En menos de un mes de la inesperada muerte del poeta y actor abreguense José del Carmen Ropero Alsina, en plena Semana Santa expiró el docente, dirigente sindical, poeta y actor, el ocañero, Jorge Serna Páez.
Dentro de la nefasta racha que afecta a los artistas de la región, en noviembre del 2014, las balas disparadas no se sabe por quién, segaron la vida del poeta, declamador y pintor Yesid Manzano Carrascal, conocido en el círculo artístico local como “Kika”.
No obstante la ola violenta que carcome a nuestro país, las desapariciones de Jose y Jorge, se debieron respectivamente a problemas de salud: la falta de defensas , propiciadas por un cáncer, que combatió durante varios años con el estoicismo que lo caracterizó y el corazón que tantas veces lo inspiró para embellecer con sus palabras el ambiente que lo rodeó, dejó de palpitar, con la fatal coincidencia que ellas ocurrieron en Bucaramanga o en dirección a dicha capital santandereana.
Como artistas, los tres coincidieron en muchas cosas, la sensibilidad por los problemas sociales que afectan a Colombia, el cariño por la región que los albergó durante casi todos los años que vivieron , la fraternidad que los unió con muchos de sus paisanos, y hasta las ganas de vivir, así fuera en una nación que no les ofreció lo que ellos consideraron básico para acercarse a la tranquilidad y la convivencia pacífica.
Los tres se despidieron de la existencia fuera del lugar donde vieron la luz por primera vez, por no tener en la ciudad un hospital de mayor complejidad, y quizás como una forma poética para protestar por la falta de soluciones a tantos problemas que asedian a quienes nacimos y habitamos en la segunda ciudad de Norte de Santander.
De Kika recuerdo a un niño grande que desbordaba cariño y aprecio por quienes lo rodeaban, y de quien en sus pensamientos y sentimientos nunca se posaron intenciones de maldad o falsedad. De Jose, a un niño campesino que bajaba de la finca de Juan Vaca, en la orilla del río Algodonal, con su hermano Ramiro , llevando a una mula cargada con dos timbas de leche, para venderla en el barrio La Piñuela. A Jorge, encadenado frente a la catedral de santa Ana, iniciando una huelga de hambre para protestar por las persecuciones como docente o líder sindical del magisterio.
Todos ellos usaron la palabra como el instrumento especial para manifestar sus protestas o inconformidades por las diferencias y discriminaciones sociales y políticas. También la utilizaron para ennoblecer la bellezas de las mujeres de su tierra y para evocar las tradiciones artísticas que comenzaban a esfumarse en la región.
Ellos se fueron al infinito a esparcir su poesía o a reclamarle al infinito por las desigualdades que tantos los incomodaron y a clamar con versos por el respeto a los derechos de sus conciudadanos.
Quienes todavía poseemos sensibilidad por la humanidad y la naturaleza, los recordaremos para que sigan viviendo en la inmensa y eterna obra poética que nos legaron. Para que siempre estén con nosotros , no elevaremos oraciones, solo leeremos sus poemas para creer que sus espíritus no han muerto.
En Ocaña y su región, se están muriendo los poetas y no estamos buscando ni preparando a quienes los sucedan.