No me refiero a la crisis que soporta la Iglesia católica por los casos que aumentan sobre pederastia y que entre otras cosas, tienen en jaque al papa Francisco, no obstante su posición liberal, y la condena que ha hecho a nivel mundial respecto a los desafueros sexuales cometidos por numerosos sacerdotes.
A los clérigos que pretendo mencionar, no hacen parte de las nuevas generaciones, por el contrario, todavía usaban sotanas, las misas las oficiaban en latín, y le daban la espalda a sus feligreses.
Recuerdo a monseñor Martínez, un religioso que inspiraba miedo en los niños, porque cuando los preparaba para la primera comunión, no aceptaba los errores cuando debían recitar el credo, y los reprimía con coscorrones y jalonazos de oreja.
Del padre Montes se afirmaba que celebraba la eucaristía con su revólver en el cinto, y que en varias oportunidades retó a echarse plomo a los fieles que tenían problemas de linderos con la capilla de San Antonio, en el barrio La Piñuela.
En ese mismo sector, pero varios años más tarde, el padre Duarte, quien fue mi profesor en tercero de primaria, en la escuelita que quedaba al frente del asilo, intentó correr a los pequeños que jugaban a la pelota frente a la casa cural, a punta de correazos, y los papás de los inquietos chiquillos estuvieron a punto de enfrentarse al agresor.
Sobre los sacerdotes tentados por el amor terrenal, se conocen muchos casos, como algunos que defendieron con estoicismo su celibato, no obstante la persecución obstinada de algunas damas que cayeron rendidas ante las bondades físicas de sus romeos.
Por el contrario, otros no pudieron controlar sus testosteronas, le dieron rienda suelta a sus pasiones y se convirtieron en amantes y padres de familia.
Las “malas lenguas” de la época hablaban de los curas que utilizaban la biblia para seducir o chantajear a las pecadoras que acudían al confesionario y que las penitencias impuestas equivalían a encuentros clandestinos.
“Que monseñor tal tiene una moza en aquel barrio y que hay varios hijos, y que uno de ellos es la misma cara del papá…”.
Los chismes que circulaban en las décadas de los sesenta y setenta, del siglo pasado, excluían a muy pocos sacerdotes. Las mismas ‘camanduleras’, que no se perdían un repique de campanas, asistían a las misas y rosarios a propagar las versiones que envolvían a los curas de sus parroquias.
Un anciano de casi noventa años de edad, recordó un episodio insólito ,acontecido en Gamarra, cuando era jurisdicción del departamento del Magdalena: Varias familias ocañeras se desplazaron al puerto sobre el entonces caudaloso río, a participar en una gran fiesta. Dentro de los viajeros se contaban a hermosas mujeres , que tenían fama de muy buenas bailarinas.
En medio de la música y el licor, el sacerdote invitado, bastante alicorado, entró al sanitario con la intención de abusar de una prestante dama, quien con sus gritos atrajo a varios caballeros que la salvaron de una violación.
La fiesta se acabó y varios de los celebrantes se llevaron al cura a un prostíbulo que había junto al muelle. El pobre religioso, todavía borracho y desnudo, deambulaba por el sitio hasta que fue vestido por varios de sus fieles. Las amigas de la mujer agredida insultaban al frustrado violador y sus esposos intentaban calmarlas , refiriéndoles la lección que le habían dado.
Si en el Vaticano se debatiera y aprobara la cancelación del celibato, se acabarían los escándalos provocados por los curas enamorados o los que intentan descargar sus represiones sexuales con los niños inocentes.