Este verano viajé por primera vez a Carolina del Sur, un estado “sureño” como el que más, con una historia repleta de horrores en relación con la esclavitud. Me encontré con algunas gratas sorpresas.
Su capital tiene el nombre de nuestro país, Columbia, escrito con u pero pronunciado en inglés como o. Es la ciudad más grande del Estado.
Sin embargo, la de mayor encanto es Charleston, un importante puerto en la historia del país, con un estuario impresionante y uno de los puentes más largos del mundo.
La arquitectura de los viejos barrios ricos es muy atractiva. Sus casas fueron construidas con grandes terrazas orientadas para que reciban las brisas refrescantes que provienen del mar.
Sus primeros colonos fueron ocho aristócratas ricos, provenientes de Barbados, a los que el Rey otorgó el derecho de explotar las tierras de las dos Carolinas, la del Norte y la del Sur. Importaron esclavos, primero provenientes de la misma Barbados, en donde habían aprendido el cultivo de la caña.
Luego los trajeron por montones del África, en donde habían practicado el cultivo del arroz, que crece idealmente en Carolina del Sur, gracias a sus tierras fértiles y a la abundancia del agua. Importaron tantos esclavos que, hasta comienzos del siglo XX, la mayor parte de la población era negra, y los blancos una minoría poderosa.
La economía de esta región dependió fundamentalmente de los esclavos, los que fueron explotados sin contemplaciones y a los que no otorgaron derechos o protección alguna.
Con la llegada de Abraham Lincoln a la Presidencia de la Unión Americana y su decisión de frenar la esclavitud, los blancos de Carolina del Sur se rebelaron, se apartaron de la Unión e iniciaron la Guerra Civil. A pesar de haber perdido la Guerra y haber tenido que abolir la esclavitud, su tratamiento de la población negra continuó siendo inaceptable.
De allí que a comienzos del siglo XX cientos de miles de negros hubieran emigrado hacia otros estados situados más al norte, en donde tenían mejores garantías. Con esta migración masiva, por primera vez los blancos de convirtieron en mayoría. Posteriormente, aunque muchas familias de migrantes negros regresaron, hoy no representan siquiera la tercera parte de la población.
Difícilmente un Estado ha sido más conservador que Carolina del Sur. Esperaron hasta finales de los años sesenta para aprobar formalmente la reforma constitucional de 1920 que le otorgó el voto a la mujer.
¡Hoy en día, sus representantes en el Senado y la Cámara son todos republicanos! Pero poco a poco ha ido cambiando. Esos cambios se captan en el ambiente. En Carolina del Sur se ven más parejas inter-raciales y grupos de blancos y negros compartiendo amistosamente en bares y restaurantes, que en otras partes del país. Su gobernador actual es una mujer y, como para caerse de espaldas, no es una mujer blanca sino una descendiente de hindúes. A pesar de los cambios, políticamente Carolina del Sur continúa siendo fuertemente conservadora y republicana. Las encuestas proyectan allí el triunfo de Trump sobre Hillary.
El mayor contraste con su dura historia es la sorprendente suavidad en las maneras de la gente, en su forma de hablar y su amabilidad. Tienen una sonrisa pronta y acogen a los turistas calurosamente. Mi esposo y yo tuvimos dos experiencias muy gratas: parados en una esquina tratando de localizar nuestro hotel en el mapa, un señor que venía de su oficina, sudoroso y apresurado nos vió y preguntó si podía ayudarnos. No se contentó con explicarnos dónde quedaba nuestro hotel, sino que desvió su camino para acompañarnos hasta la calle indicada. Otra tarde, estábamos de nuevo localizando otro lugar en el mapa, y dos mujeres muy amables nos vieron, pararon y nos ofrecieron ayuda. Entablaron conversación y se mostraron muy interesadas sobre nuestra procedencia y experiencias en la ciudad.
Recomiendo a amigos y conocidos visitar Carolina del Sur. Tiene encanto. Estoy cruzando los dedos para que el Huracán Hermine, que tocó la noche del sábado la costa, no haya producido demasiados daños.