia la separación de la Iglesia y el Estado, y mientras más comprendamos la importancia de la laicidad, más avanzaremos en la consolidación de una sociedad respetuosa, incluyente y, en consecuencia, pacífica. Y como sabemos, estas características han estado ausentes en nuestra sociedad por lo que seguimos siendo el país más violento en América Latina según el Índice de la Paz Mundial 2017, realizado por el Institute for Economics & Peace. Incluso más violento que Venezuela. Sí.
¿Pero, qué tiene que ver la laicidad con el respeto por los derechos humanos y la noviolencia? En un Estado laico cada persona puede creer en lo que quiera, o no creer, sin que estas creencias afecten positiva o negativamente la garantía de sus derechos. Un Estado laico no promueve el ateísmo como algunos líderes religiosos y políticos lo afirman; de hecho, la Constitución además de garantizar la libertad de conciencia, reforzó el respeto por la diversidad de cultos en su artículo 19. Ahora bien; al ser Colombia un Estado laico y pluralista, como lo dejó claro la Corte Constitucional en Sentencia C-350 de 1994, se entiende que ninguna religión puede interferir en el funcionamiento de las instituciones públicas.
Actualmente estoy en Canadá, y el contraste con Colombia en este aspecto es muy fuerte. Observo a diario todo tipo de prácticas religiosas sin que las mismas intenten homogenizar y moldear otras formas de comprender el mundo, otros conceptos de familia, otras maneras de vivir la sexualidad. Esa es una de las claves para que Canadá sea un país tan pacífico: aquí se comprende la diversidad como una oportunidad, y no como una amenaza. Ahora bien, existe un manual llamado “código de vida” donde las personas desde su primera infancia aprenden dos valores estructurales: respeto y solidaridad, valores que se aplican de forma estricta para que las libertades no sean vulneradas y que son más que suficientes para una sana convivencia social.
En países tan creyentes como el nuestro, en cambio, donde el 82% de la población se declara practicante de alguna fe, la amenaza frente a los avances del Estado laico es latente. La moral cristiana en muchos casos se convierte en caldo de cultivo para exclusiones y hasta es utilizada para fortalecer campañas políticas. Por esta razón, hoy vemos como diferentes aspirantes presidenciales integran una falsa fe en sus discursos que solo llama a la exclusión y a la discriminación. Nunca a una fe que realmente visione una convivencia pacífica, como se supone que debe ser cualquier fe basada en una creencia religiosa.
Desde 1982 y por una disposición jurídica, todos los presidentes habían tenido que asistir a la ceremonia católica del Te Deum y este año no fue así. Para mí, es otro avance porque este tipo de simbologías también construyen cultura; y una cultura en la que aún sea difusa la división entre Estado e Iglesia, no puede avanzar en una plena garantía de los derechos humanos. Tengo fe. Tengo fe en un proceso de independencia real donde descolonicemos nuestras mentes y espiritualidades para respetar las diversidades; una fe que nos permita creer, pero creer siendo capaces de valorar las oportunidades que posibilitan las diferencias. Tengo fe de que nuestros valores se estructuren a partir de la Constitución, valores para todas y todos, y no en libros que son sagrados para unas personas, pero para otras no.
Vendaje. Muy recomendado el libro “Genealogía de la Soberbia Intelectual” de Enrique Serna. Diez capítulos para ampliar nuestros registros de cómo se han construido las élites en la historia y, entre ellas, las élites religiosas. Por otra parte, más que recomendada la serie Juego de Tronos de HBO; allí, desde la ficción, encontramos muy buenos ejemplos del peligro de mezclar el Estado con la Iglesia. Peligro para el Estado, para la gente, y peligro para la Iglesia; Cersei Lannister lo evidencia.