En este momento en el Congreso de la República se tramita un proyecto de ley que busca prohibir el uso de esos alimentos que, por medio de la biotecnología, se modifican genéticamente. Estas modificaciones buscan que los alimentos tengan ciertas propiedades especiales. Casi que todos hemos visto en las estanterías de supermercados tomates de un rojo deslumbrante, sandias sin pepitas que siempre lucen dulces o frutas de temporada fuera de temporada.
Que presentan protección frente a virus o herbicidas. Que alcanzan mayor tamaño y permanecen aptos para el consumo durante más tiempo. Que crecen más rápido, tienen la capacidad de cultivarse en zonas estériles y de que se les añadan proteínas que de manera normal no poseerían. Que no hay indicios de muestren tengan consecuencias para la salud de las personas que los consumen. Estos son los argumentos de los que defienden los transgénicos.
Los argumentos de los detractores son igual de refinados. Que el uso de estos productos se ha generalizado en muy poco tiempo sin que se pueda comprobar si tienen consecuencias a largo plazo. Que tienen impacto negativo sobre el medio ambiente y causan pérdida de biodiversidad. Que no generan semillas viables; lo que pone a los agricultores en una situación de dependencia total frente a los suministradores, generalmente grandes empresas multinacionales que controlan la producción de estas semillas modificadas.
Sin embargo, considero que el verdadero asunto importante es otro. Durante los dos últimos siglos el ritmo de crecimiento de la población humana no para de crecer. En el año de 1.800 se alcanzó los 1.000 millones de habitantes. Para alcanzar los 2000 millones tomó casi 150 años. A los 3.000 millones se llegó en menos de 15 años. Para pasar de 6000 a 7000 millones, se necesitaron menos de 11 años. Las proyecciones señalan que para el año 2050 habrá casi 12.000 millones de seres humanos.
Así pues, este es el verdadero debate que se debe dar. ¿Cómo frenar el sobrepoblamiento? La sobrepoblación tiene múltiples impactos negativos sobre el planeta. Agotamiento de los recursos naturales. Incremento del consumo de energía. Aumento de los niveles de contaminación en aire, agua y suelo. Deforestación y pérdida de ecosistemas. Cambios en la composición atmosférica, lo que conlleva al calentamiento global. Escasez del agua dulce, la apta para el consumo humano.
Y todavía no terminan los impactos negativos. Pérdida de tierra cultivable y aumento de la desertificación. Extinción masiva de especies y contracción de la biodiversidad. Alta mortalidad de lactantes y niños. Evolución y propagación de enfermedades bacterianas resistentes a los antibióticos. Mayor probabilidad de que surjan nuevas epidemias y pandemias. Inanición, desnutrición o mala alimentación con problemas de salud y deficiencia de dieta. Conflicto sobre recursos escasos y hacinamiento.
Y la lista parece interminable. Elevada tasa de delincuencia debido a los cárteles de la droga y mayor robo por parte de personas que desesperadamente buscar recursos para sobrevivir. Menor libertad personal y leyes más restrictivas. Baja esperanza de vida en los países con poblaciones de más rápido crecimiento. Condiciones de vida antihigiénicas para muchas personas por el agotamiento de los recursos hídricos.
De este modo, si se contrala el crecimiento poblacional humano, todos estos problemas desaparecen o, por lo menos, se controlan. Y de paso no se necesitaría andar debatiendo si se aprueban o no técnicas que hacen que los tomates sean más grandes y en menos tiempo. Todavía la tierra da para que comamos todos, y sin forzar a la naturaleza. Y que esto siga siendo así depende de nuestras decisiones.