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Los curas pendencieros o enamorados
A los clérigos que pretendo mencionar, no hacen parte  de las nuevas generaciones, 
Miércoles, 5 de Septiembre de 2018

No me refiero a la crisis que soporta  la Iglesia católica por los casos que aumentan sobre pederastia y que entre otras  cosas, tienen en jaque al papa Francisco, no  obstante su posición liberal, y la condena que ha hecho a nivel mundial respecto a los desafueros sexuales cometidos por numerosos sacerdotes.

A los clérigos que pretendo mencionar, no hacen parte  de las nuevas generaciones, por el contrario, todavía usaban sotanas, las misas las oficiaban en  latín, y le daban la espalda a  sus feligreses.

Recuerdo a monseñor Martínez, un religioso que inspiraba miedo en los niños, porque cuando los preparaba para  la primera comunión, no aceptaba los  errores cuando debían recitar el credo, y los reprimía con coscorrones y jalonazos de oreja.

Del padre Montes se afirmaba que celebraba la eucaristía con su revólver en  el cinto, y que en varias oportunidades retó a echarse plomo a los fieles que tenían problemas de linderos con la capilla  de San Antonio, en el barrio La  Piñuela.

En ese mismo sector,  pero varios años más tarde, el  padre Duarte, quien fue mi profesor en tercero de primaria, en la escuelita que quedaba al frente del asilo, intentó correr a los pequeños que jugaban a la  pelota frente a la casa cural, a punta de correazos, y los papás de los inquietos chiquillos estuvieron a punto de enfrentarse al agresor.

Sobre los sacerdotes tentados por  el amor terrenal, se conocen muchos casos, como algunos que defendieron con  estoicismo su celibato, no obstante la persecución obstinada de algunas damas que cayeron rendidas ante las bondades físicas  de sus romeos.

Por el contrario, otros no pudieron controlar sus testosteronas, le dieron rienda suelta a sus pasiones y se convirtieron  en amantes y padres de familia.

Las “malas lenguas” de la época  hablaban de los curas que utilizaban la  biblia para seducir o chantajear a las pecadoras que acudían al confesionario y que  las penitencias impuestas equivalían  a encuentros clandestinos.

“Que monseñor tal tiene una moza  en aquel barrio y que hay varios hijos, y  que uno de ellos es la misma cara del  papá…”.

Los chismes que circulaban en las  décadas de los sesenta y setenta, del siglo  pasado, excluían a  muy  pocos sacerdotes. Las mismas ‘camanduleras’, que no se perdían un repique de campanas, asistían a las misas y rosarios a propagar las  versiones que  envolvían a los curas  de  sus  parroquias.

Un  anciano de  casi  noventa  años de  edad,  recordó un  episodio insólito ,acontecido en Gamarra,  cuando era  jurisdicción del  departamento  del  Magdalena:  Varias  familias  ocañeras se  desplazaron al puerto  sobre el entonces caudaloso río,  a  participar en  una  gran  fiesta. Dentro  de los  viajeros se  contaban a  hermosas  mujeres , que  tenían  fama  de  muy  buenas  bailarinas.

En  medio de  la  música y  el  licor, el sacerdote invitado,  bastante  alicorado, entró al  sanitario con  la  intención  de  abusar  de una  prestante  dama,  quien  con  sus  gritos atrajo a varios  caballeros que la  salvaron  de una  violación.

La fiesta  se  acabó y varios  de  los  celebrantes se  llevaron al cura  a un  prostíbulo que  había  junto  al  muelle. El pobre religioso,  todavía borracho y  desnudo,  deambulaba por  el  sitio hasta  que fue  vestido por varios  de  sus  fieles. Las  amigas de la  mujer  agredida insultaban  al frustrado violador y  sus esposos intentaban  calmarlas ,  refiriéndoles  la  lección que le  habían  dado.

Si en el  Vaticano se debatiera y  aprobara la  cancelación  del celibato, se acabarían los  escándalos provocados por los curas  enamorados o los  que  intentan descargar sus  represiones  sexuales con los  niños inocentes. 

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