Una de las razones que indujo al magisterio colombiano a protestar contra el actual Gobierno Nacional se deriva de la posibilidad de eliminar la libertad de cátedra en los establecimientos de educación básica y media de todo el país.
Aunque la anacrónica propuesta parte del representante a la Cámara del Centro Democrático, Edwar Rodríguez, si llegase a presentarse y aprobarse en el Congreso, se daría por descontado la sanción presidencial, dada la posición ideológica del partido político al que pertenece el jefe del ejecutivo colombiano.
Según dirigentes de los educadores locales, la lesiva iniciativa se interpondría en una de las misiones más sagradas de los docentes, la formación de los niños y jóvenes de la Nación. De acuerdo con los sindicalistas, ahora más que nunca es necesario orientar a los futuros electores cuando los candidatos y sus movimientos políticos utilizan las estrategias que les parezcan para asegurar votos, así se inventen las mentiras y farsas más repudiables, como ha ocurrido en los eventos electoreros realizados recientemente en Colombia.
Por supuesto que los líderes de Asinort y Fecode tienen razón y sus temores son válidos; ¿se imaginan que las labores pedagógicas se limitaran solo a la instrucción y que los maestros se vieran impedidos legalmente a corregir y orientar a sus discípulos en los distintos campos del conocimiento?
A propósito del interesante tema, cuando me gradué en la antigua Normal Francisco Fernández de Contreras, mi primera experiencia como institutor la tuve en la escuela urbana del municipio de Hacarí, por allá en los primeros meses de 1974.
No obstante lo bien que me trataron en esa población del Catatumbo, el ex rector de la Normal, Rafael García Pino, en un encuentro que tuve con él en esta ciudad, me propuso trabajar en la escuela anexa a su plantel educativo, y sin pensarlo dos veces me vinculé en calidad de comisión.
Como siempre ocurre con los novatos o los trabajadores trasladados, me asignaron las áreas de manualidades y educación religiosa y moral, es decir, verdaderos ‘chicharrones’. Con apenas 20 años de edad y con muy poca comunicación con las capillas y los curas, encontré una fórmula para evadir las lecciones del padre Astete.
Aprovechando la amplitud de la asignatura mencionada, tomé la segunda parte y me dediqué a orientar a los niños de cuarto y quinto de primaria sobre el misterioso y pecaminoso mundo de la sexualidad.
Como era apenas obvio, a los niños les encantaban las clases y a través de ellas empezaron a despejar las dudas y esclarecer los mitos que se tejían en esa época sobre el espinoso tema.
El director de la escuela anexa era el profesor Miguel Ángel Velandia Epalza, oriundo del municipio de Durania, sobre la vía que va a Pamplona, en este departamento. Al principio, el respetable pedagogo se mostró indispuesto, un tanto presionado por algunos padres de familia, pero luego entendió la importancia de mi osadía.
Desmitificar en ese tiempo el pecado original o la llegada de la cigüeña era una misión muy temeraria, pero al año siguiente me dieron la dirección de un quinto y dejé la “cátedra de educación sexual” que yo me inventé, y de la que afortunadamente no salí damnificado.
Cincuenta, o un poco más de años después, me encuentro con exitosos profesionales, con nietos y un tanto de canas, dispuestos a recordar, disfrutar y agradecer por la formación que les impartí cuando fueron mis alumnos en la inolvidable Anexa. Por supuesto que ellos defenderán la libertad de cátedra.