Hace poco le escribí al presidente Putin dándole diez minutos para que retire su horrorosa chatarra bélica de Ucrania. A lo mejor, como solo tiene comunicación directa con el binomio Stalin-Hitler - con quienes ha sido comparado- no le llegó mi tuit: Manos fuera de Ucrania.
Claro que pesar de todo lo que ha hecho y amenaza con hacer, Putin tiene quién le escriba. Como el Gran Maestro de ajedrez Sergei Kariakin, quien le declaró su amor eterno. El Comité de Ética de la FIDE decidirá si sigue compitiendo.
A lo mejor, Kariakin leyó el conmovedor libro del cubano Leonardo Padura, “El hombre que amaba los perros”, y sabe qué les pasa a quienes se salen del libreto.
En Colombia, el precandidato Petro, en un discurso que se puede rastrear en la red, tuvo un gesto desafortunado con el vapuleado país. “!Qué Ucrania ni qué ocho cuartos!”, dijo. Y siguió lagarteando voticos con esa prosa suya que arrastra las consonantes finales.
Desde la invasión, han llovido tantos vetos sobre diplomáticos y deportistas rusos que a estos últimos les tocará jugar al solitario; así sean ajenos al atropello contra sus vecinos ucranianos que responden con jaculatorias y palomas a los misiles de los bárbaros. Tal es la desproporción en el armamento utilizado.
A pesar del desequilibrio, el presidente ucraniano Volodímir Zelenzki en reciente discurso a la nación notificó: “… cuando ataquen, verán nuestras caras, no nuestras espaldas”.
Felizmente, hacen nube los ajedrecistas soviéticos que le han dado lustre, palustre y esplendor al juego. Por ejemplo, el excampeón mundial Boris Spassky quien mejoró mi hoja debida derrotándome en unas simultáneas en Bogotá.
Como este Nostradamus de tierra fría que soy yo, jamás imaginó que el exdetective Putin invadiría a su vecino, no me empleé fondo contra Spassky. Gustoso lo habría dado mate, no por él, que es todo un caballero, sino por el gélido bípedo que tiene empanicada a la aldea global, incluidas las piedras.
(Le pedí al funcionario que cuida el cuarto del botón nuclear que si llega el hombre que entró a la historia por la puerta falsa, no le preste ni el baño).
Hace tiempos, Spassky vive en los parises de la Francia. También emigró el campeón durante 20 años, Garry Kasparov, armenio, crítico de Putin a quien intentó derrocar. Habría votado por el hombre que me regaló su autógrafo, como Spassky.
Otras inmortales del ajedrez como Mijail Tal y el apátrida Korchnoi libraron en su momento desigual batalla contra la cúpula que utilizó el ajedrez como arma política.
La Lisístrata del título de la columna no jugaba ajedrez. Es un personaje de una comedia de Aristófanes. Se necesita una Lisístrata rusa, modelo 2022, que como la ateniense, les proponga a las mujeres de su país que les cierran las piernas a los invasores, o de aquello, el gustico, cero pollitos.