Me gusta el cine, y voy tantas veces como pueda. Mis recuerdos más antiguos, los que están “en la parte de atrás” de mi cabeza están ligados al cine, a la pantalla, al olor peculiar de los teatros, al humo (sí, cuando se podía fumar en las salas de cine), en fin. El cine y yo somos uno. Al menos eso quiero.
Así, pues, no me queda más remedio que referirme a la bellísima película Los Pájaros de Verano. Y me quiero referir a dos aspectos: El primero, el más sensible y bello, es la magnífica realización del largometraje. Además de lo bella, es perfecta desde el punto de vista técnico, lo que no fue así siempre en el cine colombiano.
La historia es muy bien narrada, lógica y coherente. Y dolorosa. Y ese es el segundo punto al que me quiero referir: Lo doloroso, los desgarrador y desolador de la historia. Porque esa es la historia de la Guajira en la época de la bonanza “marimbera” pero, es también, la historia del Catatumbo, y de Medellín, y de Maicao y del Caquetá, y de la mitad del país.
Es la historia de dos, de un protagonista y un antagonista, donde el protagonista es célebre por su ausencia. El primero, el ausente, es el Estado que nunca llegó, ni ha llegado. No llegó a la Guajira, ni llegó a ese país abandonado, oscuro, lúgubre. El Estado no llegó y no ha llegado, o sino que lo digan los desmovilizados de la guerrilla que han matado, o las 20 o más horas que toma un trayecto desde Buenaventura hasta Bogotá. El Estado es el protagonista que matan en la primera escena y su ausencia, dolorosa, es la que permite la aparición del antagonista.
El antagonista de nuestra historia no es otro que las estructuras paraestatales que ocuparon la ausencia del Estado.
En la Guajira que se muestra en la película no hay hospitales, ni policías, ni escuelas. La única vez que vemos a una patrulla de agentes estatales están allí prestos a recibir una coima para dejar pasar un cargamento de droga.
En fin, la historia de Estado ausente o, mejor, la no historia del Estado ya es un cuento viejo, y también lo es de cómo esos espacios fueron copados por los particulares, envalentonados y armados hicieron de las suyas.
Si no me creen miren ustedes los discursos de los paramilitares en el congreso Colombiano, en los 90.
Tenemos un Estado hipertrofiado en el centro, en Bogotá y otras dos o tres ciudades, donde se asfixia al ciudadano: presión desmedida de los tentáculos del Leviatán, que se llaman DIAN, Fiscalía, y Superintendencias, mientras que en la periferia nada aparece.
En el pacífico de nuestra patria, o la patria de los marimberos y cocaleros, 4 o 5 de cada mil bachilleres llegan a la universidad.
¡Salve Usted la patria!, gritaban inflamados en la batalla.
Y nadie la ha salvado.