No fueron privilegiados por la naturaleza, pero ostentan el poder. No intentan conquistar con halagos poéticos, porque no saben ni lo sienten. No enamoran, porque solo les interesa satisfacer sus instintos primarios, sea con quien sea, y como sea.
Todos ellos hacen parte de los acosadores, pero nadie los denuncia por temor a quedarse sin empleo, o a perder una asignatura en los colegios o en las universidades.
Los hay por montones, pero para ellos no hay demandas ni castigos, porque el miedo y hasta el terror inhiben a las víctimas. Las mujeres afectadas, casi todas hermosas, se acostumbran a entrar en la onda de la prostitución, porque muchas de ellas manifiestan que ya no tienen que perder.
En la mayoría de los casos, los abusadores son personas, aparentemente prestantes en las sociedades donde se desenvuelven, bien sean servidores públicos, comerciantes, docentes y hasta actúan en grupos que se caracterizan por evadir la institucionalidad.
El calvario que padecen adolescentes, jóvenes, veteranas, solteras , casadas, no lo conocen en sus hogares, tanto padres y madres, lo mismo que esposos, porque està pendiente una calificación y hasta un empleo.
Lástima que esas mujeres, que viven en una época muy distinta a las de sus madres y abuelas, cuando disfrutan varias reivindicaciones de género, no frenen los atropellos, denunciando a los victimarios, asì se afecten académicamente o se queden desempleadas.
En el plano local, la lista de “señores” es larga y son reconocidos , porque ellos mismos se ufanan narrando sus aventuras sexuales, describiendo las escenas de sábanas, de manera detallada y mencionando los nombres de las “amantes” forzadas.
Todos los conocen… son casados, con hijas, con cargos importantes o con chequeras abultadas, sin encantos físicos, con canas y arrugas, y lo más triste, sin sentir ni saber què es humanismo y dignidad.
Como se sienten intocables, el producto de sus relaciones lujuriosas, en casos infortunados para las mujeres, los hijos, son negados, hasta el extremo de que eluden los compromisos pecuniarios, porque las pobres madres no saben cómo ordenar una prueba de ADN.
Han destruido hogares, han envilecido niñas, no se sabe cómo los soportan sus esposas. Continúan batiendo marcas, llenando listas con nombres femeninos. Para ellos no hay ley. Siguen como los pro hombres de la ciudad.
¿Qué podrán sentir acostados a la fuerza con parejas resignadas, sin caricias, sin afecto, sin “química”? Ni pensar en lo que sientan las muchachas que son llevadas a los moteles casi que de manera obligada.
Sin pretender juzgar este tipo de hechos, desde un punto de vista puritano, las consecuencias sociales y morales se aprecian por doquier. El alcoholismo, la drogadicción, la prostitución, la trata de personas, son los vicios que contraen las mujeres que son víctimas de los “depredadores” sexuales.
Ojalá ellas lograran el valor necesario para denunciarlos, no tanto para que la justicia los llame a rendir cuentas, porque quizás estén blindados contra ella, pero por lo menos para que sean desenmascarados y señalados como lo que son, ¡escoria!