El inicio de este año se llevó a varios ocañeros reconocidos, casi todos con más de setenta calendarios encima y con sus proyectos de vida ejecutados, sin embargo, sus familias y amigos, lamentaron su partida.
El primero fue el tío Gabriel, luego el fotógrafo Joaquín Sánchez, posteriormente el turno le tocó al autor, compositor, poeta, escritor y folclorista Alfonso Carrascal Claro, a quien la UFPSO le rindió un merecido homenaje en julio del año pasado, el que posiblemente fue su despedida.
El apreciado primo Willian Sánchez Páez, internado en la UCI del hospital Emiro Quintero Cañizares durante todo el mes de diciembre y las primeras semanas de enero no se enteró de la partida definitiva de su tío Gabriel ni la de su entrañable amigo Alfonso Carrascal Claro.
El día que Colombia fue sacudida por la muerte violenta de los cadetes de la Escuela de Policía General Santander, en el frío amanecer capitalino me enteré de su fallecimiento y el alma se me atragantó, así supiéramos de su gravedad y presintiéramos su desenlace.
A él hay que recordarlo por muchas cosas, por ser uno de los primeros pasajeros secuestrados en los aviones que fueron desviados a Cuba en los comienzos de la década de los sesentas del siglo pasado.
Junto con otros comerciantes cebolleros de la ciudad, Fernando Rosso y Hugo Sánchez, que también fallecieron, de manera forzosa fueron llevados a la isla de Fidel Castro, cuando la aeronave en la que regresaban al aeropuerto de Gamarra (Hacaritama), siguió por encima del mar Caribe y aterrizó en el país comunista.
Después de permanecer varios días en la extraña nación, regresaron y para colmo se vieron envueltos en problemas judiciales por ser confundidos con algunos de los secuestradores, sin embargo, los medios periodísticos nacionales y extranjeros destacaron el insólito hecho del secuestro del avión colombiano.
Recuerdo, siendo muy niño, mientras jugábamos fútbol en la “cancha de Celestino”, en una tarde piñuelera, el partido se suspendió cuando se regó la noticia de que el avión en que regresaban Wilian y Nando se había estrellado y que los dos habían perecido.
Después del llanto incesante de los familiares y amigos de los reconocidos cebolleros, al día siguiente se supo del secuestro y por supuesto que los ánimos se calmaron.
A mi apreciado primo lo recordaremos con el corazón, en señal de gratitud por su cercanía y afecto con mi padre Julio, a quien socorrió luego del atraco del que fue víctima mi viejo y que después de ser un próspero comerciante, por los costosos gastos para salvarlo de las graves heridas que sufrió, perdió el capital que había acumulado honradamente.
Cuando quería disfrutar de la charla con mi papá, compartían unos tragos de licor y su tío lo deleitaba con sus poemas o con las frases que improvisaba en francés o latín. Siempre que regresaba de Magangué, Sincelejo o Montería, se acercaba a la destartalada tienda a llevarle cualquier detalle.
Willian fue un parrandero empedernido que le encantaba cantar boleros y recordar sus conquistas amorosas. Se destacó como un gran lector y dueño de una cultura general envidiable. Si hubiera tenido la oportunidad de acceder a la educación superior, ninguna universidad le hubiera quedado grande. Con él se podía abordar cualquier tema que siempre intervenía con propiedad y seguridad.
No obstante las diferencias ideológicas, políticas y hasta deportivas, tomarse un tinto con él era muy agradable, porque narraba con mucha gracia y claridad las aventuras que tuvo como cebollero, sobre todo, los viajes en lancha desde Gamarra hasta Magangué.
A Willian lo recordaremos por su fervor por la naturaleza, cuando dio una gran batalla para impedir que la ceiba que él plantó en el Parque 29 de Mayo fuera talada durante la remodelación que ordenó el entonces alcalde Francisco Antonio Coronel Julio. A punta de oficios a la Oficina de Planeación Municipal o Corponor, logró que el árbol fuera trasplantado al extremo occidental del parque donde hoy está frondoso y sus hijos John y Willian lo abrazan, sintiendo que en él se haya el alma de su inolvidable padre.