No se trata de algo o alguien relacionado con el Nazareno, el Cristo, o con algún asunto milagroso o sobrenatural. Solo quiero referirme a uno de los tantos dramas que dejó la violencia y la desigual distribución de la riqueza en el país.
La historia sencilla pero muy humana la encarna un joven de 30 años de edad, proveniente de una familia martirizada por los estragos de la pobreza y la ignorancia. Nació en Barranquilla, igual que sus cinco hermanos , su mamá , de apenas 13 años, se unió con un señor de 45 años, quien se dedicó a ´fabricar´ hijos con su compañera formal y con la que se encontrara, en medio del consumo exagerado de licor y el derroche de lo poco que tenía.
Nuestro protagonista, Jesús, se vino con sus padres y hermanos de la capital del Atlántico, en un ambiente de derrota y miseria. No había otra opción, de la ciudad se dirigieron al corregimiento de El Cerro de las Flores, en el norte de este municipio y con límites con San Calixto, una verdadera “zona de candela”, por la presencia de guerrilla y paramilitares.
En el campo del abuelo se dedicaron a cultivar yuca, plátano, tomate, cebolla y frutales como aguacates y naranjas. El paso frecuente de alzados en armas (subversivos), comprometió a los campesinos de la región con el ejército, por las atenciones obligadas que le hacían a los rebeldes, y que los estigmatizaban como auxiliadores.
Las arremetidas de los paramilitares dejaron cerca de una decena de labriegos asesinados, varios de ellos descuartizados y provocaron la estampida de familias enteras, que dejaron sus ranchos, cultivos y animales para para asentarse en esta cabecera municipal.
La familia de Jesús se ubicó en uno de los lotes del barrio San Fermín, el sector empinado que inicialmente fue invadido y que limita con La Pradera, sitio turístico y tradicional, localizado en el occidente de la ciudad.
Cuando Jesús huyó del Cerro de las Flores tenía solo quince años, hoy tiene treinta, solo cursó el cuarto de primaria, se organizó, con su esposa de 28 años tiene cuatro hijos, con un solo año de diferencia entre ellos.
Para sostener a su familia se dedica a recorrer las calles céntricas , para recolectar el material reciclable que le regalan y que luego vende. Lo que gana diariamente no alcanza para comprar la comida de sus mujer y sus hijos.
Cualquier día lo sorprendí cerca de mi casa y le ofrecí el cartón que protegía unos muebles que compré en Bucaramanga. Con ansiedad y alegría se dedicó a organizar la ´mercancía´ que le permitiría conseguir el ´diario´ para su hogar.
No hay necesidad de escrutarlo ni de investigar su procedencia, por aquello de la inseguridad que reina en la ciudad, su mirada es inocente y refleja confiabilidad.
Confesó que con el fin de sostener a su humilde familia se le mide a lo que sea, que menos a robar o hacerle daño a las personas.
Una segunda vez lo hallé frente a mi casa, parecía que me estaba esperando. Me preguntó si tenía algunas cositas para reciclar y me pidió dos mil pesos para comprar una bolsa de ´promasa´ para las arepas. Al día siguiente retornó para cumplir con las tareas que le encomendé: coger goteras, hacer unas eras en mi huerta para sembrar hortalizas y recoger de un árbol alto aguacates.
Mientras consumía con placer el almuerzo, mi esposa reforzó la indagatoria , la que se convirtió en un diálogo agradable.
Como lo hicimos la primera vez, le regalamos ropita usada para niños, camisas y zapatos para él. Para fortuna suya, calzamos 38, lo que le valió llevarse varios pares. Los tenis color negro y rojo, Nike (no creo que originales), que portaba, los reemplazó por los blanco que le di, un poco viejitos pero no tan deteriorados como los que traía.
El campo en El Cerro de las Flores está abandonado. De la casa solo ´sobreviven´ las paredes, el techo quedó desmantelado, se robaron las láminas de zinc. El terror impide volver.
Cuántos Jesús hay en el país, queriendo trabajar, con tantas necesidades, sin que los pudientes y ricos se conduelan.