Cada día se habla con más fuerza y más seguido de retornar a la normalidad. La añoramos como una especie de paraíso perdido. No vemos la hora que anuncien que ya hay una vacuna definitiva contra el Covid-19, para estar en primera fila para que nos la pongan.
Sin embargo, ¿a qué normalidad queremos regresar? A la normalidad en la que consideramos que el planeta es nuestro y que podemos hacer y deshacer con él. En la que cada día arrasamos con miles de hectáreas de los bosques de la Amazonia, unos de los pulmones del planeta Tierra.
A la normalidad en la que el nuevo culto es el consumismo. Y que se práctica con el mismo fervor y fanatismo de los cristianos (no católicos) y la mayoría de los musulmanes. En la que compradores hacen fila desde el día anterior para adquirir el último iPhone lanzado por Apple.
En la que los colombianos violan las medidas sanitarias y el sentido común para gastarse los ahorros en artículos no necesarios. Centavitos que quizá luego necesiten para comprar productos básicos. En la con un futuro altamente incierto en laboral, adquieren deudas con las tarjetas de crédito para los próximos años.
A la normalidad en la que el interés personal se antepone al bien común. En la que unas pocas personas poseen más que miles de millones. En la que unos desperdician y desechan comida y otros mueren de hambre. En la que los gobiernos, ante una crisis económica, prefieren salvar a las empresas y los bancos y no a las personas.
A la normalidad en la que el único indicador que importa es el económico. (Indicador que harto está demostrado que no presenta la realidad de un país. El crecimiento lo pudieron tener dos o tres personas, los más ricos del país. Mientras que, paradójicamente, puede crecer el desempleo o aumentar la brecha social entre ricos y pobres).
A la normalidad en la que el oro vale más que el agua. En la que un metro cuadrado de potrero tiene más valor que un metro cuadro ocupado por vegetación silvestre. En la que se arrasan ecosistemas enteros con tal de encontrar petróleo. En la que creemos que los recursos naturales de la Tierra son inagotables.
A la normalidad en que cada día les quitamos más espacio a los animales; razón por la que mueren tantos bajo la llantas de los carros y motos en las carreteras. En la que tras de que les quitamos el hábitat, les contaminamos el poco que les dejamos. En la que los consideramos recursos naturales y no seres que tienen el mismo derecho a existir y habitar el planeta.
A la normalidad en la que cada día desaparecen especies animales y otras quedan en peligro de extinción. En la que los peces mueren enredados entre la contaminación arrojada a mares y océanos. (Estamos recién llegados al espacio exterior y ya lo hemos convertido en un basurero).
Sí esa es la normalidad a la que deseamos volver, definitivamente no aprendimos nada. De nada estaría sirviendo esta alerta, no tan temprana, que nos está dando la madre naturaleza. El próximo castigo de esta implacable madre, quizá no sea por medio un virus de baja mortalidad.