Los Tres Reyes Magos siguen contando con buena prensa. Medio mundo habla maravillas de ellos estos días. Veamos quiénes eran:
Melchor, ventajoso el hombre, siempre iba adelante en la caravana. Le encantaba ser el primero así fuera en el desierto. Por eso en el pesebre va siempre picando en punta. Se tomó por asalto el liderazgo de la banda de los tres. Hasta el punto de que no se doblaba una duna -la poética esquina del desierto- sin su visto bueno. En el desierto sabía orientarse por el silbido del viento y por la forma que tomaba la arena después de una tempestad. Adivinaba el futuro, lo que no es ninguna gracia. Pero encimaba el pasado, lo que lo convierte en el antecesor más antiguo del regresor Brian Weiss quien suele viajar a través del hilo de Adriana -prima de Ariadna- del tiempo de sus pacientes que despiertan con cuentas elevadísimas. Ahí es cuando se alivian.
Se desestresaba de las largas caminatas en el desierto haciendo yoga en la única joroba de su parsimonioso jumento.
Gaspar era el astrónomo del club. Desde que vio la estrella de Belén se dio el caso de amor a primera vista entre los dos. Una vez que se les fue la mano en vino, les dijo a Melchor y a Baltasar: “Mis amigos, me late que ha nacido el Mesías y a nosotros, por las profecías, nos figuró rendirle pleitesía. Así que olvidémonos del poder, del vino y de las viejas, y los que se abren rumbo a Belén”. Gaspar nació para ser segundo. Fue quien descubrió que el segundo es el primero de los perdedores. Pero eso le gustaba porque así se ahorraba el estrés de ser el líder. En la colecta que hicieron para comprar los regalos, a Gaspar el tocó poner la mirra que, como todo mundo sabe (?), es una “gomorrosina en forma de lágrimas, de gusto amargo, aromática, roja, semitransparente, frágil y brillante en su factura”. Gaspar, que era un todero fuera de lote, preparó la mirra de un arbolito muy cuco él, de la familia de las terebináceas que crece solo en países remotos cuyos nombres empiezan y terminan en a, y llevan la b larga en alguna parte: Arabia y Abisinia. Gaspar descubrió que la mirra era medicinal, servía para embalsamar cadáveres que quedaban listos como para ir a una boda. O a un entierro, que es casi lo mismo. Además, olía muy rico. Apenas para aromar el portal donde olía y “no precisamente a ámbar”, como se quejaba Don Quijote cuando Sancho hacía sus necesidades cerca de sus narices.
La historia ha sido tacaña con el mago Baltasar, quien manipulaba las cartas que repartía cuando tahuriaban de noche para paliar la ausencia de poder. Balta, como le decían en la escuela, era el encargado de la lúdica. Siempre lo ubican de último en el pesebre. Pero la igualdad ha ganado puntos. Desde que Obama ganó las elecciones en Estados Unidos, es el primero de la fila en muchos pesebres. Balta sabía, inclusive antes que el Niño Dios, que los últimos serán los primeros. Y así fue: aprovechó la noche para adelantárseles en un descuido a Melchor y a Gaspar y fue el primero en presentar sus respetos a Emmanuel, tocayo del niño que en Colombia regresó del horror de las FARC. Nunca se podrá decir de Baltasar que fuera un lambón, así haya sido el del incienso. De los tres fue el que mejor la pasó en la travesía porque iba en un camello que los “expertos” denominamos “bactriano”, o sea, que tiene dos jorobas, una de las cuales se puede habilitar como almohada, o para hacerse cosquillas, el baño turco de los pobres.
Adicionalmente, era el que administraba la plata que se recaudó para la travesía. No se perdió un peso. Es el patrón de los honrados. Nada de “enriquecerse primero y honradecerse después”, como se dice de algunos nuevos ricos de la era de internet. Como no había mucho qué comprar, ni dónde, al Negro Baltasar le sobró plata. Por eso es el que deposita los regalos en los zapaticos que los ilusos sin remedio seguimos colocando el seis de enero detrás de alguna puerta.