Para encontrar su sonrisa hay que entrar por la puerta principal del edificio Jerome Greene, la multiforme mole de granito que alberga a la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia, luego de avanzar un par de pasos cortos hay que subir por la estrecha escalera que encontraremos a nuestra izquierda, al final de ésta, giraremos a la derecha pasando las mesas de madera con vistas al vacío y seguiremos de frente en dirección al Café Lenfest, habremos de parar un metro antes del hombre de cobre que nos saludará con su vacía mirada metálica y dirigiremos la vista sobre nuestro hombro izquierdo.
Allí estará ella, inmortalizada por el mandato atemporal de los óleos, enfundada en su toga justiciera de visos azules, su única armadura durante las infinitas batallas legales que libró hasta el día de su muerte.
Aunque prácticamente desconocida en Colombia, Ruth Bader Ginsburg (o RBG para los amigos) no solo se convirtió en la jueza más influyente de la historia moderna de los Estados Unidos, sino que sentencia tras sentencia construyó un legado eterno que le transformó en un ícono revolucionario para millones de mujeres que encontraron en ella la más poderosa de las voces en la lucha infatigable por la igualdad de género ante la Ley.
Sin buscarlo, la enjuta figura de RBG, con su rostro mustio de matrona centenaria, sus gafas de montura gruesa y los icónicos collares que siempre solía vestir sobre su toga, rápidamente escaló en la cultura popular norteamericana hasta concederle el estatus de rockstar jurídico. En el país de los superhéroes, los oprimidos tenían a su propia heroína personal desafiando a diario las fuerzas del mal en los mismísimos cimientos de la Corte Suprema de Justicia.
Aunque la exquisitez de sus fallos es innegable, era verdaderamente en sus salvamentos de voto donde el lado más feroz y combativo de RBG se desataba. Pocas líneas le hacían falta para desnudar las flaquezas de las decisiones mayoritarias de sus colegas y sentar las bases legales de futuras líneas jurisprudenciales que hallarán solidas raíces en sus opiniones disidentes.
Sus contundentes palabras en casos como Shelby County v. Holder, donde abogó contra la flexibilización del control sobre las restricciones de voto en estados con episodios históricos de discriminación; United States v. Virginia, donde se abrieron las puertas de las fuerzas militares a las mujeres; o Ledbetter v. Goodyear, donde criticó duramente la indolencia de la mayoría masculina de la Corte Suprema ante un evidente caso de desigualdad salarial por motivos de sexo, son el testimonio de su talante recio y capacidad de indignación ante la injusticia.
Con la partida de RBG el movimiento feminista pierde a uno de sus principales alfiles y la Corte Suprema de Estados Unidos llora a la más grande de sus divas. Una adelantada a su tiempo que nunca pidió a la Ley favores especiales por razón de su género, sino un tratamiento igualitario en el que ya no hubiese pies oprimiendo el cuello de las mujeres, dejándolas libres de ser lo que quisieran.
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