Cuando la semana pasada leía las crónicas realizadas por los estudiantes de la asignatura de géneros interpretativos, particularmente las de los futuros comunicadores sociales que les correspondió el tema : “la cultura por el cine en Ocaña”, comencé a revivir las emociones que sentí como precoz cinéfilo frente a las antigua pantallas de las seis salas que existían en la ciudad.
La afición por el séptimo arte crecía en la medida en que dejaba la niñez para darle paso a la adolescencia y, por supuesto, cuando empecé a cambiar mi gusto fantástico de las películas de Walt Disney en el “Morales Berti”, por las vaqueras de Gene Autry, Hopalong Cassidy , Red Riders, Roy Rogers, o las romanas de Kirk Douglas, Charlton Heston, Toni Curtis, Richard Burton y Rex Harrinson, en El Granada, o en El Avenida.
Cuando cupido inició su ineludible labor, las temáticas predilectas las ofrecían los actores y actrices mexicanos, Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vásquez, Angélica María y la española Rocío Dúrcal. Tanto en El Morales como El Avenida, las enternecedoras escenas románticas nos permitían soñar con nuestras primeras heroínas y hasta nos hacían sentir como los protagonistas de las idílicas conquistas.
Para continuar con los marcos románticos ideales, prosiguió Romeo y Julieta, la dramática historia de Shakespeare, protagonizada de manera magistral por la bella Olivia Hussey y Leonard Whiting, bajo la dirección de Franco Zeffirelli.
Con mi primo Emiro Navarro coincidí con el gusto por el cine y él se convirtió en el cómplice ideal para compartir los suspiros y hasta las lágrimas con las que salíamos comentando las tramas escenificadas.
Desde ese momento nos declaramos enamorados platónicos de la hermosa Olivia y afortunados por no tener el desenlace de los jóvenes sacrificados por el amor.
En la medida que crecíamos, cambiaban los temas, los horarios y los precios de las boletas. La primera etapa, la de la ingenuidad infantil correspondían a las funciones en las mañanas dominicales (matiné) y la entrada costaba un peso con cincuenta centavos, sin descartar que había algunas promociones, lo que en su tiempo equivalía al ‘gancho’, es decir dos por el precio de uno. Continuaron las vespertinas, y por último las nocturnas, a precios mucho mayores y difíciles de recordar.
La entrada de la juventud coincidió con la inauguración del modernísimo (para la época) Cine Leonelda, de la Beneficencia de Norte de Santander, con la película “Historia de Amor” (Love Story), escrita por Erich Segal y protagonizada por Ali MagGraw y Ryan O´neal .
Dentro de las anécdotas imborrables de la primera etapa como admiradores ‘biches de la cinematografía, recuerdo el dolor intenso y prematuro que sentí en una Semana Santa cuando con mis hermanos vi “El Mártir del Calvario” , protagonizada por el español Enrique Rambal, o cuando llevamos avío o mecato para soportar las casi cuatro horas que duraba “Los diez mandamientos”, con la actuación estelar de Charlton Heston y el ruso Yul Brynner.
Confieso que no utilicé el maravilloso medio de comunicación para encuentros amorosos, como era la moda, entendí que debía asistir a las salas de cine para viajar a través de las historias y paisajes, para recrearme físicamente y para desarrollarme intelectualmente.
Del Granada recuerdo las rabietas de don Hacip Numa, el propietario de la sala de proyección cuando los espectadores descargaban la ira contra las sillas de madera, para protestar cuando se cortaban las cintas.
De las seis salas de cine solo queda la del Leonelda, reducida en espacio y espectadores, ahora como propiedad de la Cámara de Comercio de Ocaña.
Con una realidad desconcertante debemos aceptar: la cultura por el cine está desapareciendo… solo nos quedan los recuerdos de una época mejor.