Encontré la palabreja en algún crucigrama. Es oniomanía y retrata a los compradores compulsivos que se dan chotos en navidad y reyes, festividades que suelen dejarnos exhausto el bolsillo.
Para solaz de los comerciantes, los oniómanos practican la concupiscencia de dar y recibir. Paro ellos el paraíso consiste en comprar y comprar, demorarse un semestre empacando, escribir la dedicatoria con teológica letra de monja de clausura, entregar el presente, espiar la sonrisa del estupefacto destinatario.
El encopetado diccionario de la Real Academia nada sabe de oniomanías. Debería darle pena con Wikipedia que acoge el terminacho, y con Malena, la argentinita de cinco años que describió certeramente esa tribu de gastadores.
La chiquitina pontificó al ver salir de compras a su madre: “Mi mami va a comprar cosas necesarias que no necesita”.
Una primera recomendación para evitar gastos superfluos en navidad: rechace llamadas en las que una voz varonil - o femenil – le susurre de pronto que “gracias al excelente manejo de su tarjeta…”, comprando ahora podrá pagar a partir de la vigésima cuarta encarnación. Las tarjetas de crédito, lobos vestidos con piel de oveja, nos convierten en ricos sin plata.
Desconfíe de las rebajas. Son mentiras con los ojos azules. Necesitamos que alguien nos defienda de las tales chisgas. O que aparezca alguna superintendencia que indague si las tales rebajas lo son y no engañabobos para que la gente compre más con el pretexto de que los precios están a la altura del betún.
A riesgo de ser vetado por Fenalco, doy la clave para ahorrar: los regalos recorredores. (El día que se compruebe en el laboratorio mi sospecha de que no comprar enflaquece, o desaparece las arrugas, adiós oniomamía).
Somos millonarios en regalos caminadores. A todos nos los han dado. También los hemos regalado. Por negocio, no botemos los que recibimos. Algún día nos servirán. Paciencia. En carrera larga hay desquite.
Revise su nochero, la babel del cuarto del reblujo, debajo del colchón, la claustrofobia del clóset, la caja fuerte.
Allí encontrará auténticas joyas: portarretratos para exhibir la foto del exhosto de una parsimoniosa y estorbosa tractomula subiendo a Minas, brasieres aptos para puchecas más -o menos- prepotentes, licuadoras que siguen rodando de un matrimonio a otro, cortapapeles, lapiceros para voyeristas, mancornas de pedófilo, pisacorbatas con conexión a internet, ceniceros para zurdos. O diestros. O ambidiestros.
Espero no haber llegado tarde con estas ideas. De todas formas, guárdelas en su propio cuarto de san Alejo para aprovecharlas: siempre habrá quién se case o se divorcie, invite a la corrida de un catre, a la inauguración de una arcaica radiola, o haga rumba para celebrar estruendosamente que degradó su casa y la convirtió en casa-cárcel.