Muchos años después del final de la sangrienta Segunda Guerra Mundial, la derrota de los japoneses se tomó como pretexto para justificar la invención y masificación de las motocicletas como la venganza de los orientales mediante los accidentes mortales que siguen aumentando en la ciudad y el país.
De ser cierto el supuesto desquite de los nipones contra quienes los vencieron, debieron enfilarlo sobre los estadounidenses, los ingleses y los rusos, y nunca contra los colombianos que no enviamos militares para participar en la absurda contienda universal.
Por otro lado, la invención del popular y peligroso medio de transporte, nada tiene que ver con los ciudadanos de los ojos rasgados, la paternidad del controvertido invento recae sobre el gringo Silvestre Howard Raper, quien lo propuso y armó en 1867, muchísimos años antes de la inhumana confrontación planetaria.
Que los aparatos modernizados y fortalecidos por los súbditos de Hirohito se regaron por todos los países del mundo no tiene discusión, y que mediante la conducción desordenada e irresponsable de ellos, los millares de muertos y heridos son incontables, tampoco se debe controvertir, y de esta manera se puede entender la posible venganza de los japoneses.
Y que se entienda que no pretendo repetir la triste historia de las camas culpables de las traiciones o las infidelidades, los polémicos vehículos han permitido la adquisición y movilización de las personas humildes que nunca podrían acceder a un carro, así fuera el Renault 4 que se popularizó en Colombia en la década de los setenta.
En el plano regional o local, el problema se inició con las excesivas facilidades que ofrecieron los distribuidores de las motocicletas, incluso sin exigir la cuota inicial, y la falta de control por las autoridades de Tránsito y la carencia de disciplina social por parte de los conductores que no solo ponen en riesgo su integridad sino la de los automovilistas, peatones y la de sus colegas.
Los índices de accidentalidad, con muertos y heridos que se presentan anualmente, se han acentuado en el actual gobierno municipal y habrá que esperar las estrategias que utilice el nuevo alcalde a partir del próximo primero de enero, que simplemente deben coincidir con la aplicación de las normas establecidas en el país para garantizar la movilidad normal.
Recuerdo que durante mi debut en las lides periodísticas en este apreciado medio, en abril de 1985, publiqué un reportaje sobre la incidencia de los parrilleros en los accidentes que, para esa época, no eran tantos como ahora, y por supuesto que no habían comenzado la obra macabra de los sicarios.
Para mi fortuna, las reacciones de los motociclistas aludidos fueron normales y ni me imagino qué hubiera ocurrido si en ese tiempo existiesen las redes sociales.
Regresando al tiempo actual y en mi ciudad, lamento y me preocupa el caos que han provocado los conductores de las populares y temibles motos, el exceso de velocidad por las estrechas y deterioradas vías amenazan constantemente a los peatones que transitan por los andenes, que inexplicablemente están al mismo nivel de las calles.
Las esquinas de los cruces de las calles y carreras del centro de la ciudad, especialmente las ubicadas cerca a los edificios del antiguo Telecom y el Banco de Bogotá, se convirtieron en parqueaderos de motos y el peligro acecha constantemente a quienes pretenden pasar por las cebras porque los mototaxistas no respetan los semáforos.
Para una ciudad tan pequeña y con tan pocas vías, el número de motocicletas, que fácilmente se aproximan a las 30.000, es exagerado, y para colmo de males los conductores manejan sus vehículos como les da la gana y con la indiferencia de las autoridades de tránsito.
Y como si no bastara con este grave problema, no obstante que están restringidos los parrilleros, los atracos aumentan de manera escandalosa y las mujeres se han convertido en las víctimas favoritas de los delincuentes motorizados.
Los ocañeros que regresan después de mucho tiempo de ausencia o quienes vienen por primera vez, expresan su sorpresa y terror por el desorden y la anarquía que observan en la otrora tranquila y agradable ciudad.
Ellos y nosotros coincidimos: ¡no hay vías para tantas motos!